Blanca Juárez
Foto: Jesús Villaseca
La Jornada Maya

Ciudad de México
8 de marzo, 2016

Ha sido una historia de más de 200 años: en 1782 Mary Wollstonecraft exigió que se reconociera la igualdad de sexos, y además se atrevió a publicar su propuesta; hoy día, en pleno siglo XXI, muchas se arriesgan a denunciar y luchar por impedir el asesinato sistemático de mujeres. El feminismo ha pasado por diferentes etapas y se ha diversificado en diversas corrientes. Actualmente, entre sus asuntos apremiantes están el aborto, el acoso callejero, el trabajo doméstico y el cuestionamiento sobre la existencia natural de sólo dos géneros.

Tras conseguir –en varios países– el derecho al voto, a la educación, al trabajo, a tener cargos políticos, al matrimonio consensuado e incluso a la libertad de indumentaria, entre otros, el siguiente paso ha sido pelear por que esos derechos se cumplan. Las pugnas se dan en las calles, en las familias y en los juzgados.

Las olas del movimiento

El feminismo es la revolución más exitosa de la historia, asevera en entrevista la investigadora Hortensia Moreno Esparza. Ha logrado, señala, grandes cambios sociales, y todos de manera pacífica. Algunos autores lo dividen en olas y, aparentemente, estamos en la cuarta, aunque es sólo desde una mirada europea y colonial, objeta la activista Luisa Velázquez Herrera. Para la antropóloga Márgara Millán, es mejor hablar de feminismos situados, como el indígena o el zapatista.

Feminismo académico, queer, indígena, institucional, anarcofeminismo y lesbofeminismo son algunas de las segmentaciones. Como sea, para muchos la sola palabra es casi un insulto o una etiqueta que da mala fama, así que regresan el agravio en el calificativo de feminazi.

Aunque varias mujeres la precedieron, la mayoría de los investigadores ubica el primer impulso en el siglo XVIII, cuando Wollstonecraft, madre de Mary Shelley, autora de Frankenstein, escribió Vindicación por los derechos de la mujer. Exigía el derecho a la educación y que se admitiera que ellas son seres racionales y sexualmente independientes.

La segunda ola abarca del siglo XIX hasta alrededor de 1950. El derecho al voto se vuelve una de las principales consignas, al tiempo que las afrodescendientes evidencian que la desigualdad no es sólo entre hombres y mujeres. En la tercera oleada, con la revolución sexual, la obra de Simone de Beauvoir, El segundo sexo, se convierte en obra de referencia.

En los años 60, en la Ciudad de México, para que una mujer casada tramitara su pasaporte, debía llevar la autorización por escrito de su marido. Es absurdo, pero así era. Los cambios son visibles, y el pendiente es lograr una transformación cultural profunda que remonte la apreciación más allá de lo que se tenga entre las piernas, expresa Moreno Esparza.

Para proteger los avances hemos tenido que recurrir al ámbito judicial, agrega la feminista y sicóloga Elsa Conde. Otras, ante el despojo de tierras, la desaparición y criminalización de sus parejas, se han convertido en líderes indígenas, señala Millán, quien ha seguido de cerca la lucha zapatista. En ese movimiento, afirma, ellas participan y deciden. Su forma de vida es una alternativa, añade.

Al enfrentar la dominación masculina han tomado varios caminos y enfoques de lucha. Sin embargo, para Luisa Velázquez, de la organización Lesboterroristas, hay que cuestionar la heterosexualidad. Gran favor le hacen las parejas al capitalismo, asegura, en el que las mujeres trabajan gratis y el Estado no gasta. Al optar por el lesbianismo como postura política, en realidad no tiene que ver con quién se folle, pues las parejas gay también reproducen el modelo capitalista, sostiene.

Estamos en una cuarta y quizá hasta quinta ola. Desde hace mucho tiempo tomó, como otros movimientos críticos, una forma dispersa, múltiple, polivalente, apunta Millán. Así que ahora sería mejor hablar de feminismos situados, que se crean en ciudades o en comunidades indígenas y responden a su entorno.


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