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La Jornada Maya
Foto: Afp

Miércoles 30 de octubre, 2019

Hace décadas era común decir que el sistema democrático de los Estados Unidos funcionaba bien porque toda la política, la buena política, era [i]política local[/i]. Lo anterior quería decir que a los actores públicos -congresistas, senadores, gobernadores y aspirantes a cualquier puesto de elección popular- les importaba, por encima de cualquier otro factor, la opinión directa de su comunidad o distrito.

La disciplina de partidos e ideologías era secundaria en esa época. En esa política -siempre local- lo relevante era llevar resultados concretos a los electores, sus familias y ciudades. De esa forma, un congresista demócrata podía apoyar a una gobernadora republicana en temas relevantes para sus representados, y viceversa. No había grandes divisiones, ni rencores; las alianzas más allá de los partidos y la construcción de consensos eran el buen día a día.

En Estados Unidos, bajo Donald J. Trump, la política local se ha agotado; hoy todo es política nacional y la política nacional por definición es ideológica y de grupos disciplinados. En ese escenario, los resultados concretos para la gente no importan tanto como la estrategia de comunicación, los grandes debates y eventos de la [i]guerra[/i] cultural y social. Ya no hay vecinos o miembros de una comunidad más allá de partidos o ideologías. Ahora la idea del [i]ellos vs nosotros[/i] está por encima de cualquier cosa, incluso de los intereses comunes de vecinos.

Hace décadas suspirábamos porque México se pareciera más al proceso democrático norteamericano, con políticos pragmáticos y enfocados en resultados, antes que en partidos y órdenes verticales. Nuestro deseo se ha cumplido -pero al revés, como pesadilla- porque actualmente Estados Unidos y México claro que se parecen mucho: tristemente porque el vecino del norte se nos unió en la locura de una política nacional con férrea disciplina ideológica y partidista.

El problema de la política nacional es que en ella, el buen gobernante no es el que logra resultados, sino el que derrota a su rivales. La política se vuelve un juego de suma-cero: lo que gana uno lo pierde el otro; la verdad no existe, existe la versión de un bando vs la versión del otro, todo se convierte en la izquierda contra la derecha, los conservadores vs los transformadores, los [i]fifís[/i] vs los [i]chairos[/i] y nadie le reconoce nada bueno a su adversario.

En Yucatán, las cosas no han llegado a ese extremo, la sociedad ha logrado mantener un rumbo general y un modelo de desarrollo por encima de divisiones ideológicas. La gente que funciona bien en el sector público estatal, en áreas críticas, ha prevalecido más allá de los vaivenes políticos. El gobernador, Mauricio Vila, ha demostrado que lo importante es que avance la gente y el estado, no el fanatismo partidista, lo que le ha ganado bonos con un presidente de la República que es de otros colores.

De ahí lo importante de no permitir que la política local yucateca se “nacionalice” y evitar, también, que las líneas de razonamiento y acción política en partidos, medios y organizaciones civiles se vuelvan líneas de colores y banderas, antes que de resultados y propuestas sobre cómo hacer más y mejores cosas, con los mismos o incluso menos recursos.

Hay que cuidar que el Congreso Local no se llene de alineaciones y disciplina ideológica, antes que asumir compromisos transparentes con resultados concretos que le lleguen a la gente. Lo mismo debe procurarse en cabildos y todo tipo de espacios políticos. Habrá que ver con sospecha a quien todo lo vea a través de lentes partidistas.

Yucatán hoy no es bastión de nadie, ni un bastión de un color intenso. Somos un bastión de buenos resultados, de seguridad y de expansión económica. Es decir, Yucatán es bastión de política local, así debemos mantenerlo.

Por encima de objetivos y disciplina de partidos, debe imperar la buena política local, la que razona y evalúa propuestas por sus méritos, no por quien las propone y le lleva resultados evidentes y sentidos a la gente, sin pensar en ellos vs nosotros. Esa es también parte esencial de la singularidad yucateca para proteger y blindar en estos días: la buena política local.

*El papel arde a los 233 grados centígrados, tal como lo hace en la inmortal novela de Ray Bradbury, [i]Fahrenheit 451[/i].

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b][email protected][/b]


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