David Brooks
Foto: Afp
La Jornada Maya

Nueva York, Estados Unidos
Miércoles 8 de noviembre, 2017

Todos aquí recuerdan dónde estaban la noche del 8 de noviembre de 2016. Todos recuerdan algo increíble –en su peor sentido para la mayoría, en el mejor para una minoría–: la proclamación de la derrota de una amplia gama de la cúpula política tradicional de Estados Unidos y el triunfo del multimillonario populista de derecha Donald Trump.

Para muchos fue el estreno de la producción más grande del mundo basada en la obra 1984, de George Orwell, libro que se volvió referencia durante esta coyuntura.

Tomó por sorpresa a casi todos, empezando por la candidata demócrata, Hillary Clinton, seguido por analistas políticos, encuestadores, académicos, ex políticos y periodistas. También parece haber sorprendido a Trump y a su círculo, así como a la cúpula tradicional del Partido Republicano, ya que muchos de sus integrantes habían hecho todo lo posible para evitar que asumiera ese día.

Matt Taibbi, reportero de temas políticos de [i]Rolling Stone[/i], ofreció un [i]mea culpa[/i] muy atinado pocos días después de la elección. Al comentar su cobertura del proceso electoral, escribió: "cometí el mismo error que otros reporteros. Me incliné por las encuestas y los medios en lugar de por la gente". Afirmó que estaba seguro que la campaña del magnate, tan llena de escándalos incesantes y declaraciones ridículas, acabaría en una derrota masiva, ya que la "sabiduría convencional" dictaba eso. “Nosotros los periodistas cometimos los mismos errores que los republicanos y los demócratas… estábamos demasiado seguros de nuestra propia influencia, demasiado flojos para buscar escuchar las cosas de primera mano, y demasiado enamorados de nosotros mismos para imaginar que tanta gente nos podría odiar y desconfiar como aparentemente lo hacen”.

Concluyó: "es demasiado tarde para que cualquiera de nosotros pueda componer esta mala lectura colosal y la falta de precaución profesional. Ahora sólo podemos esperar y ver cuánto costará esta falla de visión al público que supuestamente servimos. Igual que los políticos, nuestra chamba era escuchar, pero en lugar de eso hablamos. El mundo podría no perdonarnos nunca por no ver lo que venía".

Trump triunfó, y por amplio margen de 304 votos contra 227 de Clinton en el Colegio Electoral, a pesar de que la mayoría del electorado que participó no votó por él. La demócrata ganó el voto popular por un margen de casi 3 millones de votos, pero en este sistema, donde el voto para presidente no es directo, Trump llegó a la Casa Blanca.

Esa noche es recordada en detalle por políticos y periodistas, no pocos con náusea, con planes para huir del país, y otros comprobando –tanto los de Trump como algunos de los veteranos de la campaña de Sanders– que el país estaba harto de más de lo mismo, sobre todo de la cúpula política imperante. Un delegado republicano en la Convención Republicana comentó a La Jornada ese verano que aunque él y otros no estaban de acuerdo con las tonterías que decía Trump, ese no era el punto. "Él es nuestra bomba, queremos que haga estallar Washington, ya nos cansamos".

Estaban atestiguando una rebelión, y sin un canal de expresión progresista, todo eso lo cosechó el populista de derecha. El cineasta Michael Moore, una de las pocas figuras liberales que había advertido que Trump podía ganar si los demócratas no ponían atención a lo que ocurría abajo, tristemente no tenía más que repetir: "se los dije". El director de [i]The New Yorker[/i], David Remnick, cuenta que esa noche empezó a buscar citas de George Orwell –al igual que miles más– para escribir lo que sería un obituario de la democracia liberal llamado "Una tragedia estadunidense" (para un excelente mosaico de diversas voces de periodistas y políticos ese día, consultar [i]Esquire[/i]).

Reapareció la palabra "fascismo" –primero usada por conservadores al advertir sobre el peligro que surgía de sus propias filas– constatada esa noche con festejos de su triunfo por grupos supremacistas e incluso neonazis en este país.

Tan sorprendente fue que aun después de la medianoche, esperando que Clinton aceptara su derrota, el magnate y sus asesores aún no habían redactado su discurso de victoria, reportó [i]Politico[/i]. Tan sorprendente que el equipo de campaña no había organizado cómo proceder, avanzando con un grupo de gente leal sin experiencia política, incluyendo su familia, sembrando el caos que aún caracteriza –un año después– una Casa Blanca que no se coordina ni adentro ni afuera, esperando el último tuit del presidente para saber cuáles son las órdenes, el desastre o el escándalo del día.

Desde entonces, tanto Trump como Clinton y sus aliados no han logrado dejar atrás esa noche y siguen en disputa.

