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José Ramón Enríquez
Foto: Afp
La Jornada Maya

Miércoles 16 de enero, 2019

Reciente muerte de Amos Oz ha entristecido al mundo. Sólo los fanáticos se han quedado impávidos o, mucho peor, se han sentido cómodos al perder una conciencia crítica tan justa y certera como la suya, siempre capaz de evidenciarlos.

Con justificada razón han sido repetidas múltiples citas de los textos de Amos Oz contra el fanatismo y a favor de la convivencia de los pueblos árabes y judíos en Palestina que sólo será posible cuando cese la colonización del territorio que pertenece, de acuerdo con el derecho internacional, al pueblo palestino.

Se ha escrito mucho sobre la pureza narrativa de Amos Oz y su capacidad de lograr no sólo la atención sino la plena identificación de lectores de todas las geografías y con diversas sensibilidades. Características sólo logradas por los narradores que escriben desde el fondo de su alma y se entregan con generosidad a sus lectores. Autobiográfica, Una historia de amor y oscuridad es su obra más leída, incluso llevada al cine.

Pero en este espacio me quisiera referir a la última de sus novelas, [i]Judas[/i], en la cual aborda al personaje denostado por los cristianos y cuyo solo nombre se ha vuelto sinónimo de traidor.

Al hacerlo se ve obligado no sólo a trazar teóricamente sino a reconstruir vitalmente el peregrinaje de ese galileo llamado Jesús y su dolorosa muerte por crucifixión en Jerusalén, una ciudad de luchas seculares. Puedo asegurar que lo hace con una sabiduría y una simpatía tan exquisitas que es capaz de emocionar a los cristianos. Si se quedara en el relato de Jesús bien podríamos estar frente a un “Evangelio según Amos Oz”, pero va mucho más allá, desciende a las profundidades del tema de la traición que siempre lo obsesionara.

Es preciso recordar que el sionismo nació en Europa como un movimiento de izquierda, que Oz creció en un kibutz, una comuna sin propiedad privada, y siempre se consideró sionista, es decir, creía en el derecho del pueblo judío a vivir en Israel. Pero estaba en contra de privar a los palestinos de ese mismo derecho y los halcones del sionismo lo consideraban un traidor. Desde esta perspectiva se entienden estas palabras que declarara en una entrevista: “Algunas veces, la palabra ‘traidor’ es un honor, un título alto que le atribuyen a alguien por pensar distinto y cambiar ciertas dinámicas. En ese caso, tomo ese título y me lo pongo con honor en la camiseta.”

Así, el Judas de Amos Oz hace viajar en paralelo al personaje histórico de la vida de Cristo hasta el siglo XX, hasta la llegada de los judíos a Israel con un nuevo personaje, Shealtiel Abravanel, al cual convierte en antítesis de David Ben Gurion. Abravanel es considerado un traidor por negarse a la guerra contra los árabes. No es este el lugar para explicar la urdimbre de un escritor tan entrañable y sabio, baste señalar uno de sus niveles: en la lógica de la novela, Judas es el verdadero cristiano de la misma forma en que Abravanel es el verdadero sionista, por lo tanto el fracaso de ambos supone que las ideas fundacionales, generosas y justas, se conviertan en autoritarias y aun criminales.

Como en toda su narrativa, el pensamiento de Amos Oz y su diatriba contra todo fanatismo discurren por la dialéctica de la novela sin contaminar la belleza literaria ni la extraordinaria construcción de personajes entrañables.

No exagero al afirmar que Judas es una de las novelas capitales de la narrativa del fin de un milenio e inicio de otro. Ambos caracterizados por la falta de entraña y por el fanatismo helado que surge por doquier, sobre todo en los rincones del Medio Oriente que habitan los sueños de muchísimas culturas.

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