Rosa Elvira Vargas
Foto: Diana Manzo
La Jornada Maya

Cintalapa, Chiapas
Domingo 17 de septiembre, 2017

Sólo tierra se respira aquí. La de calles y la de casas caídas. Y en aquellas viviendas que apenas siguen en pie, unas letras y números en la fachada se corresponden con un papel que sus habitantes atesoran, guardan celosos, pues de ese documento depende la posibilidad de tener otra vez una casa.

Aquí la constante es la destrucción de las viviendas. Una tras otra. Las que son sólo ruinas suman muchas más. Paredes cuarteadas, desprendidas. Inhabitables casi todas.

Los soldados y marinos –algunos los hay nativos de esta zona; se fueron para buscar un mejor ingreso y ahora regresan a recoger los escombros de las casas de sus paisanos– de plano le responden al presidente Enrique Peña Nieto que ya han perdido la cuenta de en cuántas casas han debido retirar los despojos en tanto llega la maquinaria para limpiar los terrenos e iniciar la reconstrucción.

El mandatario camina entre zanjas. Atraviesa de un lado a otro de las aceras delimitadas por cordones de seguridad. La gente cuenta sus historias. No se queja de falta de comida. Pero reclama atención para aquello que les arrebató la fuerza del temblor del pasado día 7. Y como no se arredran, sobre todo las mujeres, piden a las autoridades poner también los ojos en sus carencias de siempre: la luz falla mucho por la falta de adecuados transformadores, no hay medicamentos en las unidades médicas para atender a hipertensos y diabéticos. Y así…

Como en todas las giras a Chiapas y Oaxaca a raíz del sismo, el mandatario viene, dice él, con los "meros, meros" de las dependencias. Y entonces, ahí mismo, el director del IMSS, Mikel Arreola, y el director de la CFE, Jaime Hernández Martínez, deben aplicarse personalmente de levantar la petición e incluso de hacer aparecer, como por arte de magia, algunas de los medicamentos faltantes.

Desde la batea de una camioneta, en el centro de este lugar de alrededor de 3 mil habitantes, el presidente Peña les pregunta si ya han recibido víveres y destaca la movilización de importantes contingentes del gobierno federal a Oaxaca y a Chiapas para asistir a los damnificados por el sismo. Les pide levantar la mano a quienes ya les censaron la casa. Y habla de los comedores instalados por el Ejército y la Marina para dar comida caliente, y de las unidades médicas móviles desplazadas hasta acá.

Remarca que la próxima semana se iniciará la reconstrucción. "No están solos", repite como en todas las comunidades que ha ido a recorrer en estos días.

Entonces les recuerda que la ayuda para vivienda no será para todo el pueblo, sino exclusivamente para quienes resultaron afectados por el temblor. Pide a la gente vigilar que eso se haga así. "Chequen que llegue realmente a la gente que está damnificada", insiste.

Precisa: esos apoyos (las despensas, sobre todo) se darán de forma temporal; el tiempo necesario, pues también se requiere reactivar la economía local, los pequeños comercios.

De entre la multitud, un grupo insiste en llamar su atención para pedirle que vaya a Arriaga, donde también el saldo de daños es muy grave. Peña habla de su interés por visitar otros lugares con afectaciones. Asegura seguirá viniendo no sólo para manifestar su solidaridad. "Vendré con presencia regular para ver cómo va la reconstrucción, porque al ojo del amo, engorda el caballo", apunta para regocijo de la gente.

Cae la tarde en Lázaro Cárdenas. Es 15 de septiembre. El presidente pregunta desde el micrófono si aquí habrá ceremonia del Grito de Independencia. La gente dice que no, porque, señala con sorna una mujer, “ya gritamos antes…”.

Entonces el Presidente utiliza su investidura. Sin bandera ni boato de escolta militar o fuegos artificiales; es más, sin bandera siquiera, decide. Da el Grito. Lanza vivas a algunos de los héroes patrios. La gente responde. Y se oye más fuerte cuando exclama: "¡Viva Cintalapa!".

Aquí el paso de los días ha secado las lágrimas, y el susto se reaviva sólo cuando la gente narra su experiencia de aquella noche. Así lo cuenta doña Estela, ya de salida de la concentración donde escuchó el discurso y la arenga presidencial:

“Yo y mi esposo nada más estábamos ahí, los dos viejitos. Estábamos dormidos. Estamos viviendo en el cuartito de atrás. En la casa ya no estamos habitando porque sigue cayendo escombro. La casa ya tiene años, la compramos ya hecha. Era de adobe. En otros temblores no nos había pasado nada porque no había sido tan fuerte como hoy. ¡Sacudiones! Yo y mi viejito salimos corriendo y nos zangarriaba el temblor. Yo tengo 72 y mi esposo tiene 74. Él se llama Porfirio. El temblor duró bastante. Vivimos con lo que nos dan del setenta y más; ese apoyo nomás nos dan”.

Ella dice que no entiende lo que significan las letras y números colocados en la fachada de su casa. Pero el viernes mostraba ese papel donde consta que ya no tiene casa.


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