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del

Nalliely Hernández*
Foto: Cuartoscuro
La Jornada Maya

Martes 27 de agosto, 2019

El pasado 10 de mayo se aprobó la inclusión de la filosofía y las humanidades en el artículo tercero de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, como producto de un prolongado esfuerzo del Observatorio Filosófico de México, de la Federación Internacional de Sociedades en Filosofía, de una parte de la comunidad filosófica del país, de algunos diputados de Morena y de otros partidos que hicieron suya esta causa. De acuerdo con el comunicado del Observatorio Filosófico de México, ello deberá incidir decisivamente para: "la formación de un pensamiento autónomo y crítico que habrá de coadyuvar a la educación de un ciudadano racional y democrático que, además, podrá comprender adecuadamente el significado y la riqueza profunda de una disciplina que tiene una historia de tres mil años y entender así a la filosofía, como lo dice la UNESCO, como una verdadera escuela de la libertad".

Sin lugar a dudas, la integración de la enseñanza de las humanidades y, en particular, de la filosofía, en la base misma de nuestra legislación es un éxito digno de celebrarse. El logro es alentador, dado el constante y evidente desprecio hacia las humanidades, durante las últimas décadas a nivel internacional, por parte de gobiernos que han priorizado una educación que obedece a las "necesidades del mercado", la productividad y la eficiencia técnica, más que a la reflexión sobre las múltiples crisis sociales, políticas y axiológicas de nuestras sociedades contemporáneas.

Llaman la atención dos elementos de dicha inclusión: que se separe la filosofía de las humanidades; y que éste haya sido un esfuerzo realizado por una comunidad predominantemente filosófica. Ello me ha llevado a reflexionar sobre un vicio que ha perseguido siempre a la profesión y que tiene implicaciones sobre su naturaleza y función social.

[b]El conocimiento eterno[/b]

Si alguna vez Platón sugirió que el mejor gobernante era el filósofo, ello se debió a su convicción de que el conocimiento filosófico tenía la posibilidad de encontrar las verdades últimas e inalterables de la realidad, como señaló el filósofo contemporáneo R. Rorty: "de abarcar con la mirada la sociedad y la cultura en las que vivía desde una posición externa", o como dijo H. Putnam: "desde el punto de vista del ojo de Dios". En la esperanza de alcanzar este conocimiento eterno, los filósofos compartieron la misma función social que los sacerdotes, evitando las cuestiones efímeras de la vida para encontrar los fundamentos últimos de la sociedad.

No obstante, como Rorty también señala, en la medida en que algunos de ellos abandonaron la esperanza de dicho conocimiento y, como Hegel, comenzaron a tomarse en serio la historia y la temporalidad, o con Marx a pensar más en cómo transformar el mundo, se fue abandonando la imagen de la filosofía como una disciplina que estaba destinada a encontrar verdades absolutas por una perspectiva en la que está más bien surge del conflicto entre épocas, culturas, lenguajes o instituciones viejas y nuevas. Empezaron a convencerse de que la filosofía nos ayuda a tejer y retejer unos vocabularios con otros, como lo hicieron personajes como Descartes, Bacon o Leibniz con la nueva ciencia que sustituyó a la religión; Piaget o Dewey con Darwin para pensarnos meramente como animales complicados; o la Ilustración y los teóricos de la democracia, de la justicia y del feminismo para pensarnos como seres humanos en pie de igualdad.

Esta perspectiva de la filosofía tiene dos implicaciones que me gustaría resaltar. La primera es que no hay problemas propiamente filosóficos, sino que son las propias necesidades sociales y culturales las que, como afirma Rorty, nos "encargan" el trabajo y, por tanto, este se parece más al de un carpintero, médico o ingeniero que al de un sacerdote. La segunda es que no deberíamos de insistir en mantener la filosofía como una actividad autónoma, separada de otras disciplinas, sino más bien que su función es, como propuso Locke: "de un encargado de limpieza que barre los desechos del pasado con el fin de hacer espacio para la configuración del futuro". Pero para ello no puede prescindir de la literatura, la historia, la sociología, la antropología o cualquier otra herramienta de utilidad. Es decir, no es que la filosofía esté en la base de nada o nos proporcione una fundamentación de nuestra ideas, prácticas científicas o políticas, sino que está a la par de ellas. Es una posible vía como otras. Por tanto, no veo por qué separarla del resto de las humanidades o disciplinas sociales.

[b]Prioridad de la filosofía[/b]

No hace falta defender la pureza ni la prioridad de la filosofía porque, siguiendo al filósofo norteamericano, sólo una sociedad autoritaria puede prescindir de ella. Sólo en las sociedades tiránicas los filósofos son "sacerdotes al servicio de una religión". En sociedades libres, en cambio, "siempre habrá una necesidad de sus servicios, pues estas sociedades nunca dejan de cambiar y por eso nunca dejan de desgastar y hacer inservibles sus vocabularios". Pero una sociedad libre sólo se mantiene con el trabajo conjunto de todas estas disciplinas y de la sociedad entera.

Por ello, como afirma el comunicado, la filosofía es una escuela de libertad, pero no soberana e impoluta. Insistir en demarcarla en la Constitución parece sugerir que a veces los filósofos podemos insistir en el vicio de la eternidad y la verdad inmutable, y eso es, de nuevo, actuar como sacerdotes. Sin embargo: "En tiempos recientes hemos estado hablando menos de la verdad y más de la veracidad, menos de llevar la verdad al poder que de la posibilidad de cuidar que el poder se ejerza de manera honesta. Este cambio parece saludable. La verdad es atemporal y eterna, sólo que nunca se sabe muy bien cuándo se está en posesión de ella. La veracidad en cambio, es temporal, contingente y frágil, como también la libertad. Sin embargo, podemos reconocerlas ambas cuando las poseemos […] En un mundo intelectual plenamente secularizado en el que han desaparecido por completo las esperanzas en las certeza y la invariabilidad, los filósofos nos entenderíamos como servidores de esta clase de libertad, como servidores de la democracia". Pero la crítica y la racionalidad siempre se construyen desde múltiples frentes, junto con el resto de humanistas y científicos, médicos y carpinteros.

*Profesora e investigadora de la Universidad de Guadalajara.

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