Blanche Petrich
Foto: Mario Antonio Núñez López
La Jornada Maya

Ecatepec.
15 de febrero, 2016

Ante el páramo de lo que fue el Lago de Texcoco cubierto por un mar de feligreses, la mayoría procedentes de los rincones más pobres del Estado de México, el Papa Francisco pidió que se prioricen "todas las iniciativas" para que en México "no haya necesidad de emigrar para soñar; no haya necesidad de ser explotado para trabajar; no haya necesidad de hacer de la desesperación y la pobreza de muchos el oportunismo de pocos".

Siguiendo el estilo que adelantó ayer, de entrarle al tema mexicano "pisando suavemente", pronunció las pocas frases de la Eucaristía que lo acercaran a la dura realidad cotidiana de este municipio: "Una tierra que no
tenga que llorar a hombres y mujeres, a jóvenes y niños que terminan destruidos en las manos de los traficantes de la muerte”. Mas allá de esta frase, no haría ninguna otra referencia a los feminicidios, delito en el cual este
municipio es líder nacional; a las inmensas extensiones de población que viven al límite, sin servicios, en condiciones de insalubridad; al enriquecimiento ilícito y el tráfico de influencias que ha manchado el nombre de políticos y empresarios en esta entidad.

Sí haría referencia, en su homilía, a la corrupción, aunque de manera indirecta.
Aprovechó el pasaje de la biblia de los 40 días de Jesús en el desierto -precisamente la cuaresma- y la parábola de las tres tentaciones del demonio.

Enumeró: la primera, "la riqueza, adueñándonos de bienes que han sido dados para todos y utilizándolos tan sólo para mí o «para los míos». Es tener el «pan» a base del sudor del otro, o hasta de su propia vida".
La segunda, "la vanidad, esa búsqueda de prestigio en base a la descalificación continua y constante de los que «no son como uno». La búsqueda exacerbada de esos cinco minutos de fama que no perdona la «fama» de los demás".

Y el tercero, "el peor de todos", dijo el Papa. "El orgullo, o sea, ponerse en un plano de superioridad del tipo que fuese, sintiendo que no se comparte la «común vida de los mortales», y que reza todos los días: «Gracias Señor
porque no me has hecho como ellos».
No lejos de ahí, algunos botones de muestra de esas tentaciones: los despojos de tierras de campesinos, allá atrás, en Atenco, en el lado opuesto del vaso texcocano; el predio reservado para los grandes negocios del futuro
aeropuerto internacional, las "urbanizaciones salvajes" de grandes inmobiliarias, como el grupo ARA, que desplegó promocionales por todo el trayecto por donde pasó el Papamóvil desde el helipuerto El Ballisco hasta El Caracol.

Horas duras

Frente al altar que se levantó con cerca de unos cien metros de altura y 200 de largo, con una base adornada con el tradicional tapete de aserrín de San Pedro Xalostoc con motivos mazahuas, el Pontífice compareció ante una multitud expectante, apretujada, calculada en cerca de 300 mil almas, que había dormido sobre el lecho disecado de un lago bajo temperaturas gélidas y que a esa hora soportaba los rayos de un sol que se comportaba, como dicen los abuelos: "Sol de invierno, sol de infierno". En diez horas el termómetro fluctuó entre los cuatro y los 26 grados.

Horas duras, de resistencia. Desde sus miradores, los fotógrafos que portan escaleras detectaron decenas de desmayos. Los paramédicos tuvieron una jornada sumamente ajetreada y el hospital de campaña que se instaló en las orillas no dejó de tener ingresos todo el tiempo.
En el altar esperan pacientemente los prelados con sus mitras blancas.
Entre ellos destaca el cardenal Norberto Rivera, entusiasta de los selfies, que toma de todos los ángulos con su tableta.
Abajo los animadores de la Diócesis se esforzaban por alegrar a la gente. Les hacían ensayar canciones de estreno, compuestas especialmente para halagar al Papa, como aquella que habla del jefe del Vaticano como un "pastor con olor a oveja", pequeña pifia del autor de la letra. Se armaban porras con pedazos de oraciones tradicionales y hasta habían logrado dominar una mexicanísima ola de un extremo al logro de la explanada.

Nada de eso pudo ver el Papa Francisco ya que el prelado acotó su esperada aparición a la solemne celebración de la eucaristía cuaresmal y, un tanto distante, evitó interactuar con la masa que desde la explanada bebía cada
una de sus palabras. Un notable contraste con la ternura y la "cariñoterapia" que derrochó ante cada uno de los niños pacientes del Hospital Pediátrico "Francisco Gómez", en la Colonia Doctores, horas más tarde.
Antes de su llegada, ya habían advertido desde el micrófono "que la gente evitara" levantar mantas o empujar vallas. "De lo contrario la gendarmería tendrá que hacer uso de la fuerza, aunque no quiera", dijeron. Pero nada
impidió que una joven pareja, instalada en los asientos del frente, en la infaltable zona VIP donde se colocaron los políticos y empresarios del estado y sus cercanos, se pusiera de pie para agitar un lienzo donde le informaban al
obispo de Roma: "Papa Francisco, nos vamos a casar". Ni siquiera ese detalle inofensivo tuvo espacio en el formato de la misa de Ecatepec.

