La Jornada Maya

19 de febrero, 2016

La primera página de este reporte es la portada de un "número cero". Sólo pocos, entre los que te encuentras ahora tú, la han visto. En el argot periodístico, un "número cero" es una edición que no circula, que nace y muere en una redacción.

Un "número cero" se realiza antes del lanzamiento oficial de un periódico o de una revista, o también en un proceso de rediseño gráfico, en donde un medio impreso ya establecido cambia o renueva su imagen. El caso del «Expreso» que hoy te comparto ese fue el caso.

A mí me ha tocado dirigir varios de estos números y, créeme, son un parto; un verdadero parto. Me tocó el rediseño del [i]Diario de Yucatán[/i] y la creación del periódico popular [i]La I[/i]. Fuera de México, [i]el cambio gráfico del Expreso[/i] y [i]El Colombiano[/i].

Para un enamorado de la profesión, no hay momento más emocionante que bajar a las rotativas y tomar, con la tinta aún fresca, uno de estos ejemplares. El papel está húmedo, y el ruido de las máquinas no te deja comentar con tus compañeros acierto y errores.

Es un momento de introspección casi religiosa, que por lo general se registra en la madrugada, cuando ya estás intoxicado de café y ronco de tanto maldecir. Un resabio del pasado, un sacramento de una profesión que no nos sobrevivirá.

La vida de un "número cero" es efímera. Por lo general, se imprimen unos cuantos cientos, y se mantienen en resguardo. ¡Imagínate que uno salga a la calle y lo vea la competencia! Sólo lo pueden tener los capitanes del arranque o del cambio; el resto, se quema.

Al día siguiente, el equipo se reúne en torno al ejemplar, en una rara práctica en la que se destruye el ejemplar. Literal y metafóricamente hablando. Los jefes ahí deben ser despiadados, implacables. No hay elogio que valga, aunque todos coincidan en que el producto es, por mucho, mejor al que está llamado a suplantar.

El entusiasmo de ver materializado el fruto de tanto esfuerzo se esfuma por completo ante las rudísimas críticas de los encargados, en un amargo papel de capataces. Pero esa carajiza tiene una razón. Los periodistas somos masoquistas, entendemos a golpes; nos gustan las redacciones marciales.

En un proceso de este tipo no hay un único "numero cero", sino varios. Y así es cómo se perfecciona el producto, que el primer día sale impecable. El trauma que genera esta experiencia marca a muchos, por lo que es recomendable que el equipo que encabece los cambios sea [i]outsider[/i]. Son tantas las mentadas, tanto el empuje, que no hay respeto profesional que valga.

A mí, en lo particular, un reportero ecuatoriano al que le llamé la atención quiso congraciarse regalándome una especie de aguardiente tradicional. Lo acepté, pero nunca lo bebí. Días después de ese presente, en el mismo medio comenzamos a reportar muertes por intoxicación de esa misma marca de licor. Aún conservo la botellita, por si acaso.

Otro miembro de este clan, un día recibió una llamada de un medio al que acababa de relanzar. Al contestar, escuchó, a lo lejos, alguien que decía "¿Listos, chicos…?"; segundos después, un coro de una veintena gritaba al teléfono: "¡Echeverry: Chinga tu madre!".

Un "número cero" no es sólo un ejemplar: es la materialización de una profesión que se extingue y que desde ya se añora. Por eso, cuando leí que el próximo 9 de abril saldrá a la venta la nueva novela de Umberto Eco, titulada precisamente [i]Número Cero[/i], tuve un pequeño espasmo, una muerte chiquita. Poco aún sé de ese libro; esto es lo que investigué:

***

Los perdedores y los autodidactas siempre saben mucho más que los ganadores. Si quieres ganar, tienes que concentrarte en un solo objetivo, y más te vale no perder el tiempo en saber más: el placer de la erudición está reservado a los perdedores.” Con estas credenciales se nos presenta el protagonista de Número 0, un tal Colonna, un tipo de unos cincuenta años, baqueteado por la vida, que en abril de 1992 recibe una extraña propuesta del señor Simei: se trata de convertirse en subdirector de un periódico que se va a titular “Mañana” y que de alguna manera va a adelantarse a los acontecimientos a base de suposiciones y mucha imaginación. El periódico tendrá un talante popular y un estilo muy cercano al público lector: frases simples, resultonas, que atrapen la atención de quien quiere enterarse de las cosas pero no está dispuesto a pensar. Este supuesto periódico nunca saldrá a la luz, pero sus 12 “Número 0” servirán a quien está financiando a Simei para chantajear a los banqueros y políticos de turno y entrar en las altas esferas del poder. Si finalmente la operación falla, Colonna será el encargado de escribir un ensayo donde se cuenta la “verdadera” historia de un periódico que nunca vio la luz porque su voz honesta ha sido acallada por la casta y naturalmente el libro lo firmará Simei. Colonna, que hasta la fecha ha malvivido como documentalista para distintos periódicos y editoriales, y en palabras de su ex mujer es un perdedor compulsivo, acepta el reto a cambio de una cantidad considerable de dinero, y arranca la aventura. Una novela inteligente, divertida y perversa, donde el límite entre la realidad y la mentira, si es que existe, no importa. En ella hay aventura detectivesca, hay amor, pero sobre todo juego. Incluso el lector se convierte en una víctima más de este juego: nada nuevo se nos cuenta, pero la manera en que Eco nos lo cuenta hace que sigamos la trama a uña de caballo, queriendo saber más de algo que ya nos han contado mil veces.

En una charla entre Eco y Saviano, publicada por la revista [i]L’Espresso[/i], el semiólogo recalca que no quiso escribir un “tratado de periodismo”, sino más bien contar una historia sobre los límites de la información, sobre cómo funciona una máquina para enfangar y no tanto sobre el oficio de informar. Una historia amarga y grotesca que se lleva a cabo en Europa desde el fin de la guerra a nuestros días


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