Ocupaciones impropias

Johnny Brea
Foto: Raúl Angulo
La Jornada Maya

Jueves 27 de abril, 2017

Estamos en tiempos difíciles, de eso no tengo duda. La supuesta Semana Santa sólo sirvió para crear situaciones de terror en la casa. Eso de tener a los niños fuera de su jaula (digo, de la escuela) no puede traer nada bueno.

Como se podrán imaginar, tener entretenidos a los rapaces no fue cosa fácil, sobre todo porque ni La Xtabay, ni yo tuvimos el mismo período de vacaciones que ellos. Algo hay que hacer con ese asueto para adecuarlo a la realidad de esta época, porque lo de período de descanso es nada más para los maestros… y ni ellos. En esta época, en que el ama de casa es especie en peligro de extinción –y los abuelos con casa en la playa, también– tratar de mantener la paz en la familia es un ejercicio espiritual de alta intensidad.

Imaginen qué tal fueron estos 15 días. Uno que llega a casa y tiene que pegar de gritos para que La Cutusa y El Kisín arreglen su cuarto, además de lavar las sábanas porque los mentecatos se pusieron a saltar en la cama con los pies repuercos por andar descalzos… ya saben, las labores propias de mi sexo.

En fin, el llamado Viernes Santo lo dedicamos a la limpieza y el sábado, ahí sí, nos organizamos para pasarla bien, como familia y, obviamente, fuera del ambiente tóxico que ya era la casa, pues los niños ya estaban hasta el gorro de Los diez mandamientos, Ben Hur y la historia sacra según Charlton Heston.

Como podrán imaginar, acá su macho omega –grasa en pecho, espalda peluda, abdomen de lavadora, bebedor de cerveza light– salió con la idea de ir a la playa, y que nos vamos para Chicxulub. Obviamente, hacia la parte céntrica, ni crean que uno está para tomar rumbo hacia las casonas de Uaymitún. Luego por esos rumbos hasta lo ven feo a uno, que nada más quiere darse un chapuzón en el mar, y hasta le quieren cerrar el acceso.

Jalamos toallas, un cambio de ropa y bloqueador solar. El traje de baño lo llevamos puesto. Nada más estacionamos y todos corrimos para lanzarnos al agua. Algo tiene el mar que hace que uno se olvide de todo por un rato, y con los engendros aventándose agua y gastando la energía acumulada durante el encierro, todo parecía ir bien, hasta que decidí salir y acostarme sobre la arena, para recibir un poco de sol y quitarme el color de oficinista.

No contaba con que traía puesta una de esas camisetas de baño que me regaló La Xtabay, de esas de licra, en blanco, azul y negro. Cerré los ojos por 15 minutos, cuando los abrí, ya estaba junto a mí el doctor Raúl Díaz Gamboa con su equipo de estudiantes dedicados al estudio de cetáceos marinos, echándome agua. Un fulano, seguro el mismo que llamó a la UADY, estaba al teléfono con el diputado Enrique Febles, consultando si era posible trasladarme a Animaya. Le arrebaté el celular y lo aventé al mar, antes de que le contestaran que sí.

Me retiré de la playa montado en cabra –algunos montan en cólera, yo requiero una cabra–, seguido de La Xtabay y los niños. Necesité de un ceviche mixto grande y tres cervezas para que se me bajara el coraje. Por supuesto, le dejé las llaves a mi dulce consorte: no fuera la de malas que al regreso estuviera listo el alcoholímetro de la policía municipal de Progreso, listos para cobrar la multa en efectivo.

Ahora necesito vacaciones para quitarme el coraje que me dejó la Semana Santa.

La camiseta ya descansa en el relleno sanitario.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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