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Tabacón B. Linus
La Jornada Maya

Lunes 20 de marzo, 2017

En cualquier estado del país, el secretario particular del gobernador, sería ejemplo de prepotencia y arrogancia. El funcionario en cuestión, sobre todo si es relativamente joven, sería todo un [i]mirrey.[/i]

Se movería en la clásica Suburban o cualquier otro vehículo típico de políticos, iría a lugares caros, ataviado con exclusiva ropa de moda, viviendo la vida del [i]jet set[/i] local, moviéndose entre la crema y nata, con todo el derroche asociado.

Lo mismo ocurriría con un ex asesor del gobernador, uno que saliera de Palacio para hacerse cargo de la comunicación de uno de los políticos más sonados para ser el próximo [i]mandamás[/i]. Ese funcionario también viviría la [i]vida loca.[/i]

Ellos dos, esos dos jóvenes funcionarios encumbrados, en cualquier estado típico del país reflejarían todo lo que está mal con nuestra clase política. Tendrían su [i]entourage[/i] de asistentes, entradas VIP a todo evento social y se harían inaccesibles para los simples ciudadanos mortales. Esa es la triste realidad, la común y la corriente de este pobre México.

Ahora imaginémonos un país diferente, un estado diferente, una realidad distinta y extraordinaria.

Imaginemos un lugar donde el secretario particular del gobernador y el citado asesor, al terminar su jornada, a eso de las nueve de la noche, corren a atender un muy modesto [i]food truck[/i] que tienen a las afueras de la Feria Local del Libro.

Un puesto de comida, donde asociados entre ellos y con sus familiares, venden baguettes con nombres literarios, porque ellos -a diferencia de otros jóvenes funcionarios- sí han leído, leen y escriben: baguette García Lorca, con chistorra por su origen español; baguette Peri Rossi, con salami por su ascendencia italiana; la Kipling con [i]roast beef[/i] por su nacionalidad británica, y así.

Imaginémonos al que en la mañana controla la agenda del señor gobernador y el picaporte de la oficina de Palacio, quitándose la camisa de burócrata, ponerse el mandil y dedicarse a atender y limpiar mesas, tomar órdenes, ver que nada falte a sus clientes, muchos de ellos estudiantes o familias trabajadoras que quieren cenar bien y barato.

¡Qué imagen tan sana sería esa!: Un funcionario inteligente, culto y honesto que hace su trabajo y luego atiende un honesto negocio para complementar sus ingresos.

Ahora pensemos en el funcionario que hace los discursos de un suspirante a la gubernatura, ya no lo pensemos haciendo discursos grandiosos, sino las cuentas del changarro, apurando una orden por aquí, otra por allá, cobrando y dando el cambio. Ofreciendo disculpas porque no les permitieron vender refrescos, pero ofreciéndose ir a comprarlos al puesto que está al lado.

Y sigamos imaginando que las angustias de estos dos jóvenes no son traer la camioneta más cara o qué vino de lujo tomarán en la mejor mesa del restaurante de moda, sino si saldrán o no tablas en su negocio sobre ruedas, si podrán vender las 50 baguettes que tienen como meta para cada noche, si mañana la venta estará mejor que hoy, o cuánto les cobrarán los organizadores de la Feria del Libro por derecho de piso, en una palabra, si les va a alcanzar.

Qué país y sociedad tan ejemplar sería esa. Jóvenes talentosos, exitosos, pero trabajando duro, contando los pesos, ganándose la vida con un pequeño y transparente negocio que pusieron con sus ahorros, uno para completar sus modestos ingresos de servidores públicos y construir así un patrimonio. En esa sociedad algo muy bueno estaría sucediendo, en esa sociedad la nueva generación de políticos auguraría lo mejor.

Por eso debemos pensar que algo muy bueno está pasando en Yucatán, porque ese escenario no es ficción.

Lo que hemos descrito es la realidad del camión de comida El Gallo Loco, que descubrimos en la Filey. Es la realidad de dos jóvenes ejemplares que van por la noche a hacerlo funcionar.

Cuando uno se da cuenta de esa luz de esperanza en medio de una clase política decadente y abusiva, no puede sino emocionarse y volver a pensar que quizá el futuro para México sí será mejor. Esos dos jóvenes le dan a uno esperanza, ojalá nunca cambien y, aún más, contagien con su ejemplo a toda la sociedad.

[i]Mérida, Yucatán[/i]

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