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Texto y foto: Pablo A. Cicero Alonzo
La Jornada Maya

Martes 18 de abril, 2017


Negras, negrísimas que desde las esquinas te obligan a comprar y comer sus frutas. Con colores tan estridentes como sus vestidos, incendian la tranquilidad de las tardes, rogando que regateen hombres y mujeres, atraídos por los recuerdos de las regañizas cariñosas de sus madres.

Con las puertas del puerto se puede escribir un tratado de zoología. Pulpos, leones, iguanas y arañas de hierro, algunos vencidos y acorazados por el óxido, esperan a que el visitante venza sus fobias y anuncien su llegada, descascarándose en cada golpe en la sólida madera de siglos.

El pórtico de la casa de sir Francis Drake, aquel que mataba cocodrilos a cañonazos y los rellenaba de algodón para enviárselos a la reina, es de piedra de ultramar. Entre sus vetas se advierten fósiles prehistóricos de cucarachas acuáticas, perdidas en un bosque de corales.

Francisco el Hombre, aquel rapsoda que cantó la génesis de Macondo, regó su semilla, que ha fructificado en jóvenes raperos que violan rimas y ritmos por pocos centavos. Con una imaginación desbocada, cabalgan por insospechados versos en donde convergen Barack Obama, Antonio Banderas y Sofía Vergara.

Hombres de Cali que creen que Botero las esculpía y pintaba demasiado flacas pierden la conciencia del tiempo acariciando el cuerpo de sus paisanas litros de bloqueador solar, blanquísimo como simiente, como si la luz pudiera penetrar esas carnes.

Parejas jóvenes que apartan con meses de anticipación las bocas de una muralla inconmensurable, donde lo que menos hacen es ver la puesta de sol. Ahí se refriegan febriles, entre gaviotas que cagan a turistas y cañones que añoran a filibusteros fantasmas.

Un esposo con vocación de escritor que intenta saquear una librería y una esposa que quiere emular a Margarita Rosa de Francisco, pidiendo un aguardiente doble con cara de triple. “Sabe a anís”, remata él, mientras la acaricia a ella y a su nuevo ejemplar de Cien años de soledad.

Precisamente en esa librería —y en todas las demás— deambula, como Melquiades, García Márquez. Su omnipresencia opaca a todo el santoral de autores. Incluso a Vargas Llosa, que queda relegado en la sección de revistas, en la nueva portada de la revista Hola! paseando sus miserias con la madre de Enrique Iglesias.

Legiones de vendedores que se molestan si les das lo que piden, herederos de aquellos turcos que cambiaban baratijas por guacamayas. Perlas verdaderas, sometidas a un fuego amaestrado por gitanos que guardan silencio cuando el fundador de Macondo confunde un bloque de hielo con el diamante más grande del mundo.

Duelo por el tercer triste abril sin García Márquez. Fiesta por los 90 años de su natalicio, los 50 años de la primera edición de Cien años de soledad y los 38 de recibir el Premio Nóbel de Literatura en 1982. Contraste que bien vale un viaje a Cartagena de Indias.

Mérida, Yucatán
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