Foto y texto: David Brooks
La Jornada Maya

Cleveland
Miércoles 20 de julio, 2016

En el centro de Cleveland las calles están inundadas de delegados republicanos y sus familias. Y puesto tras puesto de vendedores de propaganda en favor del abanderado o en contra de su rival, Hillary Clinton, en lo que es un festejo popular trumpista.

De pronto irrumpen pequeñas agrupaciones de opositores que pasan o marchan, y en la plaza pública hay intercambios tensos, pero no violentos, entre activistas pro y contra Trump. Esta tarde la policía se movilizó en masa detrás de una marcha de contrincantes, quienes caminaron por las calles del centro.

Alrededor de éste, jóvenes pro Trump portan carteles, los cuales afirman: El socialismo apesta (socialism sucks), y camisetas que dicen: Mercados libres, pueblos libres. Un señor lleva un letrero con una dirección de un portal digital que se llama “Monumento a las víctimas de inmigrantes ilegales”, con cientos de nombres. La organización que lo patrocina es Empleos y Justicia de Ohio.

Los delegados se pasean. Al toparse con unidades policiacas de la ciudad y de varios estados más (California, Georgia e Indiana, entre otros que enviaron más de 2 mil elementos para apoyar a las fuerzas locales), les dan las gracias por todo lo que hacen.

Hay imágenes de algunos turistas políticos armados. La tensión sigue por la idea de que en cualquier momento algo puede ocurrir, ante tantos ciudadanos que llevan armas, pero hasta el momento no ha habido balaceras.

Mientras tanto, el libre mercado florece. Los comerciantes ambulantes (algunos afroestadunidenses, quienes obviamente no apoyan al candidato, pero no tienen problema en bajarle una lana a los anglosajones entusiasmados) se dedican a vender gorras, prendedores, muñecos y carteles del nuevo héroe. Por todas partes está el lema oficial: “Haz grande de nuevo a América”, pero también el de Hillary Clinton, para la prisión 2016.

Algunos ofrecen productos especialmente fabricados para estos días: cereales (Hillary Crunch y Trump Flakes) y calcetines (aunque podrían ser mal usados para pisotear al candidato en cada paso).

Un predicador blanco anti-aborto está en la calle Euclid, en el centro, ofreciendo un mensaje de cómo Dios odia a los que permiten esa práctica, y también a los gays. De repente, en un segundo piso se abre una ventana. Una joven afroestadunidense, con una de esas voces maravillosas que se escuchan a larga distancia, se asoma y empieza a retar al predicador: No necesitas juzgar el pasado ni el presente de otra gente. El amor de Dios te transforma, no el odio que predicas. El debate crece. El hombre le grita que baje, que no se vale, y dice: Tengo boletos al paraíso. La mujer no deja de denunciar el mensaje religioso de odio. Policías se arriman. Se junta una bola de ciudadanos para escuchar el diálogo divino.

“Fuck Trump”, grita una afroestadunidense a delegados vestidos con símbolos patrióticos. Se asombran y después se asustan. El grito se repite. Esta es una ciudad de mayoría afroestadunidense, y los invasores políticos son abrumadamente blancos.

Pero también es una urbe de migrantes, construida por ellos, como casi cualquiera de aquí. Un taxista cuenta que su padre ayudó a edificar una de las viejas torres del centro, y deja entender que es simpatizante de Trump, al decir que está en contra de permitir el ingreso de indocumentados a este país. Pero al narrar la historia de su familia revela, sin darse cuenta, que su abuelo llegó de Grecia a Estados Unidos a los 16 años, sin documentos. Tuvo que pedir prestados 20 dólares a un pasajero de su isla para sobornar al agente de aduanas de Nueva York.


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