Jenny Asse
Ilustración de Elizabeth Himes
La Jornada Maya
Viernes 31 de marzo, 2017
Soldado de la Luz, anunciador del fuego nuevo. Crecen las cicatrices en la madrugada del mundo, los cuerpos mudos donde andas, las almas en pena se liberan, enrojece el mundo y hiende en carne blanca.
El silencio es feroz y es fugaz, el relato de la verdad desollada estremece los corazones y es tanta la ausencia, tanta la muerte de los desamparados, tanto el aullido que fue silenciado que de golpe somos otros. De golpe, como si de pronto hubiésemos entendido que la brutalidad también puede abrir conciencias, aunque se llore interminablemente por el asombro ante la agonía de las víctimas desquiciadas. Todas ellas hablan desde los músculos sangrantes de la tierra, todas ellas gritan desde los vientres oscuros de la geoda, en la entraña de los cielos se escucha a las madres lamentarse por sus hijos. Sólo la mirada de los niños salva, su gesto inofensivo, ellos lo saben todo pero no dicen nada, y se parecen a los poetas que en su andar van llorando estremecidos por el derrumbamiento, (entre los escombros que deja la muerte desquiciada) y sin embargo ríen porque tienen la palabra y en el alma la esperanza.
Hay otros que desde el silencio luchan otras guerras, otras batallas de amor bajo la luna llena, vestidos de soldados aunque no hayan estado en ningún ejército, aunque jamás hayan portado un arma, ellos luchan desde el Saber, desde el conocimiento profundo de lo adverso, lo aparente/mente incorregible, pues ellos han bajado a los mundos subterráneos para palpar el sufrimiento humano, que es el suyo propio.
Ellos son los que dicen: “nada es suficiente” mientras no se haya redimido al mundo entero, y pelean batallas imposibles, quijotes de la nueva Era, con espadas de caballeros andantes en el corazón desgarrado.
A ellos son a los que yo amo, porque al luchar contra gigantes se han vuelto gigantes.
Ellos luchan todos los días, contra los otros gigantes, los de las tinieblas, los que crean los infiernos, contra los que matan, torturan, violan, paralizan la marcha del mundo hacia la Luz.
Ellos portan las antorchas que nos iluminan a todos, y guían la marcha del mundo hacia las puertas de la Luz pero no lo saben, y si lo saben no lo dicen porque en el fondo lo único que saben con certeza es que somos nada.
Ellos son soldados de Dios en la tierra aunque a veces no saben si este Dios existe y no entienden porque ha tardado tanto en bajar a la tierra a hacer justicia.
Sin embargo, llevan el futuro en el alma oscurecida, en la mirada cargan la visión de un mundo blanco, porque ellos mismos son la paz. Y aunque atraviesen inframundos siempre salen limpios, y cuando su corazón se mancha de sangre proliferan un llamado, y urgen a todos a levantarse.
Ellos son mis amigos por lo que temo, por los que rezo, de los que hablo todos los días, y me doy cuenta, que nadie entiende su petición porque ellos son maestros, los anunciadores del fuego nuevo, el que habrá de salvarnos de este caos insomne, de este tohu ba bohu, caos informe, antes de la creación de un mundo nuevo.
Esos amigos míos a veces tienen un defecto andan tristes, y en fin todo les da lo mismo, pero se levantan todos los días a trabajar, silenciosamente desde las cumbres, con la visión del águila renacida y esperan, esperan a que les llegue el turno, de desplegar las alas y volar sobre cielo limpio. Mientras y en secreto nos protegen, nos cubren a todos con su lucha; porque ellos son los soldados del Amor, los que renunciaron a todo para entregarse a los hombres.
Por ellos vale la pena escribir poesía, por ellos vale la pena emitir una plegaria, por ellos vale la pena vivir el mundo.
Ellos son los soldados blancos los que traerán la paz después de tanta muerte los que desde los cuatro costados de la tierra, levantarán banderas blancas y “anunciarán” el grito de nuestra libertad.
A ellos doy mi mano de poeta y dedico mi pluma que ante su lucha, sólo es la humilde palabra del asombro.
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