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Nalliely Hernández*
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 1 de marzo, 2019

El dos de febrero se celebró el Día Internacional de las Mujeres y las Niñas en la Ciencia y la Tecnología, con el fin de visibilizar y poner en la agenda política el tema de injusticia social asociado al papel que desempeñan las mujeres en la sociedad. Asimismo, próximamente se conmemora el Día Internacional de la Mujer, que también pondrá sobre la mesa las diversas temáticas que involucran la compleja y polémica discusión sobre las injusticias sociales históricas y actuales en relación al género.

El feminismo goza de una amplia aceptación social en tanto que constituye un movimiento académico, político y social que intenta promover un escenario que ponga en pie de igualdad la participación social de la mujer y el reconocimiento cultural que en muchos ámbitos han sido negados. No obstante, esclarecer y desentrañar qué significa alcanzar un escenario de justicia en relación al género, cómo conseguir y qué consecuencias sociales e individuales tiene tal escenario, ha mostrado su complejidad.

No pretendo establecer o delimitar lo que el término significa o debería significar. Sólo pretendo mostrar algunas dimensiones y tensiones de las injusticias de género a la luz de dos conceptos que han sido centrales en la filosofía, la sociología o la teoría política para pensar en la naturaleza de la justicia: la igualdad y la diferencia.

[b]Justicia, igualdad o diferencia[/b]

El concepto de la igualdad se encuentra tradicional e intuitivamente asociado al imaginario de justicia. Es posible rastrear toda una tradición que ha teorizado sobre la justicia a partir de la idea básica de que una sociedad justa se construye cuando todos somos iguales y ello debe verse reflejado en nuestros derechos y obligaciones, en este caso, entre hombres y mujeres.

El segundo concepto, el de la diferencia, que ha tenido cierto auge en las últimas décadas, considera que el sujeto se constituye a partir de reconocer culturalmente a otros como valiosos. En este caso, la diferencia es el concepto central de la justicia, porque cuando un individuo o grupo no es reconocido culturalmente de manera positiva por otros, es sujeto de una injusticia social. Se puede pensar en el caso de los indígenas, los homosexuales y, por supuesto, el de las mujeres. En este modelo, la falta de reconocimiento y su institucionalización social son el origen del resto de las injusticias, incluyendo las económicas. Por lo tanto, la solución para remediarlas consiste en corregir la falta de reconocimiento, convirtiéndola en una valoración positiva de la diferencia.

Estas categorías básicas nos bastan para que dejar claro que estos dos casos están basados en conceptos diferentes y enfrentados de la justicia: uno hace énfasis en la igualdad y el otro en la diferencia. En el caso de las injusticias de género podemos preguntarnos: ¿es la justicia en relación al género una cuestión de alcanzar igualdad entre hombres y mujeres y simplemente eliminar prejuicios? ¿Es la justicia de género una posibilidad que sólo se alcanza acentuando las diferencias y reconociéndolas positivamente? ¿Qué diferencias son relevantes en este caso?

[b]Cosificar la identidad [/b]

Lo cierto es que en ambos casos hay dificultades que parecen inevitables. Por un lado, el escenario de la igualdad parece insuficiente en la medida en que podemos encontrar diferencias de género que exigen considerarse para que hombres y mujeres puedan participar socialmente de forma equitativa, por ejemplo, las diferencias reproductivas o la falta histórica de reconocimiento intelectual o laboral en muchos ámbitos para las mujeres. Sin embargo, centrarse en enfatizar la diferencia también ha traído dificultades. Por un lado, poner todo el énfasis en las diferencias puede desplazar o dividir en algunas ocasiones la lucha contra la desigualdad económica, centrándose exclusivamente en las injusticias culturales. Por otro lado, y quizá este es el caso más difícil: si requerimos reconocer positivamente al grupo de las mujeres, se corre el riesgo de que se imponga una concepción única o rígida de qué significa ser mujer. Es decir, se cosifica la identidad.

Así, puede ocurrir que la lucha colectiva por remediar las injusticias contra las mujeres produzca una visión inflexible o hasta opresora de lo que significa ser mujer, a partir de querer normar sus prácticas sexuales, elecciones, comportamiento, relaciones sociales, etc. Estas tensiones se hacen evidentes en los debates que al interior del feminismo se han dado, por ejemplo, en relación a la legalización o no de la prostitución, la normatividad de las interacciones sexuales, la necesidad o no de promover políticas de discriminación positiva para que existan más científicas, legisladoras, etc. ¿Con qué se debe identificar una mujer? ¿Respeta la noción de diferencia la autonomía del individuo y la libre elección de cómo vivir y constituir su identidad?

Para resolver la problemática anterior, la filósofa norteamericana Nancy Fraser ha defendido un modelo de justicia que contempla ambas dimensiones, ya que las considera irreductibles. Lo interesante de su propuesta es que supone que la diferencia sólo debe enfatizarse cuando un grupo no puede participar plenamente en la interacción social, es decir, las injusticias sobre las mujeres no implican especificar qué significa ser una mujer realizada o cómo debería tratar su identidad. Simplemente se trata de impedir la subordinación social. Es decir, sólo se reconoce la diferencia de forma contextual y pragmática cuando existe una desigualdad de participación en la sociedad. Para Fraser, la igualdad requiere reconocimiento cultural, no moral o psicológico. Lo que necesitamos es un conjunto de leyes, políticas gubernamentales, prácticas profesionales, regulaciones administrativas que le permitan participar y elegir en pie de igualdad su forma de vida, lo mismo que los hombres.

La lucha política en torno a las injusticias de género implican reflexionar sobre los roles culturales y generar instituciones que permitan a hombres y mujeres participar socialmente de forma plena y elegir libremente su identidad en relación a sus prácticas, porque los hombres también pueden ser sujetos de injusticia respecto de ellas. Por tanto, la reflexión sobre las injusticias de género exige también una reflexión sobre la masculinidad.

Este escenario no es fácil de alcanzar, es necesario analizar cada contexto de forma flexible y abierta para evitar lecturas fáciles, cosificaciones de las identidades de los hombres y las mujeres; debemos evitar un énfasis en la igualdad que impida visualizar escenarios que exigen reconocer alguna diferencia o uno en la diferencia que excluya la lucha por la justicia a otros miembros de la comunidad o que termine victimizando de forma simplista a un sólo grupo. Esto requiere una apertura al diálogo y a reconstruir constantemente las identidades de hombre y mujeres, que evite la censura de la discusión, y que no siempre es fácil de conseguir. Celebrar el día de la niña y la mujer en la ciencia o un día internacional de la mujer, puede ayudar a visibilizar una parte de la problemática, pero es necesario que eso se convierta en una forma de realizar nuestras prácticas cotidianas, en donde niñas y niños elijan libremente sus identidades culturales, sin prejuicios, pero también, sin que nos importen demasiado los números que reflejen lo políticamente correcto.

*Profesora e investigadora de la Universidad de Guadalajara

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