México en Carlos Denegri

José Ramón Enríquez
Foto: Portada de libro
La Jornada Maya

Miércoles 18 de septiembre, 2019

Era oscuro el espejo humeante de Tezcatlipoca y eran chuecos (cóncavos o convexos) los espejos barrocos que trajeron los españoles. En ese mestizaje especular nos hemos visto todos, desde tiempos muy lejanos, y nos seguimos viendo los actuales mexicanos.

Carlos Denegri es uno de esos espejos tan oscuros como chuecos en los cuales México se contempla y [i]El vendedor de silencio[/i] (Alfaguara, 2019) de Enrique Serna es un relato diseñado espléndidamente como crónica novelada que nos planta frente a ese espejo que nos ha tocado en nuestra tan maldita suerte.

Las posibilidades de lectura son múltiples. Así como resulta una lamentable historia personal de alcoholismo como enfermedad evolutiva y mortal por necesidad, se abre también al análisis de una religiosidad nacional afincada en una mochería que es hipocresía pura. Así, la devoción y la sumisión son cosas de hembras, siempre perversas en el fondo; el pecado y el despotismo, cosas de machos, siempre en el fondo engañados. Machos que han de llorar en soledad, tras sus tequilas, y pagar con limosnas intrascendentes, siempre con la complicidad de una Iglesia cuyos arzobispos primados están prestos a anular matrimonios indisolubles para poder bendecir puestas en escena a todo lujo como la boda que narra El vendedor de silencio entre Denegri y una de sus víctimas.

Resulta fundamental para el recio novelista que es Enrique Serna no conformarse con tópicos sino construir un personaje psicológicamente verosímil y bucear en sus traumas, sueños, decepciones, creencias y simples ensoñaciones. Y lo consigue con creces.

Pero, en una de las posibles lecturas, me resulta especialmente poderoso el país que se refleja en la historia de este personaje que, fuera de su entorno, no rebasaría la nota roja o la picaresca. Serna no retrata sólo la relación del poder con la prensa más o menos venal sino la historia del poder entendido secularmente a la mexicana como impunidad, esa constante que rebasa periodos y se ha tratado de explicar con mucho más ahínco que fortuna porque se multiplica, se licúa y se transforma.

Es una crónica novelada o una novela histórica, como se quiera, indispensable para hacer el examen de conciencia nacional y reconocer que la misoginia patológica de Carlos Denegri se corresponde con la de todos sus cómplices, incluidos no sólo los políticos de una revolución, ya arriba ya abajo del caballo, esa del desarrollo estabilizador. Incluso puede resultar cómplice y machista el silencio de esa “sufrida mujer mexicana”, la del “me pega porque me quere”, transmitido de madres a hijas desde las oscuridades del espejo humeante hasta nuestros días.

Carlos Denegri fue un genio del periodismo con un olfato admirado por todos, pero no pudo oler cuanto traía la revolución juvenil de los sesenta, con su explosión en el 68. Tampoco que el catolicismo mocho y venal del Excélsior estaba siendo cimbrado también por el terremoto sesentero producido por el Concilio Vaticano II y que Julio Scherer, ese “mirlo blanco” que acabó con su carrera, era parte de una nueva visión de Iglesia opuesta a los moches, los machos y los mochos que definían vitalmente a Denegri. Una Iglesia devuelta al silencio y que pugna por emerger.

El vendedor de silencio desapareció de la historia al grado de que las nuevas generaciones no han oído siquiera de él, aunque Enrique Serna lo sacará del olvido por el seguro éxito de su novela. Pero ¿cambió el país o ese espejo oscuro sigue humeante? Enrique Serna nos lo pone enfrente para mirarnos y reflexionarnos. Reflexionarnos en todos los sentidos del término: pensarnos al tiempo de reflejarnos.

[i]Mérida, Yucatán[/i]

[b][email protected][/b]