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Felipe Escalante Tió
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 14 de junio, 2018

Finalmente se realizó el tan anunciado tercer debate entre candidatos presidenciales organizado por el Instituto Nacional Electoral (INE), en el Gran Museo del Mundo Maya, de Mérida. Una vez concluido, casas encuestadoras y medios, incluida [i]La Jornada Maya[/i], lanzaron la interrogante “¿quién ganó el debate?”.

En un ambiente polarizado, y demagógico, la ciudadanía ya espera que todos se proclamen ganadores del ejercicio, aunque la buena dicción, la respuesta ágil ante los señalamientos del adversario, o la capacidad de proponer una política pública a ejercer, por más acertada o disparatada que resulte, no sean factores a la hora de atraer la simpatía del votante.

El ejercicio del pasado martes entre los cuatro aspirantes sobrevivientes; José Antonio Meade Kuribreña por la coalición Todos por México; Ricardo Anaya Cortés, de [i]Por México al Frente[/i], Andrés Manuel López Obrador, de [i]Juntos Haremos Historia[/i], y Jaime Rodríguez Calderón como “independiente”, puede mirarse como un avance democrático, pero también es reflejo de la calidad de nuestra élite política mexicana y del nivel de exigencia de la ciudadanía.

Ya en la recta final de la campaña, después de haber recorrido el país y visitado cada estado en al menos dos ocasiones, y aunque unos llevan más tiempo en labores de proselitismo que otros, el resultado es el mismo: nuestros candidatos están rebasados por la realidad y su carga de propuestas responde a un país imaginario, y debaten precisamente sobre lo que imaginan.

Tomemos dos temas de los tocados durante el encuentro: salud, ciencia y tecnología. En ambos fue más que visible el divorcio de los cuatro candidatos con la realidad, así como su incapacidad de plantear una estrategia integral para reformular el paradigma que se tiene en estos rubros. Aquí, López Obrador atacó el Seguro Popular y apenas acertó a decir que no funciona. Meade y Anaya brincaron para defender el programa; ninguno se animó a reconocer que el sistema de Salud y Seguridad Social requiere de una reingeniería, que el Seguro Popular atiende únicamente un número finito de afecciones e ignora el acceso a prestaciones o a una jubilación; nadie quiso decir que el Seguro Popular fue creado para la creciente población que trabaja en la informalidad.

En lo personal, me pareció risible que el candidato del PRI dijera que en el IMSS o ISSSTE, cuando no hay un medicamento “te dan un vale para conseguirlo en cualquier farmacia”. Por experiencia propia puedo asegurar que en realidad le indican a uno que surta la receta en el establecimiento que prefiera, la pague como pueda, y lleve los comprobantes al correspondiente departamento, para que cuatro meses después se le devuelva el dinero.

Ninguno tenía en mente, por ejemplo, la batalla de las personas con discapacidad en las instituciones de Salud y Educación, ya sea para asegurar la continuidad de un tratamiento o su plena inclusión. Ninguno se atrevió a reconocer que las instituciones públicas de Salud pasan por una crisis grave que les impide atender de manera eficiente a los derechohabientes. Y estando en Yucatán, ninguno se animó a decir que es criminal tener asentada la cámara hiperbárica más grande de América Latina, en un hospital público.

En cuanto a ciencia y tecnología, resultó obvio que ninguno pretende apostar por la generación del conocimiento y que haya más científicos en México. El Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) ha visto decrecer el presupuesto que anualmente le asigna el Congreso –vía la Secretaría de Hacienda– desde el año 2000, con el panista Vicente Fox. Tal vez por ello Ricardo Anaya confunde innovación con acceso a tecnologías de la información, ofreciendo tabletas y celulares hasta en las poblaciones más apartadas de la sierra oaxaqueña… donde primero habría que hacer llegar la electricidad.

Meade carece de una estrategia de desarrollo para la ciencia y la tecnología. Ésta tiene que pasar forzosamente por las universidades públicas, que son precisamente las que hacen investigación, y los institutos científicos, cuyo crecimiento ha sido raquítico ya por varias décadas. Estamos hablando de universidades que, por no caer en el quebranto financiero, aceptan participar en esquemas como el de La Estafa Maestra. AMLO, por su parte, apenas sugirió un perfil para encabezar el Conacyt. Cambiar una cabeza por otra es irrelevante, cuando la institución es la que está debilitada orgánicamente.

Entonces, ¿quién ganó el debate? Cada vez me resulta más obvio lo inútil de esta pregunta, aunque tal vez en el país imaginado de los candidatos sí sea válido el cuestionamiento. El debate debe permitirnos a los ciudadanos comparar quién es capaz de ofrecer una mejor estrategia, la más completa, para los problemas del país; así que ignoro quién resultó el triunfador, me parece irrelevante. Pero sí sé quiénes perdimos.

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