Ericka Montaño Garfias
Foto: Jair Cabrera
La Jornada Maya

Ciudad de México
Lunes 26 de septiembre, 2016

Han pasado casi dos años desde la desaparición de 43 estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos, de Ayotzinapa. Han sido demasiados los artículos, libros, fotografías y escritos para narrar lo que sucedió el 26 y 27 de septiembre de 2014. Manifestaciones y formas de apoyar a las familias de los estudiantes, investigaciones que no han llegado a ningún lugar, peritos extranjeros que enfrentaron numerosos obstáculos en su trabajo. Desde hace casi dos años el 43 es el número de la violencia, del miedo, del dolor, de tratar de entender qué sucedió.

A partir de ese número el fotógrafo Pablo Ortiz Monasterio realizó el libro [i]Desaparecen?[/i], publicado por Nazraeli Press en Estados Unidos y RM en México, con una particularidad: no son imágenes de los muchachos desaparecidos, o de Ayotzinapa o los familiares; son fotografías captadas en diferentes épocas y lugares como Estados Unidos, Oaxaca, Chile o Italia, que fueron intervenidas por el fotógrafo y en las que, muchas veces, se repite el 43.

Todo comenzó poco después de la desaparición de los muchachos. “Fue un hecho tremendo; todo el mundo va, la prensa internacional; tuvo una visibilidad inmediata tanto en el extranjero como en el resto del país. Para mí era preguntarnos ¿quiénes somos?, ¿qué toleramos?, ¿qué permitimos?, ¿por qué nos suceda esto?, ¿quiénes somos?”, dice en entrevista.

“Más allá de que no conocía a los chicos que se llevaron, ni a sus familiares ni nada, me di cuenta de que era un problema muy grave y que nos atañía no solamente al PRD en Guerrero, o a los políticos, sino que era un problema general”.

[b]La piedra que llevamos a cuestas[/b]

Como fotógrafo salió a la calle a captar lo que sucedía, por ejemplo, en las manifestaciones.

“Ahí entendí que lo que sentía sin duda era un clamor general, porque había gente de todas las clases sociales, hasta los vandalillos que andaban echando sus desmadres. Me doy cuenta de que eso que pienso y siento es compartido. De que lo que me pesa, esta especie de piedra que vamos cargando, le pesaba a todos. ¿Ahora qué hacemos con esto como país? ¿Cómo lo enfrentamos?”

Tenía muy buenas fotos, pero no daban cuenta de lo que era el fenómeno que le preocupaba, “un problema nacional, no sólo enojo y furia, y una manifestación, sino tristeza, desolación, violencia –violencia otra vez–, dolor, desaparición: estas cosas eran las que me tenían preocupado, y como no las veía en las calle decidí cambiar de estrategia”.

Ahí decidió revisar su archivo e intervenir las imágenes colocando en ellas el número 43, preguntas como: “¿Dónde están?”, “¿Dónde quedaron?” o la letra A de Ayotzinapa, una mano atravesada por agujas en cuya imagen escribió “Sep. 2014” y en los dedos “1, 2, 3, 43”.

Son imágenes que remiten al dolor, a la solidaridad (como en esa foto de dos niños abrazados que caminan por las calles del oriente de la Ciudad de México en los que se adivinan los números del uno al 43 y la frase: Vivos los queremos. Ayotzinapa 2014).

“Decidí intervenir las fotografías caligráficamente; empecé escribiendo el 43, luego del uno al 43, y me di cuenta, primero, de que ya no escribimos, y después de que contar de uno en uno hasta el 43 ¡son un chingo! Escribir todos los números era una forma de decir son un chingo, es una barbaridad, porque decir sólo ‘43’ es fácil. Obligo a las imágenes a acercarse a un contexto que originalmente no es Ayotzinapa.”

Está, por ejemplo, la imagen de un hombre con una deformidad en el hombro derecho; es una fotografía antigua a la que en la intervención de Ortiz Monasterio aparece sin rostro. Explica la relación: “Siento que es una especie de enfermedad colectiva. Estamos enfermos de ese 43. Es un problema de todos, más allá de que Peña Nieto va a ser recordado por eso; es un problema que todos tenemos. Una especie de cáncer social, porque sí, los políticos son una mierda, el Ejército, la policía está penetrada por el narco, pero ahí estamos nosotros todos; entonces es una especie de enfermedad que leo como un cáncer”.

"Conforme avanzaba el proyecto me di cuenta también de que estaba haciendo eso que Octavio Paz recomienda al poeta sobre las palabras: le dice estrújalas, poeta; que chillen, putas. Que chillen mis fotografías y obligarlas a que ese dolor sea con el 43, y a quien tenga el librito en sus manos que tenga la sensación de que no sepa de qué va".

Y eso es lo que pasa. [i]Desaparecen?[/i] obliga a pasar una y otra vez las páginas, a entender el mensaje que dejan los mechones de cabello cortados sobre una hoja de periódico y rodeados de los 43 números.

Pretendo sumarme a la memoria colectiva. En el 68 estaba chamaco, ya me gustaba la foto pero no tenía oficio, de repente me doy cuenta de que ahora sí tengo oficio. Todo esto es una construcción, porque manejo cómo se dicen las cosas, cómo se dice dolor, entonces voy construyendo una serie de sensaciones.

El libro incluye fragmentos del artículo que Alma Guillermoprieto escribió para The New York Review of Books, o el fragmento de una entrevista de Carmen Aristegui, y el poema Ayotzinapa, de David Huerta. Al inicio y al final los nombres de los 43 estudiantes desaparecidos. Sólo dos fotos son de Ayotzinapa: la de todos los rostros de los muchachos desaparecidos (que conforme avanza el libro se van desvaneciendo) y el de un pizarrón de la escuela rural donde están dibujadas unas calaveras.

Ahora todas las fotos que se encuentran en [i]Desaparecen?[/i] se exponen en la que fue la Escuela Superior de Mecánica de la Armada en Buenos Aires, centro de detención y exterminio durante la dictadura, convertido en centro cultural. La exposición estará en otros centros culturales en Argentina.

–¿Qué le dice este número, el 43, después de haberlo trabajado durante tanto tiempo?

–Es un número muy raro: es un número primo, no se divide más que entre sí mismo y el uno. Pasaba por los lugares y aprendí a detectar conjuntos de 43, porque me obsesioné mucho, hice muchas fotos y entonces, por ejemplo, en esta imagen hay 43 vasos de licuadoras; no es que me pusiera a contar, no. Vi las licuadoras en un mercado de Oaxaca, esperé a que pasara alguien y tomé la foto. Y que estoy haciendo esto para que no le hagan daño a nadie, yo incluido. Sin duda alguna soy pacifista. Es doloroso, sí, porque, ¿por qué hemos llegado a este extremo? Es doloroso, es un broncón; no nos vamos a curar fácil”.


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