Clinton insiste, en su nuevo libro, [i]What happened[/i] ([i]Qué pasó[/i]), que su triunfo fue arrebatado por un juego sucio que incluyó la masiva intromisión del gobierno ruso en el proceso electoral y, por otro lado, la decisión del entonces jefe de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI) James Comey de reabrir la investigación sobre los correos electrónicos de la candidata cuando era secretaria de Estado. Más aún, culpa a su contrincante en los comicios internos, Bernie Sanders, de debilitar su candidatura (hoy día, él sigue siendo el político nacional con mayor índice de aprobación).

Mientras, Trump no deja de repetir que no sólo ganó la elección por amplio margen en el Colegio Electoral, sino que hubiera ganado el voto popular si no fuera por millones de sufragios ilegales, que incluyen los de inmigrantes sin derecho al voto. Creó una comisión presidencial que al parecer está investigando el supuesto fraude electoral del cual hay nula evidencia y es descartado por casi todo experto.

A un año de su elección, casi ninguna de sus grandiosas promesas han prosperado en el Congreso controlado por su propio partido, desde la contrarreforma de salud hasta proyectos masivos de infraestructura, pero sí ha logrado promover una serie de iniciativas mediante su autoridad ejecutiva.

Su ofensiva contra los inmigrantes y los musulmanes, tal como lo prometió desde su primer día de campaña, cuando acusó que los mexicanos eran "violadores y delincuentes" y que tendría que construir un muro en la frontera, ha logrado generar un clima de terror entre estas comunidades, atacando con tácticas de persecución y castigo que han sido denunciadas como violaciones a los derechos humanos y civiles de cientos de miles de personas.

A la vez, tratando de desmantelar el legado de Barack Obama (2009-2017), aunque aún no logra anular el [i]Obamacare[/i], sí ha logrado derogar normas ambientales y laborales, así como suavizar y cancelar regulaciones sobre Wall Street. Trump retiró al país del Acuerdo de París sobre Cambio Climático y a partir de hoy, con el anuncio de que Siria se suma al pacto mundial, Estados Unidos es el único país que está fuera.

Continuando con las mismas tácticas de su campaña, Trump ha declarado una guerra contra los medios en general (a excepción de algunos leales), a quienes incesantemente ataca y califica de emplear [i]fake news[/i], alimentando la desconfianza general hacia el periodismo, argumento clave de la estrategia populista de derecha.

Las disputas internas y el caos parcialmente controlado que han caracterizado a esta Casa Blanca han culminado con más de una docena de altos funcionarios cesados u obligados a renunciar, incluido un secretario de gabinete, un jefe de gabinete, su estratega en jefe, un par de jefes de comunicación social, un jefe de prensa, un asesor de seguridad nacional, una procuradora general en funciones, y un jefe de la FBI (Comey). Y cada día hay especulación sobre quién sigue (por ahora, las apuestas son que será Rex Tillerson, secretario de Estado).

A un año de esa elección, hoy ocupa la Casa Blanca un hombre acusado de hostigamiento sexual al menos por 16 mujeres, y que en una conversación privada cuya grabación fue difundida durante la campaña, habló abiertamente de que él podía "agarrar la panocha" de cualquier mujer por ser famoso y poderoso. Trump dice que todas las acusadores mienten.

Según el [i]New York Times[/i], no hay precedente de "un presidente tan mentiroso y que haya generado un clima en el cual la realidad es irrelevante". El [i]Washington Post[/i] reporta que Trump ha hecho mil 318 afirmaciones falsas o engañosas en 263 días de presidencia. Esos rotativos y otros medios mantienen listas de las mentiras que se pueden consultar en: (www.nytimes.com/interactive/2017/ 06/23/opinion/trumps-lies.html; www.washingtonpost.com/graphics/ politics/trump-claims-database/?tid=a_inl&utm_term=.efe56ac03360).

A la vez, en el transcurso del reciente año se han seguido por lo menos cinco investigaciones sobre esta presidencia y la elección de la cual surgió, con la más importante encabezada por el fiscal especial Robert Mueller, quien formalmente presentó acusaciones contra el ex jefe de la campaña y su socio, así como contra un asesor de Trump, y se esperan más en cualquier momento.

Ante todo esto vale subrayar que Trump no representa a la mayoría de este país y es el mandatario más reprobado de la era moderna a estas alturas de una presidencia por amplias mayorías que se oponen a casi toda su agenda, según las encuestas.

Más aún, su elección detonó algunas de las expresiones masivas de resistencia que se recuerden en tiempos recientes, desde las megamarchas convocadas por mujeres 24 horas después de que entró a la Casa Blanca, a manifestaciones masivas de ambientalistas, científicos, inmigrantes y defensores de derechos civiles. Han surgido nuevas alianzas, por ejemplo, entre inmigrantes latinoamericanos y musulmanes contra las iniciativas de Trump en varias partes del país. Aunque algunas de las primeras expresiones masivas de resistencia ya son menos visibles en las calles, hay incesante actividad para construir lo que algunos esperan serán nuevas fuerzas para responder a Trump y todo lo que representa.

Por ahora, está por verse si habrá segundo aniversario de su elección.


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