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Giovana Jaspersen
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La Jornada Maya

Viernes 24 de marzo, 2017


Hay palabras imantadas, que al descubrirlas parecen jalarnos. Se fijan, por cuestiones tan precisas como las que acuñan. Por ejemplo: Retrónimo. Entre voz y melodía, es “palabra de emergencia” que acuñó el periodista F. Mankiewicz para conceptos cuyo significado fue afectado con la aparición de un nuevo término de idea más reciente. Así, antes no fue necesario decir “diario impreso”, esclarecer su naturaleza fue preciso cuando nació su versión electrónica; igualmente, el teléfono, siempre fue fijo y no tenía que distinguirse de uno portátil y menos de uno inteligente. Nos nutrimos de una cadena de términos indispensables para identificar las tecnologías previas de las posteriores, llegando a tener retrónimos como “información legible por humanos”, para distinguirla de aquella que pueden leer las máquinas. El futuro nos alcanzó, o nosotros a él.

El universo de [i]gadgets[/i] y nuevas tecnologías nos muestra que los puentes pasado-futuro son indispensables para que los saltos no sean caídas; precisamos nuevas palabras, sí, pero también agentes sociales para pronunciarlas. La “brecha digital” no sólo se ha reflejado en el acceso que se tiene -o no- a las tecnologías de la información, sino en la familiaridad con las mismas; pues la diferencia de percepciones y herramientas entre los “migrantes digitales” y los “nativos” ha dado una realidad de conflicto que requiere hoy de toda nuestra atención. La “generación puente” que ha sido bisagra es la Y, nacida entre 1980 y el 2000 -sin consenso exacto de fechas, variables hasta por 5 años- y que conocemos como [i]Millennials[/i]. Criticados ampliamente, su análisis como actores sociales contemporáneos ha estado marcado por visiones generalizadoras y con gran cantidad de falsos amigos, a pesar de que no es lo mismo ser [i]Millennials[/i] en Nueva York que serlo en la sierra Tarahumara y tampoco ser uno nacido a inicio de los 80 que en el mismo periodo de los 90. Desde que se identificaran, se les ha dicho -entre muchas cosas- egocentristas, superficiales, con poco sentido de la responsabilidad y del compromiso, indisciplinados, incapaces de sostener relaciones duraderas o de poner atención por más de tres minutos, y un gran etc. Y parece no haberse subrayado lo suficiente que también son puentes, traductores e indispensables.

Los más tempranos estaban en la secundaria a finales de los 90, cuando México y otros países enfrentaban el reto de dar un salto tecnológico en la educación, incluyendo en sus programas asignaturas relacionadas con el cómputo. Así, los supuestos “nativos digitales” asistían a un aula, muchas veces sin computadoras y trazaban en cuaderno convencional el teclado, la pantalla y un catálogo de íconos que permitieran entrenar su mente para asociar unas tijeras con la posibilidad de cortar un texto imaginario e ingresarlo en otro sitio, cuartillas repletas de pantallas inexistentes, pues en su mayoría nunca habían encendido una computadora. Su proceso de cambio se concientizó profundamente en la educación formal e informal, sistematizaron así el cambio de época y fueron privilegiados frente a las generaciones que los precedían y que de un año a otro se convirtieron en analfabetas.

Esta generación bisagra se transformó en puente entre dos mundos y es imprescindible en la operación de la realidad actual. Por ejemplo, cada vez que se busca hacer eficiente un proceso con tecnología, sí, son ellos quienes están al lado de las máquinas de impresión de pases de abordar en los aeropuertos y en cualquier otro módulo digital para ayudarnos. Son traductores de la nueva realidad a las generaciones precedentes, bastones en el camino del cambio y también los contenedores de los mensajes que habrán de enviarse hacia el futuro.

Los últimos 20 años han sido atroces como nunca antes con los adultos y adultos mayores, no sólo fueron segregados; sino que la construcción de fortaleza cultural que les había sido conferida por años, les fue arrebatada, la de la sabiduría. Probablemente sea la primera ocasión en la historia de la humanidad, en que cuando tenemos un problema de la vida cotidiana, no preguntamos al más viejo sino al más joven y esto no es poca cosa, e implica irreparablemente una crisis de sentido. Nuestros “sabios” se han sentido indefensos por primera vez, extraños en contextos que se llenan de luces, botones y cables; los lenguajes cambiaron y en eso no hay marcha atrás. En lo que sí hay, es en el camino que se decida tomar hacia delante.

La responsabilidad que esta generación ha adquirido (o le ha sido conferida) es tan grande como urgente es construir escenarios de comunicación y re-valorización, para que no todas las preguntas se le hagan a Google. La desinformación, la post verdad y la distancia que han generado los juicios intergeneracionales es una factura que habremos de pagar y que en 20 años vendrá con creces. Esta generación, tan enjuiciada, tiene en sus manos las decisiones de gobierno, sociedad y educación. La única forma de modelar hacia adelante es a partir de la experiencia previa, en una suma de saberes y el reconocimiento de que son todas estas miradas necesarias, si buscamos construir mejor y que los saltos no impliquen siempre una caída.

En ellos está el futuro del pasado, pero también la posibilidad de capitalizar el conocimiento y que éste no muera cuando mueren las grandes mentes del siglo veinte.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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