de

del

Rafael Robles de Benito
Foto: Valentina Álvarez Borges
La Jornada Maya

Martes 12 de septiembre, 2017

Después de la optimista nota de la semana pasada, llegó [i]Irma[/i], y dejó tras de sí el panorama de destrozos que es característico de un huracán de esa magnitud. Es fácil decir que ahí tenemos una prueba del cambio climático. Pero lo cierto es que las cosas no son tan sencillas. A los negacionistas siempre les queda abierta la explicación de que se trató de un “evento extraordinario”, o en una explicación extrema, que se trató “de un acto divino”. Para entender lo que sucede con el actual proceso de cambio climático (ha habido otros a lo largo de la historia de nuestro planeta) tenemos que poner los ojos más allá de lo que sucedió este año, o el lustro pasado: tenemos que asumir una mirada histórica y entender que en el clima, como en la mayor parte de las cosas de la naturaleza, los acontecimientos son de largo plazo.

Con esa visión no podemos sino entender que los cambios que hoy sufre el régimen climático global han sido, en buena media, ocasionados por las actividades que nosotros solemos vincular al “desarrollo”, a la “generación de riqueza”. Si nos interesa entonces abatir los impactos del cambio climático global, debemos preguntarnos cómo cambiar el modelo de desarrollo que hoy consideramos valedero en occidente. ¿Queremos un desarrollo obligado a combatir contra la respuesta de la naturaleza, empeñado en generar tecnología que responda a los cambios del funcionamiento del planeta?

Todo parece indicar que sí, que los países más poderosos, y particularmente los Estados Unidos, están empeñados en actuar en términos de que su esfuerzo tecnológico es capaz de resolver todo problema meteorológico. En la manera de pensar de los estadunidenses, los eventos meteorológicos extraordinarios son solamente eso, o “actos de dios”, como si lo que hacemos con nuestro mundo no generara ningún efecto o reacción. Y entonces podemos resolverlos sin demasiado esfuerzo: la oración pareciera resultar suficiente.

Lo que tenemos que entender es que [i]Irma[/i] no es el cambio climático, como tampoco lo es un día extremadamente caluroso, o un invierno más frío que el del año anterior. Tenemos que entender las tendencias de largo plazo. Si revisamos la historia en términos de la cantidad de carbono que hemos arrojado a la atmósfera, es claro que desde la revolución industrial a la fecha hemos incrementado las emisiones de carbono y de otros gases de efecto invernadero. Esa es la fuente del actual proceso de cambio climático. Si seguimos con esa tendencia, el resultado será catastrófico.

A esto hay que sumar la deforestación desencadenada por los cambios de uso del suelo, la emisión de gases diversos a raíz del crecimiento industrial, la emisión de gases generados por la utilización de combustibles fósiles, entre otras cosas. El asunto, entonces, no es fácil de explicar, ni de entender. Pero sí es preocupante. Sobre todo porque hay organizaciones poderosas que se niegan a escuchar el claro mensaje del planeta: ya no soporta la forma de hacer uso de sus ecosistemas y sus servicios ambientales. Eso es en lo que debemos pensar; se trata entonces de buscar cómo hacer las cosas de manera que tengan el menor impacto posible sobre el clima. Pero estamos lejos de hacer eso. Apreciar nuestras áreas protegidas, contribuir a las campañas de reforestación, o conservar el agua, son apenas primeras, preliminares actuaciones. Lo importante, en realidad, es reconocer que hay un proceso de cambio climático que ya nos está aconteciendo, que todos somos responsables, y que solamente reconociendo el cambio climático como un proceso en marcha, que nos acompañará en el largo plazo, podremos proponer acciones adecuadas para adaptarnos a él.

Esas acciones no atraviesan por la sumisión a los Estados Unidos. Más bien, debemos inventar nuestras propias vías de adaptación, entender que la manera de enfrentar el cambio climático atraviesa por la urgencia de conservar nuestros ecosistemas, y revalorar las formas tradicionales de apropiarse de ellos. Lo que queda en discusión es: ¿cómo hacemos esto de manera que pueda competir contra la forma convencional desarrollo? Ahí debiéramos centrarnos entonces, partiendo de la premisa de que Trump miente, y el cambio climático sí es un fenómeno exacerbado por la acción humana, y solamente nosotros, los humanos, podremos detenerlo.


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