Cambiando de modelo

Jhonny Brea
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 25 de enero, 2019

“Vamos, Jhonny. A las mujeres nos gustan los hombres con pompis llenas y levantadas”, me animaba La Musculoesquelética mientras iba por la segunda serie de desplantes rumanos. Todavía me faltaba dejar el bofe en la máquina escaladora, de donde mi entrenadora/auditora no me dejó bajar hasta que transcurrió una eternidad; es decir 15 minutos.

Según la evaluación de La Musculoesquelética, conservadoramente debo bajar tres kilos por mes, y tendré “cuerpo para ir a Progreso” y hasta con los abdominales visibles que les van a encantar a más mujeres. “Se me hace que voy a regresar a mi casa a ver si no estoy casado con un hombre”, fue lo que se me ocurrió contestarle, que a fin de cuentas la condición de macho omega grasa en pecho, espalda peluda, nalga de altiplanicie, abdomen de lavadora y bebedor de cerveza light no fue obstáculo para que La Xtabay me echara el ojo y me hiciera caer en el matrimonio.

“Dentro de poco vas a necesitar ropa nueva. Vas a ver”, siguió mientras levantaba el reporte de mi “avance”. La pobre no sabe que la ropa la necesito ya, no para dentro de poco. Si vieran cuántos agujeros tengo en los pantalones, pero como sea uno tiene que salir adelante.

Con la moda del fitness, me convenzo de que hay extremos en los géneros. Así como alguna vez alguien dijo que a los verdaderos hombres nos gustan las mujeres con curvas y no las talla cero que modelan vestidos estrambóticos diseñados por modistos “de costumbres raras”, como decía un periódico hace un par de décadas, los hombres estamos enfrentando lo mismo.

Digo, ¿qué hay de malo en que uno por te orgullosamente las “manijas del amor”? A los que tenemos cuerpos regulares ya nos están queriendo acomplejar porque somos de “talla extra”, y para colmo si uno quiere comprarse unos pantalones, tiene que pasarse más de una hora en la tienda porque todo lo que hay son modelos “ultra slim” y “skinny”. El otro día, en lo que dejé a La Xtabay en el súper, crucé a una tienda departamental con intenciones de cambiar alguno de mis pantalones y por más que busqué no hallé uno de corte recto. Quise probarme uno de esos “skinny” y no entró ni mi pantorrilla. Es más, ni al Kizín le vino el mismo modelito. Estoy seguro que los diseñó una mujer que odia a los hombres y por alguna retorcida razón quiere que se nos forme el thigh gap.

De verdad, ¿quién en la tierra de los panuchos, la cochinita pibil, el poc chuc, el pan de espelón y los panes y pasteles rellenos de queso crema o de bola tiene piernas de niño de Biafra? Uno que otro con genes de flamenco, tal vez, y además fuereño, seguramente. Pero con esas indicaciones de cómo debe ser ahora el cuerpo de un hombre, hasta a ellos se les va a acabar el privilegio de encontrar ropa.

Por lo pronto la asesoría, vigilancia y acompañamiento de La Musculoesquelética ya están surtiendo efecto: necesito un fisioterapeuta que cobre barato y por lo pronto me arregle hombros y rodillas. Estoy seguro de que a estas alturas soy un filón para su changarro. Le paso el número de tarjeta de La Xtabay.

[b]Macho omega que se respeta[/b]

Uno no puede descuidar la compra semanal (ya saben, las labores propias de mi sexo). Por ir de curioso con mi ropa le dejé a La Xtabay el encargo de la despensa y cuando regresó nada más esbozó una sonrisa y me dijo “perdona, mi amor. Se me olvidaron tus guantes”. En cambio a mí se me arma la de Dios es Cristo si se me olvida comprarle toallas femeninas.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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