El éxito excluyente de Tulum

Carlos Meade
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 17 de febrero, 2017


El mercado del turismo es uno de los más dinámicos. Cuanto más rápido cambian las sociedades, más rápido cambian los deseos, las expectativas y las necesidades de los viajeros. El turismo en el siglo XXI es un fenómeno que avanza en derroteros que apenas hace una década eran insospechados. Vivimos un proceso inédito de resemiotización social; es decir, de reasignación de sentido a nuestro mundo simbólico y a las ideas, valores y sentimientos. Mientras las grandes corporaciones y los medios masivos tradicionales buscan homogeneizar la diversidad cultural y convertir a las personas en simples consumidores, nuevas identidades integran colectividades locales y globales y minorías multi-diversas y tribus que se constituyen partiendo que empiezan a sustituir a las sociedades de masas. El Internet ha horizontalizado la información y las relaciones y esto empieza a confrontar las estructuras autoritarias gubernamentales, religiosas y corporativas. A pesar de la insistencia en que el sentido de la vida está ahora en el estatus que da la capacidad de consumo, millones de personas en el mundo cuestionan su banalidad y no sólo los símbolos del poder, sino los propios del estatus. Como parte de esta revisión, el concepto de “lujo” se ha empezado a desplazar de la ostentación trivial de marcas y símbolos convencionales hacia las experiencias de conocimiento, arte y espiritualidad.

Estos cambios se presentan, principalmente, en los países más desarrollados, que por obvias razones son los principales emisores de turistas a nivel mundial.

El diseño de un destino turístico para Tulum tiene que partir, entonces, de reconocer que las tendencias han cambiado sensiblemente y seguirán cambiando. Y debe partir, también de reconocer las cualidades propias del lugar y de su gente y, con base en ellas, saber lo que se puede ofrecer a esos nuevos mercados.

Tulum ha logrado establecer su propio modelo, generar su propia personalidad y, además, ser exitoso. En el municipio domina la hotelería de pequeña escala, habiendo opciones para todos los bolsillos. Los índices de ocupación son más altos y consistentes que en Cancún y la Riviera Maya y, una cosa muy importante, buena parte de la derrama del turismo llega de forma directa a los pequeños servicios y negocios locales.

La idea de un crecimiento acelerado de la industria turística trae consigo un rápido crecimiento demográfico que, como se ha visto en Cancún y en Playa del Carmen, es imposible controlar y ordenar. La especulación inmobiliaria moviliza fuerzas difíciles de detener, encauzar y acotar. La estimación que se maneja para Tulum de una ciudad de 400 mil habitantes para el 2030 es espeluznante.

Responder a las expresiones en el sentido de que Tulum tiene que crecer, de que es inevitable que lleguen miles de migrantes, de que la ley no puede impedir el libre tránsito, es muy simple: si los movimientos migratorios se dan en función de la apertura de nuevos cuartos hoteleros y si los permisos para su construcción dependen de la autorización del ayuntamiento, la pluma que firma esos permisos es la herramienta que controlar el crecimiento.

En Tulum, a los pobladores locales se les arrebató la tierra y se les robó el nombre para convertirlo en marca turística. Y ahora lo que se les ofrece, si acaso, es que sean asalariados de los usurpadores.

Hay un consenso entre los empresarios de Tulum de que el eje para el diseño del destino debe ser la cultura maya; asumirlo con seriedad es distinguir lo que se entiende por “cultura maya” pues, por lo general, se tienen ideas idílicas, acompañadas de la divulgación de visiones esotéricas descabelladas; y, por otra parte, las comunidades mayas deben ser protagonistas, sin la demagogia que todos conocemos.

[i]Tulum, Quintana Roo[/i]
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