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del

Óscar Muñoz
Foto: Valentina Álvarez Borges
La Jornada Maya

Viernes 10 de noviembre, 2017

Cuidar y conservar el medio ambiente han sido hasta hoy día los propósitos de la llamada educación ambiental. Al principio, los responsables de la gestión ambiental en México se habían contentado con cuidar el ambiente; años más tarde añadieron conservar, y hasta después fue incorporado el concepto de mejorar. Vale señalar que en la corta historia de la gestión ambiental en el país, los conceptos de cuidado, conservación y mejoramiento también han sufrido una diversidad de enfoques que han dificultado solidificar las bases de una auténtica educación ambiental.

Además, las vacilaciones que han permeado las estrategias de la educación ambiental tampoco han permitido determinar con certeza las modalidades educativas más convenientes para la población. Algunos, los más, han apostado por la educación ambiental no formal y algunos otros, los menos, por la educación formal. Al parecer, quienes toman las decisiones trascendentales en este país han decidido seguir por la línea de la educación no formal. Ha sido más cómodo “hacer” educación ambiental desde la no formalidad; nunca han querido modificar el sistema educativo a profundidad con el propósito de lograr que la educación ambiental fuese la columna vertebral de la educación nacional.

Algunos señalarán que en las escuelas existen libros que incluyen asuntos ambientales. Pero estos volúmenes, que son parte de la colección de los libros de texto gratuito que distribuye la Secretaría de Educación Pública (SEP) en todo el país, corresponden a las áreas de Ciencias Naturales o de Exploración de la Naturaleza y Sociedad (para los casos de primero y segundo grados de primaria) y, en años anteriores, los de Geografía, pero nunca han sido material didáctico de lo ambiental. Parece que no hay interés por el medio ambiente, ni voluntad por incorporar en la educación formal asuntos ambientales en medio de una crisis global al respecto.

Sin embargo, no será suficiente con la operación efectiva de una educación ambiental bien fundamentada y con las estrategias más adecuadas, sino que también será importante generar una cultura ambiental que logre penetrar en la conciencia de la población. Se requiere formar y desarrollar una conciencia ciudadana que interprete, comprenda y actúe de acuerdo con la gravedad de la problemática ambiental, cada día más intensa y extensa. Es decir, se necesita fomentar una cultura que favorezca retomar el respeto por la vida toda, que no sólo incluya la humana.

Para ello, será fundamental la participación activa de la sociedad en su conjunto y el diseño de políticas ambientales, en la dimensión educativa y cultural, que impulsen la intervención crítica y propositiva de todos los individuos y las instituciones involucradas, públicas y privadas, de tal manera que germine una visión favorable a la relación hombre-naturaleza. De esta manera, la cultura ambiental, como forma de vida de la sociedad en concordancia con la naturaleza, incluiría todas las disciplinas, científicas y tecnológicas, y todos los servicios, como la educación y gestión ambiental y cultural.

Esta nueva cultura tendría que incluir estrategias que eviten continuar con el consumismo desbordante y los malos hábitos en el manejo de los desechos; que detengan la política económica basada en la explotación desmedida de los recursos naturales, entre ellos los humanos, y que ponga la educación por delante de todos los medios de formación cultural, capaz de reforzar el ser, saber y hacer. Para conseguirlo, habrá que echar mano de la pedagogía crítica como verdadero modelo educativo (y no el que la SEP ha querido hacer creer como modelo adecuado) que promueva programas basados en la transversalidad, lo que permitiría que todas las disciplinas abordaran los contenidos ambientales.

Una cultura ambiental como la caracterizada arriba favorecería el retorno de los viejos hábitos de consumo, aquellos que permitían distinguir lo positivo y negativo de los recursos naturales, aquellos que eran heredados de generación en generación y que estaban basados en el conocimiento y el manejo adecuado de la naturaleza (un ejemplo de ello sería la herbolaria o la medicina natural). En conclusión, por ahora, una cultura así descrita facilitaría una visión más adecuada ante acontecimientos que impliquen conflictos entre los diversos modos de producción económica y las distintas formas de sustentabilidad, como el muy comentado caso de la granja de Homún.


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