de

del

Óscar Rodríguez
Foto: Cuartoscuro
La Jornada Maya

Jueves 30 de marzo, 2017


Marzo nos robó a dos periodistas jornaleros. Arturo Cruz y Miroslava Breach dieron su último suspiro víctimas de dos grandes males que aquejan a los que nos dedicamos a informar a la sociedad: la diabetes y el crimen organizado, uno más silencioso que el otro pero igual de efectivos al momento de matar.

A estos dos asesinos tan ajenos como íntimos se suma un par de grandes males que tenemos en el gremio periodístico, que son la omisión y la sumisión. Cuando el periodista es ejecutado, el gremio se indigna, y marcha también, pero al final continuamos tan sumisos como toda la vida, pues quienes no lo son han pagado hasta con su existencia el atrevimiento a rebelarse contra la mediocracia y sus aliados.

Sin lugar a dudas, la muerte de Miroslava Breach fue la que más dolió, por cómo le fue arrancada la vida, pues el sicario no tuvo mayor contemplación y escogió el momento de mayor vulnerabilidad que todo ser humano tiene; ese lapso cuando sales de tu domicilio para llevar a tus hijos a la escuela, ese pequeño tiempo donde todos bajamos la guardia por sentirnos seguros, fue suficiente para que ocho impactos de bala terminaran la vida de la mujer, madre y periodista.

A pocos días del asesinato de la corresponsal de [i]La Jornada[/i], poco a poco se diluye el tema en la vorágine de las redes sociales y los medios de comunicación, sin una respuesta a ¿quién y por qué mató a Miroslava? Ojalá los reporteros no la matemos por segunda vez con esa dosis de omisión que nos caracteriza a muchos.

En las dos décadas que llevo ejerciendo esta hermosa profesión, me ha tocado ver morir por las balas del crimen organizado a varios compañeros reporteros; uno de ellos, Gerardo García Pimentel, reportero de La Opinión de Michoacán, quien fue asesinado al salir de casa de su prometida en la aún caótica ciudad de Uruapan, Michoacán, un 8 de diciembre de 2007.

Este año se cumplirá una década de la ejecución de Gerardo, realizada por un grupo de sicarios que le dieron más de 20 disparos en el rostro. A la fecha no se sabe por qué fue asesinado y quiénes fueron los autores materiales del violento crimen. De Gerardo pocos nos acordamos aún, somos omisos pues…

La vida me ha llevado a conocer grandes plumas del periodismo michoacano y mexicano. Hombres como Víctor Ardura, Raúl Carapia, entre otros, marcaron mi vida como comunicador y ser humano. Ambos murieron víctimas de la diabetes.

La “dulce” enfermedad fue la que detonó la muerte del periodista Arturo Cruz, según leí en un sentido artículo escrito por mi director Fabrizio León Diez, a modo de despedida el cual fue publicado el pasado 20 de marzo en [i]La Jornada Maya[/i].

El deceso del periodista Cruz, cuyas crónicas leí en innumerables ocasiones, me llevó a reflexionar sobre las condiciones laborales que los reporteros aceptamos otra vez por omisión y sumisión.

Los que nos dedicamos “reportear” sabemos las jornadas largas, estrés y mala alimentación, acumuladas por años y, sumadas al estilo de vida nada saludable que tenemos, nos llevan a contraer en muchas ocasiones enfermedades crónico degenerativas como diabetes e hipertensión, las cuales al ser omisos del cuidado de nuestra salud, nos pueden llevar a la tumba.

A la poca conciencia del cuidado de la salud que los reporteros tenemos al momento de laborar, suma el aceptar trabajar en empresas que en muchas ocasiones no brindan seguridad social, lo cual a la postre trae consigo graves consecuencias, pues ambas enfermedades generan altos gastos para quien las padece.

El temor de no tener empleo ante un campo laboral bastante limitado nos orilla –en muchas ocasiones- a ser sumisos y aceptar las deplorables condiciones de trabajo para lograr llevar el pan a la casa.

Por eso, si bien, es necesario que los trabajadores de los medios de comunicación condenemos cualquier acto de violencia en contra de la libertad de expresión, también es necesario que exista solidaridad en el gremio para lograr mejores condiciones laborales.

Reportero, Jornalero y contador de historias*

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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