Se está haciendo tarde

Texto y foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Lunes 7 de octubre, 2019

La fiesta por los 75 años de José Agustín fue un agasajo. Sus hijos nos llevaron pertenencias valiosísimas de su padre, leyeron unos párrafos de [i]Se está haciendo tarde[/i], mostraron el manuscrito con correcciones y manchas de la novela, nos dejaron hojear [b]La Tumba[/b], en su primera edición, el [b]Libro de las Mutaciones[/b] que consulta el escritor, los dibujos originales que el tío realizó para las portadas y nos [b]cronicaron[/b] la vida cotidiana de la nueva realidad que vive su [b]jefe[/b], luego del tremendo madrazo que se dio en la cabeza hace unos años, que lo tiene sin poder escribir y en un estadio de otra galaxia, por lo que obviamente no pudo asistir a su propia fiesta.

Fue hace unas semanas en la cantina Covadonga donde Andrés y Agustín Ramírez Bermúdez intervinieron la noche, convocados por el periodista José Luis Martínez, y nos obsequiaron espacios de intimidad familiar, dosificados: Agustín leyendo su autobiografía, Andrés improvisando y Margarita, su madre, mediante una nota con su voz; la mezcla dio como resultado una escena de película; luego de 50 años de conocerse toda la familia se reúne alrededor de José Agustín y se dan un toque compartido.

[b]24 años antes[/b]

Cuando el oriundo de Acapulco y creador de [i]Dos Horas de Sol[/i] era un cincuentón, nos recibió en su casa de Cuautla para una entrevista. El reportero Arturo García se acordará con mayor precisión de lo platicado con él en 1995, cuando en su estudio lo encontramos tecleando a dos dedos, con la rapidez de un poseído que siente que se le van las imágenes que produce el cerebelo.

En algún momento salimos al jardín, donde Margarita nos dio un vaso de limonada que nos regresó del viaje de palabras emanadas de la voz fumadora de José Agustín. Nos salvó, tal como cuando le ofreció una manzana al poeta Javier Molina que viajaba en LSD junto al creador de [b]Cerca del Fuego[/b], y lo hizo aterrizar, según me contó Molina: “el momento más bello que he tenido, una mujer te ofrece una manzana”.

José Agustín, al confesarse con nosotros, se convirtió en [i]Lucio[/i], el personaje que recupera el sentido en la avenida Niño Perdido, pero que no se acuerda de nada y describe la vida en la ciudad de México desde un vagón donde conoce a la Reina del Metro, una mujer sensual de inteligencia extraña y de belleza rara.

El reportero escribía en su libreta concentrado, cuando José Agustín estalló a carcajadas, porque el de la voz le confesó que abortó su intención de ser literato al leerlo, “descanse al saber que alguien ya había contado lo que pensaba, le dije. “No mames pinche Fabrizio”, me espetó.

Instantes después se asomaron sus tres hijos y les pedí posar con su padre en la extraordinaria cueva.

Años después los conocí por otras razones profesionales; a Andrés como editor, a Agustín como el programador del soundtrack de su [i]jefe[/i] ([i]La cocina del alma[/i]), una producción alucinante que me regaló y que escucho en las carreteras. también conocí a Jesús, como neurosiquiatra, a través de su libro [b]Breve diccionario clínico del alma[/b], un clásico.

La fiesta por los 75 años de José Agustín estuvo poca madre.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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