Armando G. Tejeda
Foto: Afp
La Jornada Maya

Sábado 23 de abril, 2016

En el 400 aniversario de la muerte de Miguel Cervantes, en un escenario como el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, una de las centros del saber más antiguos de la humanidad, el escritor mexicano Fernando del Paso se convirtió en el sexto escritor mexicano en recibir el considerado como el Nobel de Literatura en lengua española.

Su discurso, que ya forma parte de la historia más noble de las letras, además de las evocaciones y metáforas poéticas también tuvo un alto contenido político y de denuncia. Y una advertencia muy clara: “el principio de un Estado totalitario” en México, que a su entender vive una regresión flagrante en el respeto a los derechos básicos y una etapa de decadencia preocupante.

Del Paso, vestido de traje y corbata, pronunció uno de los discursos más vibrantes y combativos de los últimos años en uno de los días más señalados para rendir tributo a la palabra y al pensamiento: el Día del Libro, que coincide además con la muerte del escritor de referencia de nuestra lengua, Miguel de Cervantes.

Tras los agradecimientos protocolarios, Del Paso inició la lectura del que quizá se convertirá en uno de los discursos más importantes de su vida como escritor, precisamente el que le convertirá en un Premio Cervantes más, una distinción que sólo la han conseguido los más grandes literatos de nuestra lengua en las últimas décadas, como Jorge Luis Borges, Octavio Paz, Juan Carlos Onetti, Carlos Fuentes, Camilo José Cela, Sergio Pitol, Nicanor Parra, José Emilio Pacheco, Adolfo Bioy Casares y Elena Poniatowska, entre otros.

En sus palabras hubo primero un recuerdo para el día en que conocía la noticia del premio. “La del alba sería, cuando timbró el teléfono de mi casa y yo pensé que si no era una tragedia la que me iban a anunciar, sería la malobra de un rufián que deseaba perturbar mis buenas relaciones con Morfeo, o quizás el mago Frestón. Pero no fue así, por ventura: era mi hija Paulina quien desde Los Cabos, Baja California, me anunciaba haberse enterado que me habían otorgado este premio, lo cual me colmó de dicha pese a que desde ese instante las múltiples llamadas telefónicas que recibí por parte de amigos, parientes y periodistas, incluyendo los de España, para ratificar la gran nueva, no me dejaron volver a pegar el ojo. Yo, ni tardo ni perezoso acometí de inmediato la empresa de despertar a cuanto amigo y pariente tengo para informarles lo que me habían comunicado”.

Una vez hecha la rememoración a un día de alegría y fulgor, Del Paso, quien por una grave enfermedad tuvo que permanecer tres años en silencio, asumió el reto del momento histórico de su discurso y sin más dilación se refirió a lo que más quería señalar un día como hoy, en el que todas las autoridades españolas le miraban con atención, el día en el que centenares de medios de comunicación transmitían su discurso en directo.

Y fue entonces que lanzó uno de esos diagnósticos que justifican la honda preocupación que siente por México: “Las cosas no han cambiado en México sino para empeorar, continúan los atracos, las extorsiones, los secuestros, las desapariciones, los feminicidios, la discriminación, los abusos de poder, la corrupción, la impunidad y el cinismo. Criticar a mi país en un país extranjero me da vergüenza.

Pues bien, me trago esa vergüenza y aprovecho este foro internacional para denunciar a los cuatro vientos la aprobación en el Estado de México de la bautizada como Ley Atenco, una ley opresora que habilita a la policía a apresar e incluso a disparar en manifestaciones y reuniones públicas a quienes atenten, según su criterio, contra la seguridad, el orden público, la integridad, la vida y los bienes, tanto públicos como de las personas. Subrayo: es a criterio de la autoridad, no necesariamente presente, que se permite tal medida extrema.

Esto pareciera tan solo el principio de un estado totalitario que no podemos permitir. No denunciarlo, eso sí que me daría aún más vergüenza”.

