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José Juan Cervera
Imagen tomada de la web
La Jornada Maya

Viernes 27 de octubre, 2017

La novedad, en el campo narrativo de las leyendas, puede deberse al propósito activo de sugerir relatos que recuperen elementos de la tradición aceptada, combinándolos con anécdotas y experiencias más cercanas a los tiempos actuales. Sus fuentes suelen ser orales y escritas, como es fácil suponer. Así, en [i]Nuevas leyendas yucatecas[/i], de Óscar García Solana, el registro de los estilos de vida de hoy hace de estas versiones una recreación libre de personajes y figuras que han acompañado a sucesivas generaciones asentadas en el terruño.

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El trasfondo ético representa una constante en los relatos de este libro, tal como ocurre en los de corte tradicional, hecho que sugiere coherencia y continuidad entre unos y otros. La fábula, por ejemplo, se manifiesta en el texto que explica por qué los zopilotes no cantan, no sólo por la intervención de animales que exhiben rasgos distintivos de la humanidad, como la soberbia y la envidia, sino también por contener una moraleja que redunda en la formación ética del oyente o del lector.

El autor echa mano de referencias históricas y de figuras de la cultura regional para transmitirle verosimilitud a sus relatos. Así, en el que cuenta las vicisitudes de la monja triste hace acopio de datos alusivos al siglo XVIII yucateco e incorpora, mediante una alusión secundaria, a quien fuera director del Archivo General del Estado durante un periodo administrativo. Del mismo modo se conduce en otro capítulo que evoca el prestigio del doctor Alfredo Barrera Vásquez, en cuyo nombre da cuenta, en una presunta nota periodística, de nuevos hallazgos en el sitio arqueológico de Chichén Itzá.

García Solana recurre también a la ambigüedad del sueño que inspira la duda de haberlo sido o no, como se apunta al final del relato de La Xtabay, procedimiento que parece más usual en las narraciones modernas, porque en la cosmovisión nativa lo onírico y lo mágico son elementos que acompañan la experiencia cotidiana y la explicación de los fenómenos relacionados con ella.

Esta obra describe también la transformación de seres humanos en animales, favorecidos de dones mágicos, en ciertos casos para cometer fechorías y abusos, en otros para preservar sus valores de origen. Esta noción remite a la figura del nagual, así conocida en el altiplano del país, que en tierras yucatecas tiene su equivalente en seres como el Uay Chivo, el Uay Tamán o el Uay Kot. En una de las narraciones es un hmen el que confiere al protagonista su nueva apariencia para cumplir una misión especial: la de proteger a un miembro de su familia.

También afluyen referencias a un pasado mítico que no puede registrarse históricamente, pero expresa un estado ideal de cosas, reflejo de valores que aspiran a perfeccionar formas de convivencia. Como ejemplo de ello está el primer relato del libro, el cual postula la armonía reinante al principio de los tiempos entre los seres de la naturaleza, de manera especial entre los animales y el ser humano.

El tema del equilibrio ecológico se hace presente en las peripecias del cazador de aves, que al ir tras una codorniz se desorienta hasta caer en una hondonada y recibir un escarmiento definitivo, lo que restituye el orden natural amenazado por la avidez de quien persigue beneficios que exceden la satisfacción de sus necesidades inmediatas. Aquí opera un mecanismo similar al del relato tradicional del cazador que posee el talismán de la piedra del venado y con ella abate cada vez más piezas, provocando la intervención del principal de esta especie para castigar su codicia.

Otro de los valores apreciados en la cultura tradicional yucateca es el del respeto a los antepasados y al suelo compartido, cuya importancia se revela, por ejemplo, en las aventuras del alux de Ticul, personaje al que el García Solana define como “ticuleño de pura cepa”. En varios pasajes de la obra hay dejos de picardía, que permiten entrever particularidades de la conducta sin hacerlas escabrosas. El ingenio popular se aloja también en la letra impresa, preservando algo de la frescura de las enunciaciones inesperadas.

El sentido de unidad textual se advierte en la conexión de unos relatos con otros, mediante personajes compartidos entre ellos, pues los que en unos se muestran como protagonistas aparecen como secundarios en otros. Así, el libro se ostenta como un ágil conjunto que expone la riqueza de la condición humana desde la perspectiva de un relator yucateco, cuya voz se fusiona con otras muchas en la intemporalidad de la tradición y en los cauces de la memoria colectiva, cobrando solidez en nuevas narraciones que enaltecen una fuente primordial de nuestra identidad primaria.

Óscar A. García Solana, [i]Nuevas leyendas yucatecas[/i]. Mérida, edición de autor, 2016, 114 pp.

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