Francisco J. Rosado May
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya
Martes 16 de julio, 2018
La historia de vida de don Cipriano y doña María coincide con la de millones de personas indígenas en México y el mundo.
El contexto cultural en el que podrían tener un mejor desarrollo humano ha sido reemplazado por otros contextos, muy diferentes, ante los cuales están prácticamente inermes.
Por ejemplo, la producción de alimentos en las culturas indígenas se basa en biodiversidad y con recursos naturales; en la cultura dominante se privilegia al monocultivo y con insumos externos de fuentes fósiles.
La familia y cooperación comunitaria son determinantes en el desarrollo social y personal, diferente a la cultura de la individualidad y competencia.
El aprendizaje es con base en el ritmo y participación de cada niño, independientemente de la edad, en actividades de todo tipo en el hogar y cuentan con todo un sistema comunitario de apoyo; en la otra cultura el aprendizaje es casi sinónimo de un sistema de ensamblaje, las escuelas seleccionan por edad y nivel a los niños bajo la idea de que con la misma edad se tiene una preparación mental casi homogénea para incrustar cierto tipo de enseñanza.
Hay otros contextos que explican la impotencia de todos los Ciprianos y Marías de México y el mundo. Por un lado, los programas gubernamentales diseñados para combatir la pobreza inician con un impulso que arroja cifras importantes pero después de un tiempo se estancan.
Así lo revela para México el Informe de Movilidad Social 2019, realizada por el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY). Este mismo informe indica que el sur de México y península de Yucatán son las regiones donde la probabilidad de salir de la pobreza es casi nula.
En otras palabras, el combate a la pobreza se estanca en un porcentaje semejante al de la población indígena en México.
Otro contexto es el sistema económico y políticas públicas implementadas con base en modelos económicos dominantes; en México, ha sido el neoliberal fuertemente impulsado desde el sexenio de Miguel de la Madrid hasta Peña Nieto.
La competencia, monocultivo y alta producción sin tomar en cuenta efectos ambientales, principios básicos para el modelo de desarrollo económico neoliberal, han permitido diseñar el concepto de cadena de valor, concepto lineal, unidireccional y controlado por el mercado.
Este concepto no ha podido implementarse en los sistemas de producción que manejan las comunidades indígenas, provocando opiniones negativas acerca de que no hay voluntad entre los indígenas para mejorar su economía.
Por supuesto que hay contradicciones que las políticas públicas no han entendido.
No es lo mismo aplicar una cadena de valor a un monocultivo que a policultivos y multisistemas que manejan los indígenas.
El concepto incluso se convierte en una camisa de fuerza, es lineal y gira alrededor de una especie ancla.
Hay que desarrollar nuevos conceptos y metodologías, pero no hay que inventar el agua tibia.
Existe el concepto de redes de valor, que permitiría diseñar estrategias de crecimiento económico, lo suficientemente flexible, en espacio y tiempo, como para articular a los diferentes productores.
Adicionalmente se puede fortalecer la red de valor con conceptos
innovadores de etnomarketing, bidireccional, y de negocios sostenibles interculturales.
Los conceptos, red de valor, etnomarketing e interculturalidad, articulados en un territorio y entre territorios, pueden ofrecer el cimiento sólido para implementar políticas públicas alrededor de la justicia social, economía y emprendimiento social, solidaria, comunitaria, así como crecimiento y desarrollo sostenible.
La visita que hizo a México Muhammad Yunus, premio Nobel de Paz, por el diseño y éxito de los micropréstamos en Bangladesh, a mediados de junio de este año, y las conversaciones que sostuvo con empresarios, estudiantes y políticos, en medio de la discusión sobre alternativas al neoliberalismo, hace pensar que nuestro país está tratando de consolidar esquemas de economía social.
Después de unos 35 años, al menos, de políticas neoliberales y resultados pobres en el combate a la pobreza en general, y fracasos en materia de desarrollo para los pueblos indígenas, se puede concluir que ese modelo económico ha demostrado su ineficiencia en el combate a la pobreza.
¿Por qué seguir insistiendo en un modelo que ha demostrado su ineficiencia? En referencia a la expresión “es la economía, estúpido”, acuñado por James Caville, asesor de Bill Clinton en la carrera por la presidencia de los Estados Unidos en 1992, Barack Obama añadió “no podemos resolver los problemas del siglo XXI con técnicas y métodos del siglo anterior”.
Lo mismo aplica para nuestro país actualmente, crecimiento económico con justicia social.
Si, es la economía que debe crecer para avanzar en el combate a la pobreza, en el mejor desarrollo, no solo de los pueblos indígenas sino para todo el país. Pero se deben explorar alternativas viables, diferentes a las que nos han conducido a la situación actual.
En otras palabras, mejores políticas públicas y mejores ejecutores de esas políticas.
En el caso de los Mayas, no necesitamos partir de cero. Hay investigaciones que demuestran una excelente y sofisticada habilidad para el comercio e intercambio.
Un ejemplo es el libro de Scott R. Hutson y colaboradores, Ancient Maya commerce. Multidisciplinary research at Chunchucmil, publicado en 2017 por la editorial de la Universidad de Colorado. También se puede hacer una búsqueda en internet con las palabras “intercultural business”.
Con base en lo anterior es posible refutar fuertemente a las personas que acuden a la expresión “los pobres son pobres porque quieren” para explicar la pobreza.
Nada más lejos de la verdad ni nada más cerca al desconocimiento de contextos, oportunidades y políticas públicas inadecuadas culturalmente.
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