Ni guerra ni amnistía: legalización

José Ramón Enríquez
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 2 de mayo, 2018

No estoy diciendo nada nuevo ni soy el primero que lo propone. Inclusive mi anterior colaboración en este diario terminaba con ese punto porque, ante la pregunta hecha por Sergio Sarmiento a José Antonio Meade sobre si pensaba en la legalización de la droga, éste respondió (no lo cito textualmente) que no serviría de nada porque las mafias ya habían diversificado sus delitos. Preguntaba en mi nota si no sería más eficaz la lucha contra esos delitos al no perder tiempo persiguiendo adictos o quemando plantíos, y se quitara a los narcos su ingreso económico principal, el tráfico de drogas.

No es en absoluto difícil de entender. Se entendió en los Estados Unidos cuando se levantó la prohibición contra el alcohol que había devastado a la nación, sin importar la buena intención de quienes la promovieron (las sufragistas, cansadas del deterioro físico que conlleva el alcohol y de las borracheras de los machos golpeadores en sus casas). Aunque el alcohol es la peor de todas las drogas, se entendió que prohibirlo había llevado precisamente a la guerra contra las mafias y que el país estaba desangrándose a pesar de Eliot Ness. Franklin Delano Roosevelt levantó la prohibición como una de las primeras acciones del new deal (nuevo trato) en 1933. Entonces también las mafias se habían diversificado, pero Roosevelt vio que era mucho menos costoso en vidas y hacienda mantenerlas a raya en sus otros delitos sin las millonadas que obtenían por la venta ilegal del alcohol. Y, como la Segunda Guerra, también esa guerra la ganó Roosevelt, un estadista.

¿Por qué algo tan obvio y tan estudiado no se acepta hoy y se sigue buscando otro Eliot Ness? ¿Será porque el hombre gusta de tropezar con la misma piedra? Me temo que no. La realidad es que la narcopolítica es una realidad en el mundo entero, que el negocio del narco mantiene economías nacionales y que su espejo, el negocio de las armas, crece día con día. Drogas y armas son maldición para los pueblos pero son el gran negocio para los magnates y sus títeres políticos.

Por eso no se discute la legalización de la droga aunque se vea morir a generaciones en muchos países. Tras la mal entendida decencia de unos, seguramente sinceros, se oculta la corrupción y el cinismo de quienes están por el statu quo, incluida la propuesta de amnistía. Ya puede venir el Papa a reunirse con todos los santos que hay en el cielo o habrá en los últimos días y con las bien intencionadas personas que no quieren que sus hijos consuman drogas: no parará la masacre, por el consumo y por la guerra, hasta que no se legalicen. Esto es, hasta que no se legisle con inteligencia, se pongan barreras protectoras para los jóvenes, se instruya en lo dañinas que pueden ser, como lo es el alcohol, y se establezcan reglas incluso para su producción porque nada hay peor que las nuevas drogas de diseño que consumen los hijos a espaldas de sus buenos y preocupados padres, hechas con pesticidas, gasolina y sustancias legales ya caducadas.

Llegó el momento de hacer la pregunta directa y clara a los candidatos: ¿piensan legalizar las drogas o piensan contratar a Eliot Ness, Rudy Giuliani, el Papa Francisco o María Montessori para construir las mejores y más puras fuerzas del orden para ganar la guerra y educar a los jóvenes? Quizás el más sincero resulte El Bronco que, de acuerdo con su propuesta contra los corruptos, confiese que su plan es contratar como asesor al presidente filipino Rodrigo Duterte, adalid contra el consumo aunque no sepamos si lo es también contra el tráfico.

Necesitamos nuestro [i]new deal[/i] y el tiempo apremia porque el horror avanza..

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