Números, símbolos y Cuaresma

Kálmán Verebélyi
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Lunes 6 de marzo, 2017

Se los confieso: me hice bolas con la Cuaresma. No con su significado espiritual, sino con el número mismo. Es que según la fuente que se consulte, se le da importancia a hechos bíblicos diferentes.

El portal semioficioso de los católicos, [a=http://catholic.net/]catholic.net[/a], dice que este tiempo rememora los 40 años que pasaron los israelitas en el desierto, enfrentando fatiga, luchas, hambre, sed y cansancio, en su ruta a la tierra prometida.

La diócesis canaria, a su vez expone que los 40 días previos a la Pascua tienen un importante simbolismo, pues es el mismo tiempo que pasaron tanto Jesús como Moisés en el desierto. En cuanto al diluvio bíblico, duró el mismo número de jornadas.

Ante las explicaciones diferentes, me era obvio que el número 40 tiene un simbolismo fuerte para los católicos, por lo que exploré su significado en la cabalística. Sabemos que la numerología es una de las distracciones preferidas de los Vedas hindúes, y el mismísimo Pitágoras, padre de las matemáticas, le atribuyó fuerza a los números.

Para mi mayor sorpresa, el 40 no figura entre los números con poder sobre el destino de las personas, aunque esto ya depende del grado de esoterismo individual. Fue un descubrimiento desalentador, aunque después llegué a la conclusión de que el 40 de los católicos ni podía estar entre las cifras por la distancia existente entre el esoterismo y la fe católica.

[b]Con, o sin carne[/b]

Todos sabemos que originalmente, desde el año 322, cuando se registró su primera celebración, son 40 días de abstinencia de los placeres de la vida. Aunque es menester aclarar que por la falta de su cabal cumplimiento, la misma Iglesia Católica determinó en 1966 tanto el ayuno como la abstinencia cuaresmales sólo sean obligatorios el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

La ya citada diócesis canaria explica que la práctica de ayuno y abstinencia durante la cuaresma se remontan al siglo IV, como parte de un proceso de renovación en la Iglesia. Sin embargo, el rigor en ambas mortificaciones es cada vez menor, sobre todo en los países occidentales. Según el obispado de las islas españolas, el ayuno debería consistir de una sola comida diaria y la abstinencia supone no comer carne. Esta última debe entenderse por la roja, razón por la que los expendios de pescado tienen su “domingo” prolongado en estas fechas. Las razones de excluir la carne roja de la dieta del Miércoles de Ceniza y Viernes Santo, con base en lo que apunta catholic.net no tienen sustento bíblico.

Un pasaje de la primera epístola de San Pablo a Timoteo (4: 1-4), sin embargo, ha sido interpretado como una condena a la abstinencia: “Empero el Espíritu dice manifiestamente, que en los venideros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus de error y a doctrinas de demonios; Que con hipocresía hablarán mentira, teniendo cauterizada la conciencia. Que prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de las viandas que Dios crió para que con acción de gracias participasen de ellas los que han conocido la verdad”.

Para colocar este pasaje en su contexto, debemos entender qué pasaba en la época de San Pablo. Ocurría que en los mercados públicos, a menudo la carne disponible provenía de un animal que había sido ofrecido como sacrificio en algún ritual gentil. El problema para los primeros cristianos era determinar si era apropiado o no comer esa carne, pues podía considerarse que había sido contaminada por el rito pagano o que se participaba de un credo distinto por ingerirla. Pablo animaba a los cristianos en Roma y Corinto a recordar que el consumo de esta carne no estaba prohibido, aunque las personas sensatas evitarían hacerlo si eso ofendía a los demás.

