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Rafael Robles de Benito
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 4 de abril, 2018

Hace ya un tiempo, hacía referencia al tormento de Sísifo al hablar de los jaguares, como una alusión al hecho de que, como en el caso de la mítica piedra que vuelve a rodar monte abajo cada vez que Sísifo logra cargarla hasta la cima, parece que siempre que se logra algún avance en la protección de estos felinos, se renuevan las presiones hacia su extinción.

Pero, al menos en lo que atañe al medio ambiente, el antiguo mito del infierno griego tiene muchas facetas: Sísifo sufre en nuestros días muchas pesadillas. Una de ellas es la de la basura. Aunque este problema es omnipresente y está vinculado a un modelo de desarrollo, comercio y consumo plagado de prácticas insustentables que generan cantidades enormes de residuos, esta vez me referiré únicamente a la basura más conspicua en las playas y el mar.

Hace algunos días aparecieron en los medios dos notas que se referían a estas basuras. Una de ellas hablaba de la que recala en las playas de la Reserva de la Biosfera de Sian Ka’an, en Quintana Roo, y hacía notar el origen de buena parte de ella: proviene de otros países, o de barcos, y no precisamente de las actividades que realizan los residentes locales (aunque no dudo que ellos también contribuyan con una porción relevante). La otra nota calificaba las playas de Dzilam de Bravo, en Yucatán, como unas de las más sucias del país.

Estas playas, también vinculadas irónicamente a un área protegida, la Reserva Estatal Bocas de Dzilam, se encuentran salpicadas de botellas de cloro, aceite, refrescos, recipientes de poliestireno expandido (unicel), y bolsas de alimentos chatarra. La basura clásica de una comunidad de pescadores ribereños.

Como tantos otros, esta pasada semana santa estuve con mi familia por la playa, precisamente en Dzilam. En efecto, la cantidad de basura es dolorosamente evidente, pero no es exclusiva de Dzilam, ni de Sian Ka’an. Quizá no sea tan conspicua en las zonas de playa que operan como destinos de gran turismo, donde los hoteleros contratan personal de tiempo completo que recoge la basura de la playa y dispone de ella en sitios donde no se ve (estos trabajadores sufren también la condena de Sísifo: todos los días hay nuevas basuras, como si no hubiesen hecho nada el día anterior). Pero si se visitan los puertos pesqueros, o se recorren las playas donde no hay grandes hoteles, la basura es una constante inevitable.

De pronto, se llevan a cabo campañas de limpieza de playas, en las que cientos de voluntarios levantan grandes cantidades de basura. Mientras tanto, seguimos consumiendo lo mismo, de la misma manera. Así, al fin de cada campaña, reaparecen los residuos sólidos en la playa. Otra vez, la roca de Sísifo ha vuelto a caer al pie de la montaña. A riesgo de destacar lo obvio, el problema no está en la recolección de los residuos sólidos, y solamente de manera parcial se encuentra en su disposición final: el corazón del problema radica en la generación de residuos, y la causa subyacente es un patrón de consumo perverso, que utiliza los materiales más durables que la humanidad ha inventado para construir objetos de utilidad efímera.

Vamos llenando entonces el mundo de plásticos diversos. Ya hay varias islas de plástico en el océano, más grandes que algunos países. Y quizá más preocupante que las islas que se ven, hay en las aguas del mar cantidades aún no medidas de partículas muy pequeñas de plásticos diversos, que se incorporan, con consecuencias imprevisibles, en las cadenas alimentarias de los mares. A saber cuánto plástico hemos ingerido al comer pescados y mariscos.

Modificar este estado de cosas no es un asunto trivial, ni local. Poco podrá hacerse si no cambia radicalmente la forma en que se comercia con los más diversos satisfactores. En tanto, nuestros envases, los materiales que se usan para proteger los bienes durante su transporte, y los empaques para conservar perecederos y muchas otras cosas que no terminaría de enumerar en estos breves párrafos pero que han sido concebidas para no durar, continúan fabricándose con polímeros difíciles de degradar por medios naturales, y así seguiremos sufriendo la condena de Sísifo.

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