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Jonathan Molina
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 17 de julio, 2019

A François Leclerc du Tremblay, fraile capuchino francés, se le conoció como la “eminencia gris”. Este término se acuñó para él por el color de su hábito y porque, pese a que no era cardenal, fue asesor de Richelieu, quien a su vez fungía como ministro principal de Luis XIII. Esto significa que su halo de influencia se extendió hasta el mismísimo rey de Francia.

El Padre José, otro de sus motes, fue quien “tras bastidores” moldeó la política francesa, la europea y el curso de la guerra de los Treinta Años, una de las más destructivas de la historia (algunos le llaman Guerra Mundial Cero por su impacto devastador).

La capacidad de controlar los hechos, la manera de influir en el comportamiento de las personas y producir cambios en el entorno global es lo que se conoce como “poder gris”.

El poder gris está en todas partes: en el gobierno, en los medios de comunicación, en el deporte, en los sindicatos, en el cine, en la música, en las grandes compañías, en los organismos internacionales, en la educación, en la escuela…

[b]Reforma Educativa de AMLO[/b]

La Reforma Educativa impulsada por el presidente López Obrador es una muestra de ello. El problema es que en el ánimo desbordado (casi obsesión) por romper con el pasado, por borrar todo de un plumazo y por trazar una línea que marque el “antes de” y “el después de”, se dejó de lado trazar la ruta para que nuestra escuela evolucione y, de una vez por todas, supere el paradigma industrial que trae a cuesta desde el siglo pasado.

Más allá de incluir asignaturas en la Constitución, lo cual evidencia la carencia de técnica parlamentaria en el trabajo que realizaron el Ejecutivo y el H. Congreso de la Unión y de sustituir la evaluación por esquemas mucho más cómodos a modo de guiño hacia un grupo de poder particular, el Estado perdió la oportunidad de retornar al docente la confianza plena para que realice lo que le apasiona y sabe hacer a la perfección: enseñar. Sí, enseñar pero con libertad absoluta.

Este era el momento propicio para impulsar una reforma que fuera más allá de lo laboral (porque esta sí que lo es) y que colocara el foco en el aprendizaje y en lo pedagógico desde y para el aula. No con recetas únicas, porque no las hay, pero sí renunciando, por ejemplo, al control que es propio de un esquema rígido donde se tienen que agotar los contenidos académicos sí o sí siguiendo al pie de la letra todas y cada una de las instrucciones y actividades de aprendizaje mandatadas desde la autoridad educativa (casi casi como si se tratase de una coreografía), para permitir que los docentes y los alumnos profundicen en un solo tema adoptando los hábitos y las disposiciones de los investigadores en las disciplinas que sean de su interés (habilidades y competencias que demanda el siglo XXI y que se dejan de lado con tal de concluir, so pena capital, con los planes de estudio).

Esta libertad al docente para que trascienda como generador de experiencias de aprendizaje, implica que debe renunciar al control del aula para otorgar libertad a sus alumnos. Rara vez ocurre un aprendizaje profundo cuando se pasa la mayor parte del tiempo “dictando la clase” con la única intención de que todos permanezcan en silencio. Si se le permite a los estudiantes elegir el tema que quieren explorar y el método por el que quieren lograrlo, encontrarán, además del propio contenido, el propósito del aprendizaje.

[b]Estado paternalista[/b]

El Estado no debe ser paternalista ni centrar su acción en repartir bienes; por el contrario, su fin debe ser el de generar las condiciones necesarias y suficientes para que la escuela se constituya como un espacio donde se forme a las niñas y a los niños como “eminencias grises”, y no como repetidores de datos ni seguidores de quien tenga alguna ocurrencia, para que respondan a los desafíos globales.

Si no desarrollan las habilidades que demandan los contextos globales, ¿cómo responderán al empleo del futuro que requiere una sólida formación cognitiva, flexibilidad y gran capacidad de adaptabilidad a cambios veloces?

En esta línea, por cierto, están creciendo los campos relacionados con el uso de las matemáticas; sin embargo, desde la educación básica se enseña y promueve la repetición y memorización de fórmulas y no se enseña cómo aplicarlas utilizando componentes de robótica, u otros, tal y como sucede en en el mundo real.

¿Por qué no se permite, en el contexto de la libertad docente a la que me refiero, que los profesores desarrollen sus propias teorías para crear significados matemáticos aplicados en lugar de obligarles a depender de fórmulas predeterminadas? ¿Por qué no se les empodera dándoles libertad absoluta para que hagan lo que saben hacer?

Aún no está claro el rumbo que tomarán los espacios de autonomía curricular, pero es (o era) un esfuerzo válido, flexible y dinámico, donde los estudiantes pueden (o podían) constituirse como líderes, aprender de otros y aplicar el conocimiento a casos reales para ir más allá de los libros de texto.

[b]@jon316[/b]


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