En 'El momento del espectador' el observador se vuelve cómplice

Pone en diálogo las obras de importantes museos del continente europeo
Foto: Museo Varsavia

Alejandra Ortiz Castañares

Si nuestro contacto con el arte durante la pandemia de COVID-19 ha sido mediado por una pantalla, se espera la reapertura de las exposiciones en Italia para poder gozar el arte en vivo.

Por la pertinencia del tema en el contexto actual, destaca la muestra El momento del espectador, en la Galería Nacional de Arte Antiguo, exhibición de 26 cuadros con curaduría de Michele Di Monte, que nace con la finalidad de valorizar las colecciones del museo, poniéndolas en diálogo con las obras de otros importantes museos del continente que han prestado más de la mitad.

Esta es una de las exposiciones más importantes, cuya apertura aún está en vilo.

El título de la muestra alude al capítulo homónimo contenido en un libro referencial, Arte e ilusión (1959), de Ernst Gombrich, donde se destaca la importancia del espectador en el proceso artístico. Según el autor, una obra se completa sólo cuando es vista y gozada por el público, porque la imagen se genera en su mente. Dependerá de la habilidad del artista de estimular esas emociones que se imprimen en la corteza cerebral. Ello ha sido comprobado por la neurociencia en años recientes, y los beneficios que otorga el arte en la vida de las personas son igualmente reales (ver los estudios del Premio Nobel Eric Kandel, Reductionism in Art and Brain Science, de 2016).

 

Trucos barrocos

La muestra cataloga en cinco salas los “trucos” de los artistas empleados durante la época renacentista y barroca para atrapar la atención de su público y transformarlo en testigo, cómplice o mirón de la escena.

El nuevo mundo (ca. 1795), del veneciano Giandomenico Tiepolo (1727–1804), introduce la exposición. La escena muestra una multitud enjutada vista de espaldas que bloquea al espectador del cuadro la visión a un acto callejero. El artista nos arroja así a la pintura sin preguntar siquiera. Nos obliga de sopetón a escrutar la tela en la misma posición de los personajes pintados, convirtiéndonos automáticamente en parte del público.

La figura femenina protagoniza la muestra, representada casi siempre como heroína bíblica o pagana, sin idealizaciones, terrenal. Cuando se le muestra desnuda, ostenta en los distintos cuadros erotismo sin reservas. Mira desafiante al público, sin pudor, en la intimidad de la alcoba, a solas o con su amante.

La obra Venus y Marte (1595) de Lavinia Fontana (1552–1614) es un caso claro. Fontana, la artista más conocida de su tiempo, representó un tema muy popular en el género erótico del Renacimiento, inspirada en la Venus Calipigia (que significa de “hermosos glúteos”) de época romana, que levanta provocativamente la túnica por detrás. Sin embargo, ningún artista osó tanto como ella en este cuadro.

La imagen muestra a la diosa con su amante vista de espaldas, mientras Marte le toca el trasero. El observador entra en la intimidad de la escena de polizón, mirándola por el cerrojo de la puerta. Venus se da cuenta de nuestra presencia y se nos queda mirando fijamente, al tiempo que nos ofrece una flor.

Otra de las fórmulas pensadas por los artistas para interactuar con el público es el trompe-l’oeil (trampantojo). Marcos, ventanas y sobre todo cortinas, son elementos pintados comúnmente para establecer un engaño óptico que una el espacio virtual del cuadro con la realidad del observador.

Uno de los ejemplos más elevados en esta técnica es Mujer joven en un marco (1641), de Rembrandt (1606–1669), de la colección del Castillo Real de Varsovia. Atrae no sólo por la excentricidad de la ropa de la retratada, sino por sus manos puestas sobre el marco del lienzo, tentándonos a extenderle nuestra ayuda para que salga del cuadro.

Los pintores recurrieron también al uso de detalles minuciosos para su fin. Un ejemplo, son los cuadros típicos de la pintura flamenca, conocidos por el apego al detalle y a la cualidad narrativa. Es el caso de La Pasión de Cristo (ca. 1470), de Hans Memling (ca. 1436–1494), que muestra una Jerusalén en versión flamenca donde se cumple cada etapa del suplicio de Cristo en la ciudad, como en cómics. El artista eliminó las paredes para permitirnos observar al festín de personajes, gestos, ropajes, objetos y hasta animales, envueltos por un paisaje agreste. Se escruta el universo medieval nórdico solicitando nuestra implicación emotiva en la escena.

Para crear esta compenetración con el artista a través de su obra, se requiere un espectador dispuesto a penetrar a fondo, a desafiarlo en el juego; para ello no es suficiente la simple cualidad perceptiva, sino la preparación del observador, que determine y condicione el valor de la experiencia.

 

Edición: Laura Espejo


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