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José Juan Cervera
Foto: Captura de pantalla
La Jornada Maya

Viernes 20 de diciembre, 2019

Efrén Rebolledo representa mucho más que un poeta de apetencias eróticas, aunque el peso que éstas encierran entre sus temas preferidos no puede soslayarse; en su obra lírica estén presentes asuntos como la atracción sexual y la realización o la imposibilidad de forjar lazos afectivos, y todos ellos se traslucen también en su narrativa, si bien no falta quien le reste méritos en los géneros literarios que se apartan de su vertiente más conocida. El buen sentido que algunos juicios de intención crítica puedan denotar en su contexto original pierde eficacia al repetirse para llenar un par de cuartillas en que a falta de discernimiento predomina el mimetismo discursivo.

La literatura suele perfilar tipos femeninos que históricamente toman cuerpo en expectativas y atribuciones extraídas de un ambiente de época que impone ciertas convenciones; así, por ejemplo, para el modernismo la mujer puede asumir una especial apariencia y formas de conducta que atraen el deseo o inspiran reservas en su condición de personajes, como figuras que llegan a hacerse recurrentes y distintivas en el conjunto de las obras con que sus creadores acometen la esfera artística de la generación a la que pertenecen.

Rebolledo publicó Salamandra en 1919, novela corta que describe la historia de una mujer subyugante merced a sus encantos físicos y a los promisorios deleites que custodian sus formas voluptuosas, quien a la vez se desenvuelve como un ser que cavila los medios para destruir a los incautos proclives a dejarse envolver en la sutil trama de sus redes. Por haber estudiado fuera del país en razón de su pertenencia a una familia acaudalada, la protagonista se mueve entre los resabios del régimen porfiriano traslapados en los tiempos posteriores al triunfo de la Revolución, cuando las facciones que intervinieron en el movimiento armado se afanan en marcar rumbos para México, así fuese como un mero reflejo de su situación de clase y de su experiencia regional. Pero el mundo de ella es el del consumo ostentoso y refinado que no excluye las aficiones intelectuales.

El objeto de su yugo se hace presente en un joven escritor al que admira por sus destrezas técnicas y su originalidad; para nutrir la configuración de esta atmósfera, el narrador inserta en su historia múltiples referencias de autores como Baudelaire, Stevenson, el Arcipreste de Hita y Lugones, pero entre las fundamentales están las del naturalista Plinio y las memorias de Cellini que describen a la salamandra como una especie de extrema frialdad que se regocija entre las brasas.

Antes de que la ruina definitiva se apodere de su destino, el escritor da muestras de su talento en varios géneros, como el ensayo que lo lleva a reflexionar sobre la dádiva en el amor y, por supuesto, la poesía cuya expresión más plena cristaliza en los cuartetos que incitan la imaginación de su inminente victimaria para sellar el deplorable final de su pieza de caza. Hay alusiones al proceso creativo que remarcan en algunos pasajes el sentido de la actividad literaria.

Acaso la prosa de esta obra no sea tan rítmica y atrayente como la de El enemigo, su primera novela (1900), pero es difícil leer con desagrado líneas como las que condensan el mayor sacrificio de que es capaz Elena Rivas con tal de consumar sus propósitos: “Cayeron sus rizos sobre sus sienes como enroscadas virutas de ébano; rodaron por su cuello como ondas de azabache líquido; se descogieron las apretadas madejas más perfumadas que un jardín y más impenetrables que el limbo en que se debaten los ciegos.”

La obra del escritor hidalguense ha captado la atención de críticos y estudiosos de la historia literaria cuyas aseveraciones serán siempre discutibles y propicias para matizarse, pero algunas veces también circulan juicios que al perder su coherencia de origen se advierten infundados y ligeros, al grado de despertar sospechas sobre su autoría cuando provienen de personas que al exponerlos parecen amoldarse a un estilo ajeno, y sin embargo no logran desasirse de una trayectoria que se distingue por la indisciplina y el desaliño textual, poniendo en juego una actitud que disemina nociones confusas y desconcierto. Emitir opiniones sobre la producción de un autor requiere por lo menos leerla y examinarla con la disposición de quien se adentra en atmósferas intelectuales que merecen cotejarse con las circunstancias de su desarrollo histórico, si es que desean honrarse principios éticos de elemental observancia.

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