En esta zona se ubicó el gobernador Eruviel Ávila, sus funcionarios, grupos religiosos de elite, cercanos al obispo Oscar Roberto Domínguez, algunos bien uniformados de traje negro y sombreros Panamá nuevecitos.
También hubo sitios reservados para los alcaldes de las 125 presidencias municipales del Estado que recibieron invitación.

Atrás de ellos, el pobrerío se extendía hasta donde se perdía la vista. Algunos sentados. La mayoría de pie, mirando a grandes distancias, apenas como minúsculas figuritas de sotana, a los prelados moviéndose con toda
solemnidad por el altar.
Desde un rincón, Lorenzo Molina esperó en su silla de ruedas desde las cuatro de la madrugada. Tiene 87 años y hace tres meses sufrió una embolia que le afectó la movilidad y el habla. Pero tenazmente levanta de su pecho un
crucifijo, una sencilla y bella pieza de madera, con incrustaciones de latón, con la esperanza de que, aunque sea desde lejos, le alcance un pequeño soplo de bendición. Cuenta su hijo que desde que conoce a su padre vive aferrado a esa pequeña cruz. Vienen de la colonia La Glorieta, a orillas del Río de los Remedios, un cinturón de miseria.

Pero otros vienen de mas lejos. Marichuy "para servirle a usted" hace el periplo junto con 80 pachuqueños, en autobuses fletados por las parroquias La Asunción y Buen Pastor. Todos pagan el pasaje. El boleto para la misa fue el premio de una rifa. A otros les tocó boleto para Chiapas. Y para allá van.
Desde miles de parroquias, organizaciones pastorales y congregaciones religiosas se ha propiciado un enorme flujo de viajeros hacia los sitios a donde irá Francisco. Aquí, en Ecatepec, hay un buen número de sinaloenses y
chihuahuenses. Y también cantidad de yucatecos, sorprendidos de que en esta tierra pueda sentirse un frío tan brutal.

A pesar de los buenos propósitos y los candados que se pusieron para impedir la reventa de los boletos repartidos en las iglesias de todo el país, hubo quienes, aseguraron, "cómo no", haber pagado "un buen dinero" a
cambio de las entradas al predio de El Caracol. "Es inevitable, señito, así somos". Por lo pronto, citan un lugar: la colonia San Juan Bautista, en la colonia Reforma de Toluca.

¿Qué los mueve?

¿Qué es lo que mueve a la gente para afrontar un sacrificio físico tan grande para estar, lejos y entre miles y miles de personas, unos cuantos minutos en presencia de un Papa? Gabriela Guerra, de Aguascalientes, se esfuerza por explicarlo. Ella y su esposo salieron de la capital hidrocálida a las tres de la tarde del día anterior.
Mal preparados pernoctaron en el predio, para ocupar un buen lugar frente al altar. "Fue terrible", apunta el esposo. "Pero valió la pena", añade la esposa.

"Con todo lo vulnerable que uno se siente en la vida, estar aquí, soportando toda esta dureza, es un sentimiento diferente. Vale la pena ver al Papa porque es un ser que representa el significado de dios. Por eso aguantamos...esto y mas". Ellos son católicos de misa diaria.

A las 10.31, exactamente, el helicóptero Puma que traslada al Papa sobrevuela el mar de gente. Miles de banderitas blanco-amarillas se agitan.

Delante lo escolta otra nave de seguridad. Y detrás, el helicóptero que lleva la cámara que graba el sobrevuelo en las imágenes prodigiosas que se miran en las cerca de 30 pantallas gigantes que se han colocado estratégicamente.

Tiempos modernos: una nube de drones, como moscadrones blancos, quizá un centenar, aparecen más tarde en el horizonte. Vienen con cámaras y desde el aire siguen el paso del Papamóvil que está a punto de terminar su
recorrido de 8 kilómetros desde el helipuerto local. En cualquier momento debe aparecer Francisco en el escenario.

Cuando aparece, no hay un saludo hacia la multitud. Y desde abajo, los miles y miles callan. Empieza la misa, en la que, por ser una liturgia en días de cuaresma, los prelados -medio centenar de obispos y cardenales, con sus
mitras- visten casullas moradas. Solo una sencilla cruz que se eleva casi 80 metros y la guadalupana a la derecha adornan el templete.

Llega el momento de las peticiones universales. Varios laicos suben para leerlas. Una parece llegar la huella de algún partido político: "Oremos por nuestros gobernantes para que sigan generando oportunidades de desarrollo y motivan una distribución justa de los bienes de la creación".

Finalmente, la hora de la comunión. Se dice que prepararon y bendijeron 23 mil hostias para la ocasión. Varias docenas de sacerdotes bajan del altar y se distribuyen entre la multitud. Van custodiados por cuatro policías federales cada uno.

La misa ha terminado. Francisco se despide con su rúbrica: "Y por favor, no se olviden de rezar por mi". Desaparece detrás del altar. La transmisión de la señal televisiva se corta. Y algunos cuantos se lanzan a la pesca de alguna reliquia o suvenir: macetas, floreros, lo que alcancen.


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