“Podemos y sabemos jugar súper bien”, sostuvo la capitana de Las Habas, mientras enseña debajo de su ruana la camiseta de la selección Colombia, de la que es fanática desde niña.
Contreras recuerda con cariño el primer triunfo de su equipo, que les permitió ganar un cerdo como premio. Lo vendieron y repartieron el dinero entre las campeonas.
Como en las labores de la tierra, en una zona dedicada a la agricultura y la ganadería lechera, el galardón se conquista con sudor.
A diferencia del futbol tradicional, el balón oficial de Bota, Ruana y Sombrero, forrado con piel y pelo de vaca, es más difícil de controlar debido a su ligereza.
Y las futbolistas –que forman equipos de 10 jugadoras– deben prestar mucha atención a las particulares reglas: si se les cae el sombrero o una bota sale volando, deben parar, recogerlos y seguir.
Si incumplen la norma, los árbitros, las únicas tres personas de corbata en el evento, suenan el silbato.
“Jugar con botas, con ruana y con sombrero es algo de locos, que realmente ni los más profesionales lo saben”, afirmó Milena Arias, bombera voluntaria y campesina de 42 años que defiende a Las Garrapatas.
Con los comentaristas de fondo, una audiencia de unas 800 personas anima y corea cuando anotan gol. Bailan, gritan y ríen antes de cada partido.
Expuestas al sol, alguna de las jugadoras incluso desfallece en pleno encuentro, que se disputa en un campo de tierra y piedras.
La sed del medio tiempo la sacian con guarapo, jugo hecho a base de caña de azúcar usado en el campo como energizante, pero también como bebida alcohólica.
Reinaldo Mendoza, agricultor de 38 años que asistió al torneo, dice que estas mujeres son unas “verracas” (valientes).
“Son muy trabajadoras y no tienen día de descanso”, destacó.
Foto: Afp
Para muchas participantes, el futbol no se limita al campeonato anual; algunas compiten todo el año en partidos de futbol de salón.
“Es un deporte que nosotras siempre hemos jugado”, dice Arias.
Pero compaginar el día a día en el campo con la pasión futbolera no es fácil. En una jornada normal, las mujeres alistan y llevan a sus hijos a la escuela, se encargan del ganado y de ahí parten para cultivar la tierra. “Y si se presenta algún tipo de emergencia con bomberos, estoy disponible las 24 horas”, aseguró Milena Arias.
Pero el esfuerzo por patear el balón tiene recompensa: sacarlas de la “monotonía”. “Tengo a 10 primas en el torneo”, dice Marta Merchán, pensionada de 58 años. Se merecen “disfrutar de esta maravilla”.
Edición: Fernando Sierra