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Margarita Robleda Moguel
Foto: Fernando Eloy
La Jornada Maya

Lunes 1 de abril, 2019

Mi primer viaje a los Estados Unidos fue al mes de nacida. Ahí vivimos un par de años hasta que mis papás decidieron que era mejor ser independientes de los abuelos que ahí vivían. Siendo la nieta mayor, fui y vine infinidad de veces, tantas que las fronteras se borraron y al cabo de los años me reconocí bilingu?e y multicultural. Tuve oportunidad de ser testigo de la historia y ver cuando los afroamericanos se sentaban en la parte trasera de los autobuses y tenían entradas diferentes en los cines, y unos años después, ir a la escuela con la hija de un gerente bancario. Me tocó ver a John F. Kennedy la víspera de su asesinato; antes de ir a Dallas pasó por San Antonio y nos sacaron a la avenida a verlo pasar en su convertible con la Jacqueline a su lado. La gente era amable y generosa. Ante cualquier desgracia en el mundo, los primeros en mandar ayuda eran los granjeros de la gran planicie que, es en realidad, el verdadero Estados Unidos. Nos confundimos y pensamos que lo es Nueva York o Miami, Dallas o Boston, la liberal California; todos ellos son una rebanada del pastel, el resto son los millones de sus habitantes que viven en pequeños poblados, y se alimentan del National Enquirer, revista de chismes que estimulan el miedo a lo distinto, al ajeno, al cambio.

Me llamaba la atención que, en los supermercados, los espacios más grandes los llenaban los productos de limpieza, comida congelada, artefactos para mascotas y la sección de tarjetas para toda ocasión: permisos para expresar sentimientos. Ahora, la salud ha tomado fuerza, por lo que la sección de vitaminas se multiplicó, así como la de deportes, lo orgánico y vegano.

El miedo y la desconfianza danzan libremente. Sin embargo, para mi sorpresa, también están los que se dan cuenta del secuestro de la conciencia de los habitantes del país. En el aeropuerto de los Ángeles, dos letreros llamaron mi atención: “Ninguno de nosotros estaremos bien, hasta que todos estemos bien” y el otro, una invitación a hablar sobre el suicidio. El mundo es más amplio que la burbuja del ratón Miguelito.

Por todos lados hay mesas con computadoras en renta o enchufes para cargas; frente al exceso de pasajeros y los problemas que esto conlleva, mejor tenerlos tranquilos jugando. Se percibe tensión en el ambiente. La impaciencia e intolerancia se manifiesta. La inseguridad hace que muchos sigan al que grita más fuerte.

Somos más los buenos, aquí y allá, toca conectar la de pensar: ¡Estamos en el mismo barco!

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