En realidad, San Pablo condenaba a aquellos que prohíben en todos los casos la carne, para evitar consumir algo que pudo haber sido sacrificado a los ídolos, como posteriormente enseñarían los maniqueos. En la epístola a los romanos se mencionan ambas actitudes: aquellos que prohibían comer carne y aquellos que creían que podían comer de todo sin importar lo que pensaran los que no la comían. El apóstol contesta:

“No vayas a destruir la obra de Dios por un alimento. Todo es puro, ciertamente, pero es malo comer dando escándalo. Lo bueno es no comer carne, ni beber vino, ni hacer cosa que sea para tu hermano ocasión de caída, tropiezo o debilidad” (Rom 14, 20-21)”.

Para los católicos, la Cuaresma ha sido, es y será un tiempo favorable para la meditación, reconversión y reconciliación, y de acercarse a este último sacramento. Para conseguir la purificación es que se recomienda el ayuno, la oración y la limosna.

[b]Ayuno[/b]: No sólo de comida y bebida, que también será agradable a Dios, pues nos servirá para templar nuestro cuerpo, a veces tan caprichoso y tan regalado, y hacerlo fuerte y pueda así acompañar al alma en la lucha contra los enemigos de siempre: el mundo, el demonio y nuestras propias pasiones desordenadas. Ayuno y abstinencia, sobre todo, de nuestros egoísmos, vanidades, orgullos, odios, perezas, murmuraciones, deseos malos, venganzas, impurezas, iras, envidias, rencores, injusticias, insensibilidad ante las miserias del prójimo. Ayuno y abstinencia, incluso, de cosas buenas y legítimas para reparar nuestros pecados y ofrecerle a Dios un pequeño sacrificio y un acto de amor; por ejemplo, ayuno de televisión, de diversiones, de cine, de bailes durante este tiempo. Ayuno y abstinencia, también, de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos; ayuno aquí significará renunciar a todo lo que alimenta nuestra tendencia a la curiosidad, a la sensualidad, a la disipación de los sentidos, a la superficialidad de vida. Este tipo de ayuno es más meritorio a los ojos de Dios y nos requerirá mucho más esfuerzo, más dominio de nosotros mismos, más amor y voluntad de nuestra parte.

[b]Limosna[/b]: No sólo la material, pecuniaria; unas cuantas monedas que damos al mendigo en la esquina. La limosna tiene que ir más allá: prestar ayuda a quien necesita, enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que nos lo pide, compartir alegrías, repartir sonrisa, ofrecer nuestro perdón a quien nos ha ofendido. La limosna es esa disponibilidad a compartir todo, la prontitud a darse a sí mismos. Significa la actitud de apertura y la caridad hacia el otro. Recordemos aquí a san Pablo: “Si repartiese toda mi hacienda...no teniendo caridad, nada me aprovecha” (1 Corintios 13, 3). También san Agustín es muy elocuente cuando escribe: “Si extiendes la mano para dar, pero no tienes misericordia en el corazón, no has hecho nada; en cambio, si tienes misericordia en el corazón, aún cuando no tuvieses nada que dar con tu mano, Dios acepta tu limosna”.

[b]Oración[/b]: Si la limosna es la apertura al prójimo, la oración es apertura a Dios. Sin oración, tanto el ayuno como la limosna caerían por su propio peso. En la oración, Dios va cambiando nuestro corazón, lo hace más limpio, más comprensivo, más generoso; en una palabra, va transformando nuestras actitudes negativas y creando en nosotros un corazón nuevo y lleno de caridad. La oración es generadora de amor, induce a la conversión interior. La oración es vigorosa promotora de la acción, es decir, lleva a hacer obras buenas por Dios y por el prójimo. En la oración recobramos la fuerza para salir victoriosos de las asechanzas y tentaciones del mundo y del demonio. Cuaresma, pues, tiempo fuerte de oración.

Ya sabemos lo que se nos repara desde el pasado miércoles, pero tuvimos dos días para disfrutar los placeres de la vida: el lunes en Campeche se celebró el Bailongo para danzar hasta que “el cuerpo aguante” y el martes la tradicional “pintadera” con sus conocidos bemoles.

[i]San Francisco de Campeche[/i]