Mónica Mateos-Vega
Foto: Yazmín Ortega
La Jornada Maya

Ciudad de México
Domingo 10 de julio, 2016

La mejor definición del amor sin duda proviene de la pluma de un poeta. ¿Pero qué sucede cuando los médicos se acercan a tan intenso sentimiento que puede provocar enfermedades, locura y hasta la muerte?

Esa fue una de las inquietudes que llevó al doctor Francisco González-Crussí (Ciudad de México, 1936) a indagar las formas en las que sus colegas, a través de los siglos, han intentado describir y tratar el llamado mal de amores.

El resultado es el libro La enfermedad del amor: la obsesión erótica en la historia de la medicina, publicado por el sello Debate, en el cual el autor muestra desde la sintomatología y diagnóstico en la antigüedad clásica, hasta los remedios tradicionales, las creencias medievales o los prejuicios.

Una definición puramente médica del amor tendería a ser excesivamente restrictiva, explica González-Crussí en entrevista con La Jornada, pues “a la medicina, al menos a la actual, le interesan sobre todo los aspectos fisiológicos o fisiopatológicos mensurables, sobre todo los fenómenos que se pueden explorar con la admirable, fantástica, biotecnología médica que hoy existe.

“Pero en el amor, como en general en la vida emocional, hay demasiados aspectos que no caen en el dominio médico así entendido. Son aspectos que no pueden reducirse a los esquemas conceptuales de la medicina actual.

[h2]El cuerpo, asiento de las emociones[/h2]

“Hay un bello texto del filósofo Sören Kierkegaard, titulado El hombre más infeliz, en el cual compara el sufrimiento del que ama pero espera, en contraste con el del que ama sin esperanza; del que amó en el pasado y añora su memoria, y del que amó en un pasado que no puede evocar sin sufrimiento.

Ese texto nos hace ver los innumerables matices o modulaciones que puede adoptar el sufrimiento producido por un amor infeliz. Con todo el arsenal de la tecnología médica moderna, ¿quién podría medir las sutiles variaciones y modificaciones de la vida amorosa?

Por otro lado, añade el doctor, las definiciones literarias del amor tienden a ser demasiado románticas, se desentienden de las reacciones del cuerpo, y creo que eso es una falta, porque, después de todo, el cuerpo es el sustrato que sirve de asiento a las emociones. Una definición cabal no lo puede ignorar. Total, el hecho de que se hayan dado miles de definiciones del amor quiere decir que ninguna es enteramente satisfactoria. Aquí, como en tantas cosas, el placer no está en encontrar la definición final, sino en buscar la que cuadre mejor con nuestra situación.

González-Crussí es patólogo y ensayista. Algunos de los libros que ha escrito son Día de muertos y otras reflexiones sobre la muerte (Verdehalago, 1997); Sobre la naturaleza de las cosas eróticas (Verdehalago, 1999), y Animación suspendida: seis ensayos sobre la preservación de las partes corporales (Verdehalago, 2006).

Su gusto por la literatura nació en su juventud, al llevarle ésta a descubrir “que la condición humana es fascinante y conmovedora, y al mismo tiempo trágica y risible, gloriosa y abyecta, motivo de orgullo y de vergüenza. Mi situación personal en un barrio pobre de la ciudad de México me expuso a esos contrastes dramáticos en mi infancia y juventud. Quise explorar lo que los grandes autores han dicho al respecto y supongo que de ahí me vino el deseo de escribir.

Por supuesto que una vida de trabajo dentro del ambiente hospitalario me hizo ver de cerca muchas situaciones humanas tristes, pero siempre con cierto grado de distanciamiento. Tal vez esto favorezca una reflexión más sobria y detenida que resulta útil al escribir ensayos.

–¿El amor revelará algún día su esencia y secretos a la ciencia?

–Es poco probable mientras la ciencia se atenga a los principios del tan llamado método científico con el que tantos y tan maravillosos triunfos ha tenido; es decir, mientras se considere sólo lo medible, cuantificable, reproducible y verificable.

“Sin embargo, ya ha habido grandes pensadores que cuestionan la validez del método científico tradicional. Si además recordamos que la medicina tiene una gran tradición humanística tras de sí, existe la posibilidad de que en el futuro el amor sea visto de una nueva manera, más ilustrada, más amplia, más penetrante. Nos entenderemos mejor a nosotros mismos. Pero en cuanto a conocer la ‘verdad última’, ‘la esencia’ del amor, el cual ya no tendrá ningún secreto para nosotros, esto lo dudo. No sólo no lo creo, sino que espero que no sea así, porque mucho de su encanto reside precisamente en el misterio.”

Una de las concepciones más curiosas que halló el autor durante su investigación “fue la visión medieval del llamado ‘amor cortés’ preconizado por los trovadores provenzales, porque esta idea aparentemente corría contra la naturaleza. Cualquiera diría que el deseo tiende universalmente hacia su satisfacción. Eso es lo natural. Pero he ahí que a algunos caballeros medievales se les ocurrió la peregrina idea de que lo mejor y moralmente ennoblecedor era negarse la satisfacción. No suprimir el deseo, sino incrementarlo para luego podérselo negar, algo muy cercano al masoquismo. Esta es sólo una de las distorsiones o torcimientos que la mente humana ha impuesto a la pasión amorosa en el curso de la historia”.

[h2]Las pasiones son las mismas[/h2]

A través de los siglos, la manera de aproximarse al amor en las sociedades, continúa el escritor, ha tenido cambios “puramente superficiales. Los rituales de cortejar, de galantear, las costumbres mismas del enamoramiento han cambiado. Por ejemplo, el beso en la boca no siempre estuvo en uso, y las diferentes culturas lo han juzgado diversamente: se dice que cuando los nativos de las islas del Pacífico vieron por primera vez a los europeos besarse, les pareció una costumbre de lo más asquerosa.

Pero el fondo de las pasiones no ha cambiado en lo más mínimo. El deseo, los celos, la obsesión, el despecho, la desesperación, siguen dándose en exactamente la misma forma que lo han hecho en el curso de siglos. Esta es una de las ironías de nuestra condición: tenemos una tecnología del siglo XXI y una constitución emocional de la prehistoria.


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