Talita Bedinelli
La Jornada Maya*

Sao Paulo, Brasil
Viernes 3 de febrero, 2017

Marisa Letícia Lula da Silva, ex primera dama de Brasil y mujer del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva durante 43 años, ha muerto este 3 de febrero a los 66 años tras sufrir, el 24 de enero, un derrame cerebral en su casa de São Bernardo do Campo, una localidad del Estado de São Paulo. Fue ingresada en un centro sanitario local y, después, trasladada al hospital Sirio Libanés, en el centro de la ciudad. Allí se le ha declarado la muerte cerebral.

Marisa Letícia nació en el seno de una familia humilde de inmigrantes italianos en São Bernardo do Campo. Conoció a Lula a mediados de los setenta, en una escena que el expresidente ha recordado muchas veces en público. Él trabajaba entonces como sindicalista en São Paulo. Ella había acudido a la sede del sindicato a que le sellaran su pensión de viudedad: su primer marido, un taxista llamado Marcos Cláudio, había sido asesinado en un intento de atraco. Estaba embarazada. Al verla, Lula abandonó inmediatamente lo que estaba haciendo y fue a atenderla, dejando caer hábilmente su documento de identidad delante de ella de modo que ella pudiera leer que también era viudo. Seis meses después, en 1974, se casaron: él la llamaba “gallega” porque era rubia (en Brasil a los rubios a veces se les llama “gallegos”) y solía bromear sobre que era ella quien llevaba los pantalones en la casa. Tuvieron tres hijos: Fabio Luís, Sandro Luís y Luís Cláudio, además de Marcos Claudio, nacido del primer matrimonio.

La ex primera dama acompañó a su marido en todos los vaivenes por los que atravesó su carrera política. Durante las determinantes huelgas en la zona industrial de las localidades periféricas de São Paulo, a finales de los años setenta, las reuniones del movimiento sindical de Lula, el más importante de los últimos años en Brasil, se celebraban en la casa que el ex presidente compartía con su mujer. Y cuando su marido fue detenido en los tiempos de por la dictadura militar, ella encabezó las manifestaciones de protesta que pedían su liberación. En 1980 participó activamente en la creación del Partido de los Trabajadores (PT). Cuando su marido alcanzó la presidencia en 2002, Marisa Letícia se diferenció de su antecesora, Ruth Cardoso, mujer del presidente Fernando Henrique Cardoso, alejándose del ojo público y rechazando cualquier cargo filantrópico dentro del Gobierno. A ella le gustaba más actuar entre bastidores. Solo en 2011, cuando al el expresidente se le diagnosticó un cáncer y sufría de la enfermedad, ella asumió abiertamente el control sobre lo que hacía su marido, sobre a quién veía y cuánto rato podían hablar con él. Esto no quiere decir que viviera de espaldas a la realidad: una muestra de eso es que en marzo de este año se filtró a la prensa una conversación con su hijo Fabio en la que ella se mostraba indignada por unas protestas contra el Partido de los Trabajadores celebradas antes de la destitución de la prsidenta Dilma Rousseff.

Su vida, para bien y para mal, transcurrió paralela al de su célebre marido. En sus últimos años, como Lula, se vio implicada en las investigaciones del caso Petrobras, que desde hace dos años destapa sistemáticamente la corrupción que ahoga a la clase política brasileña. En octubre resultó imputada, junto a su marido, por disfrutar de un piso de tres pisos en Guarujá, una localidad del litoral del Estado de São Paulo reformado lujosamente por la constructora Odebrecht, implicada también en el caso. A Lula y a su mujer se les acusa de beneficiarse de ese apartamento, que no está inscrito a su nombre, a cambio de unos supuestos favores en forma de contratos a la empresa llevados a cabo por altos cargos de la petrolera. La misma acusación pesa sobre una casa de campo en Atibaia, en el mismo Estado. La fiscalía acusaba a Marisa Letícia de haber comprado dos botes a pedales para esta casa de campo por valor de 5.600 reales (1.770 dólares). Al poco de hacerse pública la acusación, Lula celebró una rueda de prensa para defender a su mujer a la que mencionó, indignadamente, repetidas veces: “Si pudiera, le regalaría un yate”, lloró entonces. Eso era algo que hacía habitualmente cuando hablaba de ella. Y que ha vuelto a hacer ahora.

*(Con información obtenida de El País)


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