Ángel Vargas
La Jornada

Ciudad de México
12 de mayo, 2015

Poderoso e inmarcesible, Juan Gabriel ofreció la noche del domingo acaso una de las actuaciones más largas y quizá, también, una de las más emotivas de su vida. Fueron poco más de seis horas ininterrumpidas las que el cantautor mexicano prodigó de su carisma y desaforada entrega a las cerca de 10 mil almas que abarrotaron el Auditorio Nacional, en la ciudad de México.

Fue una ocasión especial, y así lo hizo saber el mismísimo Divo de Juárez desde el principio del concierto y durante todo el transcurso de éste, al tratarse de la celebración del Día de las Madres.

Entre marejadas de ovaciones; un coro monumental que irrumpía de manera improvisada a cada rato; incesantes teléfonos celulares tomando vídeos, fotos, selfies; pasitos de baile chuscos, contoneos de caderas que suscitaban los alaridos de la concurrencia, Juan Gabriel se ofrendó sin miramientos al público, su público, que le festejó todo cuanto hizo sobre el escenario.

Éxitos del paisaje sonoro emocional

Lo mismo con su grupo musical, pródigo de refulgentes metales, que acompañado por un numeroso mariachi, o por todos al unísono, el intérprete dio cuenta de decenas de sus canciones, entre ellas varias de sus grandes éxitos, elementos ya indisociables de los paisajes sonoro y emocional iberoamericanos.

Desde Costumbres hasta La diferencia, de Abrázame muy fuerte a Así fue, de Hasta que te conocí al Noa Noa, No tengo dinero (la primera que grabó), Siempre en mi mente, Te lo pido por favor... Los temas se fueron sumando, unos dentro del programa, otros como complacencia ante los estridentes gritos de júbilo de quienes llenaron el coloso de Reforma.

Versiones tradicionales con otras más frescas se fueron alternando en el transcurso de este periplo de seis horas, con un Juan Gabriel siempre animoso, entregado, dispuesto a complacer y complacerse; que derrochó sin miramientos energía y voz, por más que la ronquera pareciera eclipsarla en cualquier instante.

La interacción con la audiencia fue permanente; se logró una atmósfera íntima y de camaradería. El Divo de Juárez cantó, bailó, brindó, se contoneó; contó anécdotas, se descalzó y luego se despojó de corbata y chaleco, y siguió cantando y bailando, ante la complacencia y la euforia colectivas... Se dejó querer, sin empachos.

Fue un concierto, el tercero de una serie de seis en el Auditorio Nacional, que concluye el próximo domingo 17 de mayo, que el propio cantante consideró histórico y que muchos de entre el público así lo vivieron y lo recordarán.

Un concierto de poco más de seis horas, de las 7 de la noche del domingo a pasada la una de la madrugada de este lunes, en el que, por si no fuera suficiente, hubo varias sorpresas sobre el escenario, como la interacción de Juanga con el grupo norteño Pesado, un dueto con el colombiano Juanes o con el trío de reguetón Zona Prieta, de esa misma nación sudamericana.

También se dejó espacio a una especie de mosaico sonoro del mundo iberoamericano con muestras de música y canto de países de esta región: mariachis, por Mexico; bailarines y cantaores de flamenco, por España; gauchos argentinos y mestizos peruanos. A ello se sumó la actuación, en diversos momentos del espectáculo, del vistoso grupo de bailarines que suelen acompañar al artista en sus presentaciones.

El del Día de las Madres fue, pues, un concierto que parecía no tener fin y del cual el público salió exultante, emocionado, aún tarareando, silbando o de plano cantando sus temas preferidos del músico de Juárez.



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