Babri: un ejemplo de la actual problemática multicultural

La disputa en torno a la mezquita demuestra la intolerancia cultural de la India
Foto: Ap

Cuando diversos credos reclaman un mismo territorio sagrado, ¿cómo se decide quién tiene la primacía? Ésta es la pregunta que desde hace décadas mantiene en vilo a Ayodhya, una urbe cuya sacralidad es disputada por dos religiones. 

La ciudad santa, localizada al norte de la India, saltó a la fama en 1992 cuando un grupo de hindúes arrasó la mezquita de Babri (Babur) por considerar que fue erigida en el lugar donde nació Rama, una de sus principales deidades, y que por lo tanto dicho espacio históricamente les pertenecía. 

Según los atacantes, antes de la construcción de la mezquita, ocurrida durante la conquista islámica de Ayodhya en el siglo XV, en el terreno sacro había un adoratorio dedicado a su dios Rama. Para estos, la existencia de un edifcio hindú más antiguo que el musulmán, sumada a la centralidad que el espacio tiene en su cosmovisión religiosa, sustentaban sus reclamos de dominio del área.

El ataque del 92 inauguró en la India una pugna religiosa que eventualmente dejaría un saldo de dos mil musulmanes muertos y que durante mucho tiempo continuó agitando pasiones hindúes, pues la falta de un posicionamiento oficial respecto al estatus sagrado del espacio en Ayodhya y a las violaciones ocurridas en Babur propiciaron la continuidad del conflicto. 

Pese al estallido de la violencia en su contra, para los musulmanes en Ayodhya, Babri continuó siendo el centro local de su fe. Por más de 400 años la mezquita había fungido como el referente de la vida islámica en la región y los eventos modernos, derivados de su posición como minoría dentro de la India, no lograron evitar que el sitio continuara atrayendo a miles de creyentes que ahí acudían para cumplir con sus obligaciones religiosas.

Para dar fin a la añeja disputa nacional, en noviembre pasado la Suprema Corte de Justicia de la India se impuso cuando dictaminó que, con base en sus “derechos históricos”, el área de la mezquita destruida debía ser cedida a los seguidores de Rama para que erigieran ahí un templo dedicado a su deidad. Fue este miércoles cuando el actual primer ministro indio, Narendra Modi, colocó la primera piedra de lo que será el nuevo santuario hindú de Ayodhya. 

Pese a que la decisión del máximo tribunal y el inicio de la construcción del nuevo templo parecían haber zanjado la discusión entorno al espacio sagrado, miles de voces, en la India y el resto del mundo, se han levantado en los últimos días para señalar que una disputa como la que envuelve a la ciudad santa no puede solucionarse con una orden política. 

Borrando siglos de historia

Quienes se oponen a la decisión judicial, aseguran que son necesarios criterios diferentes a los que las autoridades indias usaron en Ayodhya para definir si una comunidad tiene derechos sobre un espacio sagrado en disputa.

En su fallo, el tribunal supremo argumentó que su decisión tomó en cuenta las prerrogativas históricas que tienen los seguidores de Rama sobre el espacio en pugna, debido a que el templo musulmán fue edificado sobre un antiguo adoratorio hindú. Según esta lógica, es la temporalidad la que otorga primacía final en casos de disputa religiosa. 

Sin embargo, el tribunal no consideró que con un dictamen basado en la temporalidad, los remanentes que yacen debajo de Babur -de los cuales no existe evidencia corroborada- estaban sirviendo para eliminar los 464 años de tradición musulmana moderna presente en Ayodhya. 

Desde su construcción en el siglo XV hasta el día de su destrucción en 1992, pasaron más de cuatro siglos en los que la mezquita de Babri fungió como el centro religioso de la comunidad islámica local. Para los musulmanes de Ayodhya, el templo no era un ícono de la destrucción del pasado hindú, sino un espacio para vivir su fe.

Por lo tanto, la decisión judicial de ceder a los hindúes el disputado espacio basándose sólo en unas supuestas prerrogativas históricas, significó usar el pasado para minimizar abiertamente los derechos religiosos de los musulmanes, que también vivieron y viven en Ayodhya, y beneficiar en el presente a los seguidores de Rama.

El acertijo multicultural

La pugna en torno a la primacía religiosa de Ayodhya no es ni novedosa ni única en el mundo, pues el caso de Babri hace eco a la reciente discusión que despertó la reconversión en Estambul del museo Hagia Sophia en mezquita y la eterna lucha por el derecho a reclamar la sacralidad de Jerusalén. 

Dichos antagonismos son el resultado de la reciente apertura social global y de la introducción del paradigma multicultural en nuevos territorios. Sin embargo, Ayodhya, y el aparente menosprecio en que fue sumida la minoría musulmana local para favorecer a la mayoría hindú, dejan ver que aún hay un gran camino por recorrer para que como sociedad podamos crear comunidades que sean inclusivas y plurales. 

Cuando se presentan diferencias ideológicas, debemos empezar a fomentar soluciones que permitan desarrollar esquemas de inclusión, y dejar de proponer medidas alienantes que segmentan a la población en bandos contrarios y promueven el conflicto intercomunitario, como ocurrió en la India. 

Sólo a través del respeto e inclusión de todas las creencias podremos evitar en el futuro la proliferación de posturas radicales gestadas por choques ideológicos, como ocurrió en Ayodhya, y construiremos una sociedad que no sea, en sí misma, generadora de los conflictos que la dividen. 

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Edición: Gina Fierro


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