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Rafael Robles de Benito
Foto: Ap
La Jornada Maya

Viernes 20 de diciembre, 2019

Greta llegó a la COP 25, en Madrid, el 6 de diciembre. Ese día se había programado una manifestación para demandar a las naciones que reconocieran la existencia de una emergencia climática, asumieran compromisos concretos para mitigar los efectos del cambio, y comprometieron medidas que permitieran a las poblaciones adaptarse a las nuevas condiciones ambientales imperantes.

Greta cerraría la manifestación con uno de sus acostumbrados discursos, airado, sincero e ingenuo. La manifestación fue masiva (de alrededor de medio millón de personas), alegre y festiva, del todo pacífica, y llena de familias. No era claro si los papás llevaban a los niños, o al revés. Yo creo que fue al revés. En la huelga cabe decir que no hubo vidrios rotos, ni fuegos, ni golpes. Solamente se vio una pinta, que decía “sin Gretas no hay paraíso”. Pero al parecer algo no salió del todo bien: quizá faltó seguridad para Greta, y como todos los asistentes querían la [i]selfie[/i], acabó por sentirse abrumada. Su expresión durante el discurso dice mucho: se le ve un tanto asustada. El caso es que al fin del discurso, la metieron a un auto y se la llevaron rápidamente.

La COP transcurrió como suelen transcurrir estos eventos pretendidamente globales: mucho flujo de información, buenos contactos personales, algunos acuerdos interesantes de alcance local y regional, y pocos – muy pocos – avances relevantes y compromisos reales y eficaces por parte de los estados nación. Más allá de los aplausos que se ganó la posición de México en la clausura de la COP, especialmente significativos en materia de igualdad de género, lo cierto es que el asunto resulta entre decepcionante y atemorizante. Decepcionante, ya que para el gran esfuerzo de muchos actores genuinamente interesados en el tema del cambio climático, los avances fueron francamente escuálidos. Atemorizante, porque algunas naciones relativamente poderosas lograron de nuevo detener los esfuerzos por estructurar un mecanismo claro de bonos de carbono.

Y eso, ¿Por qué tendría que resultar atemorizante? En realidad, lo que da algo de miedo no es que no se pueda definir un mecanismo económicamente satisfactorio para cambiar emisiones de gases de efecto invernadero por captura de carbono. Hay mercados voluntarios, estados que, como California, construyen sus propias propuestas de intercambio, o incluso mecanismos de alcance global, como el que gestiona el Banco Mundial. Lo que resulta de temer son las argumentaciones que algunos países esgrimen. Por ejemplo, países árabes que pugnan por suprimir del cuerpo de los documentos acerca del tema todo aquello que tenga que ver con los derechos humanos como criterio para determinar la elegibilidad; o bien países productores de petróleo que pretenden que se les pague por los yacimientos no explotados como si fuesen captura de carbono atmosférico, lo que pervierte todo el principio de la propuestas de bonos de carbono.

El punto es que, si se suma a todo esto la ausencia de las grandes potencias del mundo (Estados Unidos de América, desde luego, encabezado por su atrabiliario presidente; pero también Brasil, con el señor Bolsonaro y su ofensivo discurso medieval y obcecado; y China, entre otras ausencias significativas), el discurso de Greta, y la mole de jóvenes – y no tan jóvenes – que lo asumen para formar un clamor mundial hacia la acción y la justicia climática, parece quedarse en un concierto de voces en el desierto. No hay señal cierta de que la economía dominante vaya a modificar su curso. Quienes toman las decisiones para conducir a las sociedades hacia algo que llaman desarrollo parecen decididas a considerar al ambiente como una externalidad impertinente, que hay que dejar fuera de las consideraciones económicas y políticas, y seguimos caminando, pensando que los objetivos de desarrollo sustentable propuestos para 2030 puede esperar hasta finales de 2019 antes de que se considere necesario hacer algo para alcanzarlos. El sentido de urgencia parece encontrarse totalmente perdido.

Aunque resulta difícil, ante este panorama, encontrarse con motivos para despertar cierto optimismo, los hay. Allá los grandes estados nación y sus discursos e intereses más o menos oscuros e irracionales. Muchas jurisdicciones subnacionales, a nivel de ciudad y estado, muestran avances relevantes en acciones dirigidas a mitigar y a adaptarse a los efectos del cambio climático. Múltiples organizaciones multinacionales, gubernamentales o no, ofrecen nuevas estrategias, mejores prácticas, y aproximaciones técnicas novedosas que representan esperanzas concretas. La perspectiva ya deja de ser nacional, o global, para convertirse en un complejo de expresiones genuinamente "glocales", en el sentido de entender que el cambio climático es un fenómenos de envergadura planetaria, pero que las acciones para enfrentarlo deberán emprenderse a escala humana; es decir, comunitaria, local.

Al pasear por ciudades que uno no conoce, suele poner atención a lo que dicen las paredes. Por ahí se ve una pinta que demuestra que cretinos hay en todo el mundo, y que dice “todo el mundo detesta a Greta”. Aparte de que es mentira, me trae a la mente la idea de que la cara de susto de Greta va más allá que la impresión de multitud que la apabulló en Madrid. Dada la inconciencia de muchos, y la propensión a la violencia que parece resultarle consubstancial, la repetición de Greta al insistir en la realidad de una emergencia climática, y su claro reclamo a los adultos, de que se comporten como tales y actúan para asegurar un futuro de calidad a los niños y jóvenes, empieza a hartar a algunas mentes pequeñas.

En virtud de todo lo anterior, y del todo convencido de que en efecto enfrentamos como planeta una emergencia, pero que la manera de encararla tendrá que venir de los adultos que podamos tomar decisiones y acciones de alcance local y regional, independientemente de los que digan o dejen de decir los grandes intereses mundiales, no me queda sino asegurarle a Greta – al menos a título personal – que haremos lo que nos corresponde, y que a ella ahora le corresponde volver al colegio, que su tarea ya está hecha, que ya hizo sonar la campana, y que ahora debe esforzarse por hacerse de las mejores herramientas para encarar con alegría el futuro que podamos construir para todos nuestros hijos, nietos y demás descendientes. Ojalá que quienes impulsan las acciones de Greta, y la acompañan a trotar por el mundo, entiendan que su mensaje ya prendió, que nos ha contagiado de urgencia, y que ya debe volver al colegio. De otra manera, acabarán por hacer de ella un objeto más de explotación y de comercio. No lo merece, y no lo merecemos quienes la hemos escuchado convencidos de su sinceridad y adoptamos con responsabilidad su reclamo de soluciones concretas y justas.

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