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Pablo Gamboa Miner
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 22 de marzo, 2017


Uno de los mayores cambios que Yucatán ha experimentado en los últimos 4 años, desde que Rolando Zapata asumió la gubernatura, es la adopción de un nuevo modelo económico. Nuestro estado ha establecido apuestas no sólo sobre cómo debe funcionar la economía hoy, sino cómo creemos que ésta será exitosa mañana. Ha sido una apuesta fuerte y que debe traer grandes consecuencias positivas para todos.

Al nuevo modelo económico, quizá porque decir “nuevo modelo económico” sonaría muy suntuoso o grandilocuente, se le ha denominado proceso de re-industrialización. La etiqueta ha sido exitosa; en más de un foro social o político, en el sector público o el privado, ya se habla de la reindustrialización de Yucatán como nuestra gran apuesta al futuro.

La apuesta tiene, además, un anclaje histórico. Yucatán recuerda con cierta nostalgia la etapa en la que el estado era parcialmente autosuficiente en términos de industria ligera: cerveza, zapatos, refrescos y hasta cerillos. Algo hay de orgullo en nosotros que nos recuerda que Yucatán puede ser autosuficiente, si es necesario serlo.

Ahora bien, hay que precisar que ese modelo económico de reindustrialización no se dará con industrias clásicas. La reindustrialización de Yucatán será sin chimeneas, calderas o estructuras de acero. La verdadera reindustrialización muy probablemente será tecnológica, en áreas de diseño, agroindustrias y servicios corporativos, educativos y turismo. Esa tendencia ya empieza ser clara desde hoy.

De hecho, las grandes cartas de presentación de Yucatán ante inversionistas son tres y ninguna está relacionada a las industrias con chimeneas: la seguridad, el capital humano del que dispone el estado (los jóvenes capacitados y las escuelas funcionando), así como la promesa de infraestructura logística ya en proceso de construcción o con altas posibilidades de ser construida.

Yucatán no compite con otros estados en la atracción de inversión ofreciendo incentivos especialmente generosos o estrategias de fomento altamente singulares. Yucatán es exitoso porque esos tres grandes elementos (seguridad, mano de obra calificada y promesa logística) están presentes. Esas tres columnas son las columnas que sí tenemos y sobre las que hay que construir, y no soñar en otras más.

La verdad es que es muy difícil pensar que Yucatán tenga otras opciones reales y viables de modelo económico. El modelo que desde el 2012 se ha propuesto hace sentido y de ahí la importancia de seguirlo, para no desperdiciar oportunidades o recursos, por no tener clara la meta que se busca.

Por eso, aunque pueda parecer grandilocuente, con base en lo logrado en los últimos 4 años, quizá es tiempo que al esfuerzo de reindustrialización se le empiece a llamar como lo que realmente es: un Nuevo Modelo Económico para Yucatán.

Hacerlo evitaría confusiones, permitiría tener más claro el rumbo, debatirlo y perfeccionarlo. Entender la trascendencia de lo que se está haciendo es fundamental en una sociedad democrática y con recursos económicos escasos.

Es curioso, casi siempre los gobiernos le ponen grandes nombres a esfuerzos que al final son pequeños o medianos; en Yucatán tenemos todo lo contrario, un nombre modesto para un esfuerzo titánico y que va a definir el rumbo del estado, las vocaciones productivas de nuestra generación y las que siguen.

Para darnos cuenta de lo que está en juego y la importancia de no perder el rumbo, aceptemos que la reindustrialización en Yucatán reconfigurará a toda la sociedad, desde lo productivo hasta lo cultural, y definirá cómo se construirá cualquier bienestar duradero. Atrevámonos a llamar a las cosas por su nombre. Valdrá la pena.


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