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Francisco J. Rosado May
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Martes 3 de septiembre, 2019

Dos temas interesantes fueron expuestos la semana pasada. El primero apareció en [i]La Jornada[/i] el 27 de agosto; Víctor M. Toledo da cuenta de los fracasos e irracionalidades de la ciencia en México y hace un llamado a recomponer el sistema de investigación, en todos los campos del conocimiento, para lograr que los científicos -no todos, pero sí un buen número- dejen la simulación y realmente apoyen al desarrollo.

La segunda fue el boletín emitido por la Coalición “Rights and Resources Initiative”, integrada por más de 200 organizaciones internacionales, en donde se hace un reconocimiento al reporte emitido por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) el pasado 8 de agosto de 2019.

El reporte del IPCC incorpora conocimiento indígena sobre el estatus y manejo de recursos naturales en el planeta. Para ello los investigadores del grupo intergubernamental tuvieron que incorporar metodologías innovadoras en su trabajo para recabar datos que no fueron generados mediante investigación científica en las comunidades indígenas.

Así demostraron que los pueblos indígenas manejan al menos 218 gigatoneladas del total del carbono que están en las regiones tropicales y subtropicales, tanto en el suelo como en biomasa.

Esta cantidad representa el 22 por ciento del total de carbono en esas regiones. Se demostró que en territorios manejados por indígenas se encuentran los índices más bajos de deforestación (a pesar del sistema roza-tumba-quema), hay muy baja emisión de carbono y muy alta captura del mismo, muy alta conservación de especies que permite el mantenimiento de alta biodiversidad, con mejores resultados desde el punto de vista social, ambiental y económico, que aquellas áreas protegidas por el gobierno o propiedad privada.

Si bien no tienen conexión directa, ambos temas descansan en una premisa: la educación es factor indispensable para la formación de científicos comprometidos con el desarrollo de su país y equipados metodológica y teóricamente con herramientas que permitan entender cómo se construye conocimiento en los pueblos indígenas.

Sin embargo, no hay evidencia de que así sea. El aprendizaje en comunidades indígenas ha sido tema de estudio por varios años.

Necesariamente los mayas tuvieron que tener un sistema o sistemas eficaces de generación, transferencia e innovación del conocimiento, o no hubieran podido crear los conocimientos icónicos de su cultura, como el cero, ingenierías, arquitectura, astronomía, agricultura, artes, etc.

En 2014, Barbara Rogoff articuló un alto número de resultados de investigación y propuso un modelo llamado “aprendizaje mediante la observación y la participación activa” (LOPI por sus siglas en inglés. Trabajos de personalidades como Lucía Alcalá, Dolores Cervera, Suzanne Gaskins, Jorge Luis Gómez, Candelaria May, Deira Jiménez, entre muchos otros autores, mexicanos y extranjeros interesados en la cultura maya, así lo demuestran.

Los mayas desarrollaron un sistema llamado iknal, el cual provee condiciones de tiempo y espacio para que los saberes de los integrantes de una comunidad transmitan sus conocimientos a otros miembros de la comunidad, no necesariamente familiares; poco a poco en la comunidad se forman “expertos” en diferentes temas.

En una comunidad es sabido quién es la persona que mejor conoce de milpa, quién es la mejor bordadora, el cazador, palapero, de alguna comida en especial, etc.

Ellos son reconocidos por sus conocimientos que poco a poco van innovando, pero no lo hacen usando el método científico, sino a través de acumulación sucesiva de experiencias (incorrectamente llamado prueba y error por los investigadores occidentales) y a través de un concepto llamado dinámica sin movimiento.

Algunas de las técnicas usadas por los indígenas para crear e innovar conocimiento están, con un nivel alto de sofisticación: la observación, el idioma especializado, la práctica más que la teoría, el juego en los niños, gran capacidad para transformar cosas complejas en sencillas y fáciles de entender por otras personas. Todo esto se lleva a cabo en un contexto familiar y comunitario. Los niños participan desde muy pequeños en actividades familiares y comunitarias, aunque sea solo observando; no se les excluye ni se les recluye a ciertas actividades “propias” de su edad.

El o la aprendiz en la cultura maya, es parte de la comunidad y del proceso, se prepara para aprender motivado por el deseo de contribuir y pertenecer a su comunidad, recibe conocimientos de quienes tienen mayor experiencia en una forma fluida, flexible y participativa. Todo aprendiz considera que lo que conocerá, y posteriormente innovará, sirve para transformar y contribuir al desarrollo de su comunidad, no solo de su familia.

El aprendizaje por observación se complementa con el tsikbal, el diálogo en su propio idioma el cual es constante y no solo es verbal sino que también es corporal, lleno no solo de conocimientos prácticos sino también de visión de vida, filosofía, interconectando lo que específicamente estaría aprendiendo con otros aspectos de la vida para que su aprendizaje tenga más sentido.

La comunidad y su familia están constantemente evaluando los avances, pero sin presionar; todo aprendiz sabe que su nivel de conocimiento es bueno cuando se le pide que haga alguna actividad por sí mismo, y para lograrlo no tiene que ser de alguna edad específica. Cada aprendiz se entrena a tener alta responsabilidad individual, pero sabiendo trabajar en equipo.

He ahí algunos elementos de las formas de aprendizaje de los indígenas. Si se trata de aprovechar el potencial de este enorme grupo social, ¿Qué tanto de las formas de aprendizaje, construcción/innovación de conocimiento, propios de su cultura, se incorporan en los sistemas de educación a los que accede?

La respuesta a esta pregunta también responde a la otra premisa planteada para los reportes de Víctor M. Toledo y de Rights and Resources Initiative: al desaparecer las formas locales de aprendizaje, también lo hacen los saberes que hoy reconocemos. Una vez más la política pública tiene la respuesta en su cancha.


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