Daniela Tarhuni Navarro
La Jornada Maya

3 de junio, 2015
Mérida

Llevados, quizá, por nuestra mente finita y antropocentrista, donde lo normal es que todo tenga un origen y un final, imaginar es inminente la llegada del apocalipsis o el fin del mundo es uno de tantos mitos que han acompañado por milenios a la humanidad. Y a la par del apocalipsis, el instinto de sobrevivir.

Y aunque sea muy difícil imaginar el mundo sin todas las comodidades de las que disponemos actualmente, sólo dos cosas son las que en realidad marcan la diferencia entre la vida y la muerte: el agua y el alimento.

No han sido pocos los estudios clínicos realizados para comprobar la resistencia del organismo humano ante el ayuno. De acuerdo con el doctor Mike Stroud, profesor de medicina y nutrición de la Universidad de Southampton, el ser humano posee un refinado mecanismo de supervivencia que le permite aguantar entre tres y cinco días sin beber una gota de agua, y es capaz de sobrevivir aproximadamente 60 días sin alimento.

Visto de este modo, la clave de nuestra superviviencia parece algo sencillo. Sin embargo, si la respuesta reside en la búsqueda de una fuente de agua y de algo para cultivar, habrá que explorar qué tan fácilmente podríamos sobrevivir si nos llegáramos a enfrentar a un verdadero fin del mundo, pues de la tierra al plato hay un desconocimiento abismal acerca de nuestro sistema alimentario: por un lado está la producción de los alimentos y por otro, diametralmente opuesto, los consumidores.

El primer problema al que se enfrentaría la gran mayoría de los humanos es a que ni siquiera serían capaces de distinguir una planta de otra. Y, si a muchos les es difícil contestar algo tan simple como cuáles son las plantas de las que proceden nuestros alimentos, mucho más improbable sería que conocieran acerca de los cuidados y requerimientos básicos que necesitan para cultivarse.

Pero si de apocalipsis se trata, parece que la respuesta a todo reside en una semilla que germina. Desde películas para niños hasta las últimas superproducciones hollywoodenses, los ejemplos donde se plantea que en una semilla reside nuestra esperanza de sobrevivir no son pocos.

Wall-E, dirigida en 2008 por Andrew Stanton, nos ubica en el año 2700 y presenta a este entrañable robot que habita la Tierra devastada y sin vida a causa de los humanos, dedicado a convertir la basura en bloques que almacena metódicamente. Cuando conoce a EVA su mundo cambia, pues, además de enamorarse, Wall-E encuentra una planta que se convierte en la última esperanza de la humanidad.

Los últimos días, cinta española dirgida en 2013 por los hermanos Alex y David Pastor, ubica al espectador en la época actual, en la que la humanidad colapsa a causa de una epidemia indefinida y letal que se manifiesta un día cualquiera en Barcelona, cuando los hombres ya no pueden tener contacto con el mundo exterior o los espacios abiertos. El apocalipsis se desencandena en los túneles del metro y las cloacas, los únicos sitios de la ciudad por los que pueden circular los habitantes. Ahí, dos hombres lucharán por sobrevivir y, nuevamente, su supervivencia estará dada por las semillas que encuentren a su paso, previendo que eso será en realidad lo único que los salvará más allá de las balas que disparen.

Y qué decir de la última superproducción de George Miller: Mad Max, fury road (2015), descrita por muchos como una maravillosa salvajada, donde los hombres no tienen una nave espacial en la cual huir después de haber acabado con la Tierra, sino que se ven forzados a vivir en un paisaje desértico donde se rompe la humanidad y todo el mundo enloquece. Y en este infierno, la única forma de sobrevivir es terminar con el tirano Immortan Joe, que cuenta con abundante agua y vegetación que guarda para sí mismo. La batalla para derrocarlo será adrenalina pura para todos aquellos que disfruten del cine de acción en su versión más visceral y atronadora.

Pese a que en estos y otros ejemplos al final le devuelven al espectador la esperanza de la supervivencia de la humanidad, se olvidan mucho de la ciencia y de las dificultades que tenemos para realmente sobrevivir. Buscar semillas de maíz en las bolsas de palomitas sacadas del microondas con la esperanza de poder cutlivarlas definitivamente no es solución; se olvida nuestro desconocimiento sobre las semillas mismas.

En un escenario apocalíptico, ¿el hombre será capaz de reconocer qué semillas son ortodoxas o cuáles recalcitrantes? Una guía rápida de entrada les diría que las primeras pueden secarse y almacenarse a bajas temperaturas por largos periodos sin perder su viabilidad, es decir, su capacidad de germinar al ser sembradas; mientras las especies con semillas recalcitrantes son aquellas que no pueden resistir los efectos de la sequedad o temperaturas menores de 10 °C. Y en ambos casos se requiere del conocimiento para conservarlas: si se hará in situ (en su hábitat), ex situ (fuera de su zona habitual de crecimiento y bajo el cuidado de expertos, como en un jardín botánico o en viveros de propagación) o in vitro, mediante técnicas de cultivo de tejidos.

Quizá en Mad Max, en lugar de querer llegar a la Tierra Verde, debieron buscar la ruta para ir Svalbard, en Noruega, donde está el Banco Internacional de Semillas, conocido como el Arca de Noé, o sugerentemente, Cripta del día del juicio, pues fue construido para albergar hasta cuatro millones y medio de semillas en el océano Glacial Ártico.

Y es que no es un capricho tener estos recintos: en un contexto en el que el cambio global tiene efectos adversos para la agricultura, la acidificación de los mares y la presencia de climas extremos, estos bancos de germoplasma constituyen una opción en caso de que en verdad nos enfrentemos a condiciones extremas para sobrevivir en nuestro planeta.

En México nos nos quedamos atrás y se han establecido varios de estos bancos para preservar la diversidad de especies para el futuro: tal es el caso Banco de Germoplasma del Maíz del Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), y si el fin del mundo comenzara verdaderamente en Yucatán, en la región contamos con el Banco de Germoplasma del Centro de Investigación Científica de Yucatán (CICY).

A sabiendas de que no podemos prescindir del agua y la comida, por siglos nos hemos dedicado a transformar a la Tierra para nuestro sustento. Y en esta carrera desenfrenada por producir alimentos, paradójicamente, la humanidad se ha encaminado a un escenario apocalíptico, pues nuestra demanda de recursos es más de lo que el planeta puede sostener actualmente.

La agricultura industrial se ha dedicado a transformar vastas regiones de nuestro planeta en plantaciones de unas cuantas especies como maíz, trigo y arroz, principalmente. Y si la ventaja principal del monocultivo es la producción agrícola masiva, también trae en consecuencia la disminución de biodiversidad, la degradación del suelo y la vulnerabilidad de dichos cultivos, pues al no haber diversidad, las enfermedades pueden dispersarse rápidamente.

No es necesario esperar un ataque zombi. Tampoco un virus que haga que colapse la humanidad. El colapso ya se da en muchas regiones de nuestro propio país y del mundo entero, donde la búsqueda de agua y comida es una batalla diaria por sobrevivir, en la que las únicas herramientas de las que disponemos son la ciencia y la conciencia humana.

@nyxsys
[email protected]
Daniela Tarhuni es comunicadora de la ciencia. Trabaja en el Centro de Investigación Científica de Yucatán.


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