Mónica Mateos-Vega
Foto: Luis Humberto González
La Jornada Maya

Ciudad de México
Martes 7 de Junio, 2016

La pobreza léxica que existe en Internet ocasiona un enorme daño al idioma español, afirma el poeta Juan Domingo Argüelles (Chetumal, 1958).

Sin embargo, la forma en la que los internautas se comunican no es la única causa de los errores que deterioran nuestro lenguaje, añade, pues “tenemos un sistema educativo en México que no está enseñando a las personas a hablar y a escribir”.

En entrevista con La Jornada, el también ensayista y editor, explica que los programas de la Secretaría de Educación Pública (SEP), respecto de la enseñanza del español, poco ayudan a resolver el poco interés que las personas tienen por mejorar el idioma, grave problema que empeora.

“México ocupa el último lugar en comprensión de lectura entre 34 naciones que forman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Lo fue en 2009, en 2012 y en 2015, y a la SEP lo que se le ocurrió fue un programa para medir por minutos la lectura, pero lo que necesitamos no es leer más rápido, sino más lento, para comprender lo que estamos leyendo, para integrar a nuestro idioma mucho vocabulario que hoy no utilizamos.

[h2]Ínfimo uso del lenguaje[/h2]

“Estudios de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) –prosigue Argüelles– señalan que en el país las personas utilizan entre 300 y 2 mil palabras en su vocabulario cotidiano, de las 80 mil que podrían usar. Basta con escuchar a los políticos, la mayoría de ellos profesionistas, egresados de universidades, algunos con doctorados, para darnos cuenta del ínfimo uso del lenguaje.

“Por ejemplo, ahí están las grabaciones de las llamadas del presidente del Instituto Nacional Electoral, Lorenzo Córdova, que muestran cuál es el lenguaje limitado que esos políticos tienen.

“Nos quejamos de que somos ante la OCDE el último lugar de lectura, pero lo que hacen los programas educativos de la SEP es contraproducente.”

Argüelles, colaborador de La Jornada Semanal, quien acaba de publicar El libro de los disparates (Ediciones B), insiste en que antes, frente alguna incorrección del lenguaje, por lo menos dudábamos e íbamos a los libros de referencia y de consulta, y lo remediábamos. Hoy no.

“Lo que es correcto mantiene la sospecha de ser incorrecto porque todas las personas hablan incorrectamente y parece que ese es el buen uso. El lenguaje de Internet es cifrado, lo entienden los que están en ese ámbito, los internautas no requieren de tildes ni del buen uso del idioma, pero todo ello se traslada luego a la escritura escolar y, lo que es peor, a la profesional.

“La falta de comprensión lectora es producto de esa limitación, pero también de una cuestión irrebatible: tenemos un sistema educativo que no está enseñando a las personas a hablar y a escribir”, reitera.

Dice que “si hay personas que se equivocan dirigiendo a un país, como los presidentes que hemos tenido, con mayor razón se puede uno equivocar en el idioma. Lo bueno es que en el caso de éste lo podemos corregir, pero lo terrible es que, por ejemplo, Fox, quien tan mal condujo a México, dio clases de gramática y ortografía, dijo que las mayúsculas no se acentuaban, y hay personas que creen en él, piensan que es una autoridad y cometen el disparate o creen la falsedad”.

El también autor del libro Pelos en la lengua: Disparatorio esencial de la Real Academia Española, considera que los programas televisivos, sobre todo deportivos y de espectáculos, son las peores malas influencias del idioma español, “porque los locutores tienen los micrófonos al aire, llegan a muchas personas, pero son quienes deforman el lenguaje. Es una aberración de Televisa haber tenido un programa llamado 100 mexicanos dijieron, en el que ni siquiera se entendió que había sarcasmo o ironía en el título. Las personas que lo veían y que nunca acuden a los diccionarios ni tienen preparación, piensan que así se dice: ‘dijieron’. A muchos comentaristas había que regresarlos a la escuela nocturna, pues como está hoy la educación en México, quizá tampoco van a aprender mucho ahí”.

El libro... incluye 500 barbarismos y desbarres que decimos y escribimos en español. Lo hace de manera divertida, para invitar a los jóvenes a indagar sin toparse con arrogancias eruditas. “No quise hacer un libro descarnado, con una pequeña definición o algo muy solemne. Quiero que se lea, que sea didáctico, pedagógico, para corregir el idioma, pero de manera entretenida y amena. Que los jóvenes se den cuenta dónde está el error, pero desde la perspectiva de que todos nos podemos equivocar”.


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