Rigor y lucha libre

José Ramón Enríquez
Foto: Cuartoscuro
La Jornada Maya

Miércoles 30 de octubre, 2019

Una dramaturgia colectiva, [i]Dos de tres caídas[/i], bajo la supervisión de Conchi León, reanudará su temporada el sábado 9 y el domingo 10 de noviembre a las ocho de la noche, en el Teatro Casa Tanicho, espacio que también participa en la producción del espectáculo.

Según explicó Conchi León en una columna periodística, se trata de la idea de un joven actor, Héctor Pasos (formado en la Escuela Superior de Artes de Yucatán), quien también practica la lucha libre, de fundir un espectáculo casi circense y eminentemente popular como la lucha libre con otro aparentemente alejado de las masas pero que tiene un mismo origen y, por lo tanto, sangre y músculo comunes.

Para llevar a cabo su intuición llamó a un reconocido director (maestro de la ESAY) y actor en activo, Miguel Ángel Canto, especialmente exigente y riguroso en cuanto al trabajo corporal, así como a un espléndido grupo de compañeros suyos de la misma escuela (Edward Chan, Angie Canto, Fabián Sosa y Edgar Canto) que se entusiasmaron con el proyecto y acudió a la dramaturga. Consiguieron los apoyos del Fondo Municipal Para la Artes Escénicas y la Música 2019, de Yucatán, y Héctor Pasos el de Creadores Escénicos en Formación del FONCA. El resultado es digno de los aplausos que le dio el público del Centro Cultural Olimpo donde se estrenó.

Desde el primer momento en el cuadrilátero que fue montado en el escenario, se nota el estilo del maestro Canto: el rigor. Exigencia de calentar cada músculo para cada movimiento que sea requerido por personajes que deberán volar en el cuadrilátero en una auténtica danza que los traslada en la imaginación del público hasta una auténtica arena de lucha libre para probar la premisa mayor: ambos espectáculos tiene un origen común. Ya habíamos visto, también en el Olimpo y también bajo la dirección de Miguel Ángel Canto, un clásico de la comedia latina, [i]Formión de Plauto[/i], con un aliento común a pesar de los muchos siglos de distancia y una exigencia de rigor en los actores que comprueba lo difícil y sacrificado que resulta todavía hoy celebrar el ditirambo y ofrecerse como descendiente de quienes vivieron las fiestas dionisiacas, aunque cambien los paisajes, las palabras, las gestualidades y aun la forma de las mismas máscaras.

Tras el calentamiento corporal, los actores se dejan poseer por los personajes que han convocado colectivamente y que llegan “desde los rincones de la historia y la literatura”, como se escucha anunciar al comienzo de la lucha entre rudos y técnicos: lo mismo Brutus el romano que Juana de Arco o igual Don Juan Tenorio que Don Quijote de la Mancha.

A pesar de que los apoyos resultan pobres para un espectáculo que, por circense y operístico, debería ser deslumbrante en su presentación, el fervor, la entrega y el rigor (¡cómo no!) tanto de los actores cuanto de la puesta entusiasman al público. Sobre todo, a partir de la última parte cuando se salmodia la antífona y se repite una crónica auténtica de la batalla en la que el Perro Aguayo perdió su cabellera ante la inefable virtud del Santo, enmascarado de plata por antonomasia, el “rugido del respetable” demuestra que Cervantes tenía razón cuando alababa la pobreza material de su maestro Lope de Rueda quien transportaba la magia al lomo en su costal de maravillas.

Quien acompañe a estos jóvenes gladiadores comprobará cómo el pequeño espacio de Teatro Casa Tanicho, engrandecido siempre por la presencia espiritual de su fundador, se convierte en un coliseo al conjuro de estos jóvenes gladiadores cuyos personajes han llegado para encontrarlos “desde los rincones de la historia y la literatura”.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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