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Foto: Ap/Archivo
La Jornada Maya

Hochheim am Main
Miércoles 23 de noviembre, 2016

Para Mustafa, lo más difícil del alemán es saber cuándo usar el artículo masculino, el femenino y el neutro. Para Majd es la diéresis. Pero tras haber huido de la guerra, estos dos adolescentes sirios están, por encima de todo, felices de volver a la escuela.

Mustafa, Majd y sus familias forman parte de los cerca de 890 mil refugiados llegados el año pasado a Alemania, de los cuales un tercio son menores de edad. Sobrevivieron a los conflictos en sus países y al difícil periplo por Europa. Ahora este país europeo se enfrenta al inmenso desafío de integrar en su sistema educativo a estos niños, un proceso que tendrá un costo estimado en 2 mil 300 millones de euros por año.

Los obstáculos son considerables, ya que la mayor parte de los nuevos alumnos no hablaban una sola palabra de alemán cuando llegaron y muchos habían perdido meses o incluso años de escolarización debido al conflicto. Además muchos niños siguen sufriendo los traumas de haber vivido en guerra.

"Es un desafío enorme", aseguró Ilka Hoffmann, miembro del consejo de administración del GEW, el mayor gremio de profesores en el país. Para ella, el país debería emplear a cerca de 24 mil nuevos profesores para recibir a los nuevos alumnos, esto sin mencionar que se necesitan psicólogos y consejeros en las escuelas. "Los traumas se expresan de diferentes formas", explicó. "Y estamos mal preparados", indicó.

Mustafa y Majd están inscritos en la escuela Heinrich von Brentano, en Hochheim, una pintoresca localidad cerca de Fráncfort. Este establecimiento puso en marcha clases "intensivas" de alemán para los 22 refugiados escolarizados, cuya gran mayoría viene de Siria, Irak y Afganistán. En esta escuela, como en otros establecimientos del país, la frase de la canciller federal alemana, Angela Merkel ,"Wir schaffen das" (Vamos a lograrlo) no es una simple consigna electoral, es una misión de todos los días.

En la escuela de Mustafa, la atmósfera es jovial pero para el profesor Michael Smiraglia los desafíos son numerosos. Uno de ellos es la diferencia de niveles, ya que mientras algunos alumnos tienen un nivel avanzado, otros todavía no conocen el alfabeto latino. A todo esto se suma la dificultad de trabajar con adolescentes traumatizados, que a veces tienen un comportamiento difícil.

"Me di cuenta enseguida de que el curso 'intensivo' iba ser igualmente intenso para mí como enseñante", contó Smiraglia, mientras sus alumnos leen un texto en un alemán entrecortado y dubitativo. Antes era consejero familiar y ya había trabajado con jóvenes que sufrían traumas, una experiencia que sin duda lo ayudó.

"Tengo alumnos de entre 12 y 15 años que temen por su vida", explicó el profesor. "Para mí es un regalo cuando se abren a mí, me permite comprenderlos mejor y gestionar los comportamientos inadecuados", agregó.

[b]Romper el hielo[/b]

Para los alumnos, el verdadero desafío está todavía por venir, cuando dejen este ambiente protegido de las clases intensivas para integrar las aulas con el resto de los estudiantes, donde los profesores tienen un temario que completar y no tienen ni el tiempo ni las herramientas para ayudarlos de manera individual.

Para facilitar esta transición, los refugiados de la escuela de Brentano pasan varias horas por semana con los estudiantes alemanes en los cursos de inglés, de matemáticas y de deportes. Pero la lengua sigue siendo una barrera. "Los profesores hablan tan rápido, que entiendo muy poco", se lamentó Mustafa.

Sin embargo, esto ayuda a romper el hielo y en este sentido los partidos de fútbol en los recreos son una forma de integración. "Jugamos juntos y así mejoramos nuestro alemán", dijo Mustafa.

Los adolescentes extranjeros reconocen que de todas formas tienden a juntarse entre ellos. "No tengo mucho contacto con los niños alemanes", dijo Marjan, una joven de 14 años originaria de Afganistán. Pero todo el mundo es muy simpático", aseguró.

Una de las principales diferencias con su antigua escuela es que se trata de un establecimiento mixto. "Esto está muy bien", opinó la chica. "Nos entendemos mejor cuando aprendemos todos juntos", dijo.

Mustafa, en cambio, no parece tan convencido. Cuando los chicos y las chicas están juntos, "ellos sólo piensan en decir 'te quiero' y no estudian. ¿No tengo razón?", se interrogó con una sonrisa tímida, mientras sus compañeros se morían de risa.

Volver a la escuela permite a estos estudiantes volver a tener planes de futuro. Mustafa quiere ser piloto, ya que cree que es imposible seguir la carrera que de verdad le apasiona: el karate. Marjan duda entre ser abogada o maquilladora y Majd quiere ser policía.


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