Eleazar Ramos Villaseñor
La Jornada Maya

Tlaquepaque, Jalisco
Domingo 5 de marzo, 2017

El oficio del pajarero, conocido también como “Los pajaritos de la suerte”, es una ancestral y mexicanísima tradición que se niega a desaparecer gracias al cariño y al tesón de quienes lo ejercen.

En el país son contadas las personas que se dedican a esta colorida labor, en la que el personaje principal es un pajarillo entrenado para salir de su jaula y con su pico seleccionar un papelito en el que viene inscrito un pensamiento que señalará “la suerte” de las personas.

Es en una de las céntricas calles del Pueblo Mágico de Tlaquepaque, Jalisco, al occidente de México, donde estos personajes se encuentran distribuidos.

El pregón de quien ejerce el oficio de pajarero es muy singular. Su grito y singular labia atraen a parejas de novios, esposos, personas de edad avanzada, adolescentes y hasta niños.

Las coloridas jaulitas adornadas y en cuyo interior se encuentran dos pajaritos, listos a la convocatoria del “pajarero” para salir a trabajar sobresalen en este perímetro de Tlaquepaque en donde algunos miembros de la familia Avilés Casillas llevan años ejerciendo el oficio.

La sesión, es decir, la lectura de la suerte tiene un costo de 10 pesos que con gusto y curiosidad desembolsan turistas y curiosos.

Y son “El chimino” o “El gurrumino”, los pajarillos encargados de seleccionar el papelito de la suerte de entre los cientos que les entrega un “astrólogo”.

En un recorrido realizado por las calles de este poblado jalisciense, se nos informó que algunos integrantes de la familia Avilés Casillas son quienes ejercen el oficio de pajarero.

La líder de esta tradición es doña Dolores Casillas, una agradable mujer que está cerca de cumplir 100 años de edad y que desde hace 90, se dedica a este oficio.

“Yo nací en 1921, dice aún muy lúcida la señora Dolores, y desde los 10 años me dedico a este trabajo. De chamaquita me fui a radicar a la Ciudad de México a vivir con una hermana.

Evocó que fue el primo de una amiga quien le enseñó a educar pajaritos y desde entonces lo aprendió, “me regresé a Guadalajara para comenzar a trabajar en ello”.

Dijo que con el tiempo ella le enseñó a su esposo a aleccionar pajaritos y de ello viven.

Subrayó que desde niña adora a los pájaros, pues los considera unas aves sumamente inteligentes y cantan muy bonito.

“Yo los amo, son muy inteligentes. Ellos tocan la campana, se toman la copa, besan la novia, bailan y entregan los papelitos”, dijo doña Dolores.

Cabe señalar, que arriba de cada una de las jaulitas de estos pajareros de Tlaquepaque, les mandaron a hacer en madera la Catedral de Guadalajara, así como una réplica en miniatura de una copa plástico, una campana, y de un muñequito.

El acto consiste en que el pajarero llame a una de las dos aves para que tome de la copa, toque la campana o le dé un beso al muñequito. Y como premio se les da alpiste en su piquito.

“Esta es una tradición familiar, mi esposo y yo le enseñamos a nuestros hijos y ahora ellos hacen los mismo con los nietos.

Añadió que mientras se mantenga la tradición familiar, “este oficio no se va a morir, aunque ya quedemos pocos”, añadió sonriendo la señora Lolita, como la conocen todos los vendedores ambulantes que también dan vida a estas calles tapatías.

Doña Dolores añadió que este es un negocio con sus altas y sus bajas, como cualquier otro; sin embargo, sorprendió al señalar que cuando los días son buenos, llegan a ganar entre mil 500 a dos mil pesos diarios.

“Hay días buenos y días malos, pero el chiste es buscarle, además de estar aquí estamos a un lado de El Abajeño, un restaurante donde mi otro hijo también está con sus pajaritos.

“Gracias a Dios de esto vivimos y pues es lo único que sabemos hacer y lo disfrutamos”.

Comentó que en este tiempo ha conocido de todo tipo de personas y eso es lo más bonito de su oficio.

Destacó que han tenido contacto con gente de diversas nacionalidades, ciudadanos estadunidenses, chinos, mexicanos, etcétera.

Han atendido personas comunes o hasta artistas, políticos y deportistas, “cuando vienen artistas ellos son los que se toman la foto con nosotros”.

Es tan reconocida la popularidad de la familia Avilés Casillas, que uno de sus hijos trabajó con sus pajaritos en el programa “La hora del gane”, con la fallecida conductora Kippy Casado.

Se trata de don Enrique Avilés, el famoso “Gurrumino”, quien actualmente cuenta con 55 años y con la alegría por la vida de un joven de 20.

“Yo tengo 50 años de trabajar en el oficio de los pajaritos de la suerte.

“Mi madre nos ha enseñado a vivir de esto. Ella fue la que trajo este negocio a Guadalajara”, comentó el hijo de doña Lola, quien tiene su “negocio” a escasos 10 metros de distancia del de su madre.

El señor Enrique, que se hizo popular como “El Gurrumino” del programa de Kippy Casado, afirmó que la clave de este negocio, es tratar bien a los animalitos, como les llamó a sus pajaritos.

“Primero hay que bautizarlos, uno de ellos se llama “Lucero”, y el otro es “Kalimán”, señaló sobre las aves que tiene a su cuidado.

“Todos los días hay que platicar con ellos y ellos entienden muy bien, se les da su alpiste, su manzanita o su zanahoria y todos contentos”.

Recordó que cuando él se inició en esto, cobraba 5 centavos por la lectura de la cartita.

“Ahorita ya cobramos 10 pesitos, pero no nos va mal, como en todo y aunque en muchos lados este oficio está muerto, aquí en Guadalajara no se va a extinguir porque sigue la familia, mis sobrinos y mis hijos”.

Sobre la inversión que realizan, además del escenario donde el canario hace su numerito cada vez que le piden una cartita, don Enrique señaló que los papelitos se los hace un astrólogo de la Ciudad de México.

“Nos lo manda un astrólogo que conocemos desde hace tiempo y aunque mucha gente no nos cree, él le ha acertado a muchas cosas, por ejemplo le ha dicho a varias personas que se sacarán la lotería y sí resultó. Uno de ellos vino y me dio un dinerito porque el pajarito le sacó un papelito donde decía que se iba a sacar la lotería”.

Y como el famoso “Gurrumino” tenía clientes por atender, la charla concluyó, no sin antes afirmar. “Nosotros seguiremos aquí hasta que Dios nos diga: ´Aquí se acabó tu corrido'".


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