Claudia Herrera
Foto: Guillermo Sologuren
La Jornada Maya

Ciudad de México
Martes 26 de septiembre, 2017

El colegio Enrique Rébsamen se convirtió en una trampa imposible de desalojar y de recibir auxilio después del temblor del 19 de septiembre.

Evelyn de la Cruz, única mamá que estaba en la puerta a las 13:14 horas de ese martes, y que resultó herida, hace una crónica de cómo perdieron valiosos minutos en abrir un portón eléctrico controlado desde un conmutador del edificio que se derrumbó, una pequeña puerta bajo llave y otra más de emergencia, tapada por autos.

Otra parte de su historia, relatada al diario, es sobre el comportamiento del personal docente y administrativo, que pareció no seguir ningún plan de seguridad. Narra que varios profesores se quedaron pasmados, salvo cuatro: la de educación física, el de historia, de formación cívica y ética y una de primaria, quienes corrían salvando niños.

‘‘Estaba en la puerta antes del temblor; quité los conos para estacionar mi camioneta y cuando me voltee escuché el choque de los vidrios, de las piedras y vi esa nube de polvo. Volé, caí de rodillas, no sé si fue porque explotó el tanque de gas, y empecé a gritar: ¿Están bien?

‘‘Otra mamá que estaba en un coche me agarró la mano, me jaló para la puerta y nos unimos a varios hombres para derribarla. Nos hacíamos para atrás, aventábamos todo el cuerpo y nos volvíamos a hacer hacia atrás. Logramos abrirla unos centímetros, porque estaba cerrada eléctricamente y las otras llaves estaban en una oficina del edificio que se cayó.
‘‘Vi a los niños pegados a la pared, las maestras dispersas, no los atendían.

‘‘En el video (el más difundido en redes sociales) la que grita el nombre de su hijo soy yo, y entonces una niña me dijo: quinto de primaria no alcanzó a bajar, es el grupo de mi hijo.

‘‘Me fui a las escaleras metálicas y alcancé a ver a mi hijo; lo tomé de la mano y es cuando él se dio cuenta de que iba herida, sangrando del brazo y de la espalda.

‘‘Un compañerito de él, Diego, iba colapsado y lo agarré de su carita y le dije: ‘Diego, no llores, pon atención, tienes que escuchar y salir de aquí’. Pensé que el otro edificio se iba a caer.

‘‘Corrimos y vi perfectamente a todas las maestras, porque llevan uniforme; estaban deambulando y varios niños parados o hincados frente a un muro.

‘‘Vi que un joven empezó a patear la puerta de la calle de Las Brujas. También estaba cerrada con llave. El hombre logró abrir y empezó a gritar que salieran por allí. Las primeras en abandonar el lugar fueron las maestras. Por eso siento tanto coraje; dejaron a los grupos abandonados.

‘‘Yo agarré a mi hijo y él exclamó: ‘huele a gas’. Me imagino que era del tanque de la casa de miss Mónica (García Villegas, la dueña del colegio). Me salí, vi hombres corriendo y les dije: ‘aquí hay niños’. Lo sabía, porque antes del temblor me acerqué a la puerta, oí que los de kínder jugaban, luego su grito de horror y después ese horrible silencio.

‘‘Los hombres se acercaron y dijeron: ‘están llorando’, y alcanzaron a rescatar a cuatro o cinco chiquitos. A la directora, miss Bety (Beatriz García), que andaba deambulando, le entregué a dos niños, porque ella nunca los agarró de la mano. Dicen que estaba en estado de shock, pero cuando vio a su hijo se soltó llorando y le dijo: ‘¡qué Dios te bendiga!’ O sea que sí reaccionó.

‘‘Los alumnos caminaban llorando, solos. A otro, de nombre Diego, lo agarró mi hijo y lo sentó en la banqueta. Él gritaba: ‘mi hermano, mi hermano’. No había maestras y las contadoras salieron bien peinaditas. Por eso tengo tanto coraje con ellas.

‘‘Sólo el maestro de historia de secundaria; miss Mirna, de quinto de primaria; la de educación física, que estaban empolvados, corrían por cada niño y lo regresaban. El de historia le dio su celular a una niña y se subió a los escombros para sacar a los de secundaria. A una, que quedó muy herida, le quitó una loza de concreto.

‘‘La puerta eléctrica se abrió completa hasta que llegaron los policías federales que entraron al patio de primaria. Los de la Marina iban marchando en fila hacia la secundaria y los bomberos se fueron al kínder. Llegaron rápido, dentro de mi tiempo.

‘‘Cuando vi sus playeras grises que decían: Marina, le dije a mi hijo: ‘estamos a salvo’. No es cierto que los de la Armada no hicieron nada: se treparon entre los escombros.

‘‘A mí nadie me va a contar y voy a dar mi testimonio a la procuraduría. ¿Cómo vas a tener varias casas encima de la escuela y un enorme tanque de gas?, ¿cómo vas a tener una puerta cerrada eléctricamente y muchas con llave?, ¿cómo no supieron qué hacer tantas maestras?

‘‘Me dicen: ‘pero tú hijo está vivo, por qué quieres que se investigue’. Sí, pero él estuvo ahí. Quiero que los responsables sientan esa angustia que yo sentí cuando no podía abrir la puerta. Quiero que sientan y que lloren el dolor de esos padres.’’


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