Burbujeante encuentro en Playa

Texto y foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Lunes 27 de febrero, 2017

El agente secreto que conozco desde hace más de 25 años y que trabajaba para la Secretaría de Gobernación, se molestó por lo que escribí la semana pasada. No por sus revelaciones ni por su contenido, sino porque lo mencioné, porque hablé de él.

Quien fuera doble agente de la KGB, en la vieja Unión Soviética y en Cuba y que ahora, ya jubilado, vino al sureste del país para reportar “por fuera” lo que pasa en Campeche, Yucatán y Quintana Roo; extrañamente, tardó en contestarme más de lo normal mi mensaje habitual.

Por el Whatsapp, ya se sabe, uno se entera de inmediato si el interlocutor recibe o no el mensaje. Gracias a las famosas palomitas azules, uno puede suponer si existe el deseo de responder. En este caso la respuesta llegó 24 horas después. Estaba molesto.

Me citó en Playa del Carmen (terreno híbrido, le llamó), porque [i]la empresa[/i] le pidió medir el pulso de la ciudad que lleva 12 asesinados en un mes y en donde han cerrado bares emblemáticos.

Sentados en una barra de bar, al mediodía del viernes, recibió los detalles del homicidio a balazos de la líder Hermelinda Cachón, en la colonia Luis Donaldo Colosio. Ella fundó ese asentamiento irregular y tenía una fuerte influencia política. Su hijo trabaja con el gobernador Carlos Joaquín. Ella fue su brazo derecho, en lo popular, durante la campaña.

¿Qué más?, le pregunto. Eso nada más, usted está castigado, responde. Sobre la Quinta Avenida, por las azoteas convertidas en suites, no llegan ni por asomo las tensiones y miedos que inundan los malos drenajes, el mal humor de los taxistas, el pánico de la policía y la incertidumbre entre los periodistas, que se viven en el destino turístico. Son dos realidades.

Una hora después, asaltaron una sucursal de Banorte que se encuentra frente al hotel El Faisán y el Venado, donde se hospedan las fuerzas de la gendarmería, desde que llegaron a raíz de la balacera en el bar Blue Parrot. ¿Se da cuenta mi amigo?, me interroga y bebe el segundo Martini sucio; recuerda cuando viajó en un jet de Los Ángeles a Tijuana, la tarde noche del día en que asesinaron a Luis Donaldo Colosio y no se le olvida el rostro de Manlio Fabio Beltrones, saliendo de los separos donde estaba detenido Mario Aburto, el asesino.

“La verdad y el dinero son los únicos hechos que se pueden medir; el periodismo debe ponerle carne a ese esqueleto que se llama realidad, pero se necesitaría otra vida para contar todo lo que uno vive en la península de Yucatán. O la vives o la cuentas. Campeche, Yucatán y Quintana Roo son tres países, mi amigo”, reflexiona el agente, para después, con mucha parsimonia y antes de ir a comer una posta de pescado a El Pirata, reclamarme el por qué escribí sobre él.

Los periodistas deben de ser confiables; no limpios, no rectos, y deben respetar y no traicionar a sus fuentes, le argumento. A usted nadie lo conoce públicamente, su nombre es tan común como el que más en el directorio de la [i]Sección Amarilla[/i], hay más de 1800 homónimos suyos ahí. Está sólo y sus informes sólo los leen algunos. No dije nada que te delate y ¿a quíen le importa?, insistí en argumentar y le recordé que siempre lo he querido entrevistar, para poder contar los detalles de ser un agente secreto, del que ya nadie se acuerda, ni reconoce.

No le gusta entrar a esos temas. “Es muy triste tener tanta libertad, mi amigo”, señala y prefiere beber. La vasta sensualidad que se pasea por la famosa avenida le inspira frases divertidas como esta; “si no puedes cambiar de vida, cambia la bebida; sírvame un mezcal”.

El ejercicio de enlistar los precios turísticos que ha pagado e investigado sobre habitaciones de hotel, suites y [i]penthouses[/i], dosis individuales de drogas sintéticas, servicios sexuales múltiples y propinas promedio, ensimisma a nuestro agente secreto en nostalgias de la vida nocturna en Guadalajara, Monterrey y Ciudad Juárez. Me especifica con detalles para que imagine “todo lo que me mandaban; todo lo que me comí”.

Ebrio y con sueño solicita un café expreso doble, cortado; me pide un cigarro más (ya casi no fumo, aclara) y suelta: “La economía de este país está sustentada en un alto porcentaje en propinas y corrupción, en favores y buena voluntad y en una amplia fuente de flujo de efectivo, que es difícil cuantificar y mucho más regularizar; es imposible, todos tendrían que decir la verdad”, señala, mientras hace sus sumas y obtiene los totales promedio de lo que mueve la afluencia de turistas a diario en Playa del Carmen; además de los servicios que prestan los más de 250 mil habitantes.

Los agentes secretos también duermen, sentencia. Sólo por unas horas desapareció y antes de la media noche, en la barra del bar Almirante Pech lo encuentro sólo, con una botella de champaña Viuda de Clicquot, mientras a ritmo de varios beats coordinados por el dj, en el fondo, sonríe y, calculadora en mano, cuantifica las enormes ganancias de los bares, hoteles y “porquerías”, que se ofertan en esa calle, emblemática del “híbrido” peninsular.

¿Ya leyó [i]Pétronille[/i], de Amélie Nothomb? (...) ¿Qué espera amigo?, ¡hágalo! De castigo, me pide pagar la cuenta. Lo voy a contar, le advierto. Hágalo, responde: verdad y dinero, los hechos.

[i]Playa del Carmen, Yucatán[/i]

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