Además de los Reyes de España, Felipe VI Letizia, se encontraban en el Paraninfo el presidente del gobierno en funciones, Mariano Rajoy, y numerosas autoridades públicas españolas, así como los representantes del gobierno mexicano, encabezados por el secretario de Cultura, Rafael Tovar y de Teresa, y por la embajadora de México en España, Roberta Lajous.

Después, una vez hecha la denuncia hacia el gobierno de Enrique Peña Nieto y su deriva “totalitaria”, Del Paso se remontó a su propio nacimiento para celebrar que gracias a eso utiliza el idioma español como medio de comunicación: “Nací en el ámbito de la lengua castellana el 1º de abril de 1935 en la ciudad de México.

“Felicidades señora, es un niño”, dicen que dijo el médico que estaba exhausto de maniobrar una y otra vez con los fórceps, antes de ponerme no de patitas sino de orejitas en el mundo y quién al ver por primera vez mis entonces diminutos órganos reproductores, coligió con gran perspicacia que yo era un varón, rollizo no, pero tampoco escuálido: yo no quería nacer y a veces todavía pienso que no quiero nacer. Me cuentan que lloré un poco y ¡Oh, maravilla! lloré en castellano: y es que desde hace 81 años y 22 días, cuando lloro, lloro en castellano; cuando me río, incluso a carcajadas, me río en castellano y cuando bostezo, toso y estornudo, bostezo, toso y estornudo en castellano. Eso no es todo: también hablo, leo y escribo en castellano”.

Del Paso evocó al poeta Miguel Hernández como uno de los detonantes de que su vocación fuera la escritura: “Los maravillosos sonetos de Miguel Hernández me motivaron a escribir Sonetos de lo diario, publicados por Juan José Arreola en “Cuadernos del Unicornio” en 1958. Pero en realidad mi primera incursión en el mundo castellano tuvo lugar cuando era yo muy peque: “Nano Papo quiee cuca pan quiquía”, que mi madre interpretaba fielmente: “Nano Papo” era: “Fernando del Paso”, “quiee cuca pan quiquía” quería decir “quiere azúcar pan y mantequilla”. Algunas tías malhumoradas, pronosticaron que yo no iba a dar pie con bola con el lenguaje.

Se equivocaron de palmo a palmo. Poco después, al parecer insatisfecho con el eufemismo familiar que se le asignaba a los glúteos, los llamé “las guinguingas” y pronto este neologismo fue adoptado por toda la familia. La publicación de los Sonetos me sirvió para conocer a Arreola y a Juan Rulfo, quien sabía todo lo que había que saber sobre novela mexicana, española, rusa, inglesa, italiana, alemana, y, en fin, sobre novela mundial”.

El novelista y poeta mexicano añadió: “Hace mucho tiempo el joven poeta mexicano tabasqueño, José Carlos Becerra, obtuvo una beca Guggenheim y con ella se fue a Londres con el propósito de comprar un automóvil con el cual recorrer toda Europa.

Una madrugada, camino a Bríndisi, en Italia, no se sabe qué sucedió: tal vez se quedó dormido al volante, el caso es que se desbarrancó y se mató. Yo llegué también con mi beca Guggenheim a Londres pocos meses después y me alojé en la casa del mismo amigo mutuo, Alberto Díaz Lastra, en donde él se había alojado. Allí, José Carlos olvidó una camisa que yo heredé.

Desde entonces, cada vez que yo sentía pereza de escribir, desánimo o escepticismo, me ponía la camisa y comenzaba a trabajar. Consideré que yo tenía un deber hacia aquellos artistas, hombres y mujeres, cuya muerte prematura les impidió decir lo que tenían que decir.

Por eso esa camisa tiene tanta importancia en mi vida. Depositarla en la Caja de las Letras no significa que no vuelva yo a escribir: la magnificencia e importancia del Premio de Literatura Española Cervantes, me obliga moralmente a hacerlo y así lo haré: me pondré la camisa, así sea metafóricamente, una y otra vez, hasta que se acabe (no la camisa sino mi vida)”.


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