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Eduardo del Buey
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La Jornada Maya

Martes 5 de septiembre, 2017

Desde tiempos lejanos, todas las sociedades han estado unidas por ideales. Todos los líderes han expuesto visiones de hacia dónde quieren guiar a sus sociedades.

Algunos han sido extremadamente positivos;ideales que hablan de grandeza, de metas, de usar el pasado para llegar a un mejor futuro. Aquellos adoptados pro Jesucristo, por Nelson Mandela, Mahatma Gandhi, Martin Luther King y Woodrow Wilson vienen a la mente. La Declaración de Independencia de los Estados Unidos, los escritos de Simón Bolívar y la Carta Magna, todos ofrecen una visión de una sociedad justa y libre.

Algunos han sido extremadamente negativos; como los racistas, excluyentes y violentos valores de los nazis, o los valores asesinos del líder soviético Stalin. También, mucha de la violencia chauvinista que hemos visto recientemente, en los años 90, en los Balcanes y Ruanda, o la violencia sin sentido actual, del Estado Islámico, hablan del mal que algunos valores sociales pueden llegar a promover. La esclavitud en muchos países y la dominación machista sobre las mujeres, inspirada en valores religiosos alrededor del mundo, también son visiones negativas que han causado gran sufrimiento e injusticias sin fin.

Los ideales siempre han formado el centro de la narrativa que ha definido y sostenido a las sociedades, ante las condiciones más adversas. Han unido a las personas en causas comunes y en una visión compartida. Son el pegamento que une a la gente y les permite alcanzar algo más grande que uno mismo.

La identidad es un factor fundamental en la narrativa de cualquier sociedad. La gente debe tener un grupo de valores comunes a los cuales se adhieran y que rijan sus vidas. Sin estos, las sociedades se deshacen. Si las narrativas negativas remplazan a las positivas, los resultados pueden ser devastadores, como nos ha enseñado la historia.

De hecho, muchas sociedades, anteriormente homogéneas, batallan ahora para mantener su sentido de identidad en un mundo globalizado; ésta es una de las principales razones para los llamados a un retroceso a tiempos más simples y “mejores”. Claro, sólo fueron más simples y mejores en la retórica de aquellos que predican división y odio.

Hoy, mucha gente alrededor del mundo cuestiona los ideales que han guiado su desarrollo y sus vidas, y los resultados son mixtos o cuestionan si los valores e ideales de otras culturas, que se hacen más presentes en sus sociedades por la migración, son compatibles con sus propios valores.

Las elecciones recientes en Europa han demostrado que, a pesar de las victorias de los tradicionalistas en Países Bajos, Francia y Austria, los candidatos de la oposición populista tuvieron resultados altos –buen desempeño de aquellos que se mueven de las democracias liberales, como las ha etiquetado el autor Fareed Zakaria– un sistema en el cual las elecciones se llevan a cabo pero la separación de los poderes es eliminada, concentrando el poder en las manos de un líder único o de una pequeña élite, y creando enemigos “imaginarios”, para justificar el secuestro del poder.

¿Puede un país o sociedad sobrevivir cuando los valores positivos que la sostienen son destruidos o distorsionados, y cuando las personas que la componen carecen de una visión central alrededor de la cual juntarse y desarrollarse?

Las instituciones democráticas alrededor del mundo están siendo atacadas, y su habilidad para sobrevivir y fortalecerse depende de líderes fuertes que estén comprometidos con la democracia y que sean capaces de crear y fortalecer nuevos ideales y narrativas, en las cuales los ciudadanos puedan depositar su confianza.

Líderes capaces de promover ideales que mantengan la atención de la gente. Líderes que busquen valores en común, un piso parejo sobre el cual unan en lugar de dividir.

Los ideales no son la realidad. Pero pueden motivarnos a buscar una mejor realidad. Las visiones importan. Los líderes importan. Pero no en forma de gobiernos paternalistas o políticos populistas.

El concepto de líderes incluye a los artistas, académicos, miembros de la sociedad civil, de los medios y a todos aquellos que moldeen el discurso y a la opinión pública, y que juntos puedan poner un ejemplo fuerte con sus palabras y acciones.

Todos podemos ser líderes. Todos guiamos con nuestro ejemplo y esfuerzo, y podemos motivar e inspirar a nuestras familias, amigos y vecinos.

Juntos, todos podemos crear nuevas narrativas en las que se apoyen nuestros ideales, y no sólo defender las libertades individuales y mantener la cohesión social y la justicia, sino promover una nueva confianza en las instituciones que nos gobiernan y que nosotros los ciudadanos debemos, en turno, gobernar. La esperanza en el futuro es esencial para atraer a la juventud desilusionada de vuelta a la mesa política.

Las redes sociales también nos permiten participar en el desarrollo e implementación de nuestros ideales, e influenciar o forzar a que los líderes actúen.

No necesitamos nuevos ideales; los que tenemos ahora están bien. Se trata más bien de encontrar terreno común al mismo tiempo que evitamos que nuestros valores e ideales sean usurpados o deformados por los populistas que buscan imponer su voluntad sobre todos y consolidar el poder en sus manos, mediante la reducción de las instituciones a meras herramientas para su propio uso.

Todos somos responsables de crear e implementar las visiones e ideales que nos guíen hoy y que nos llevarán a un mejor futuro.

Ejerzamos nuestra responsabilidad y no dejemos nuestras metas e ideales sólo a nuestros líderes. También forcémonos a tomar un rol activo en su definición e implementación.

Nuestros valores y visiones son nuestras responsabilidades individuales y colectivas. Dejemos de eludirlas.

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